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ENTREVISTA | June Fernández

“La historia de las mujeres está ninguneada y la de las personas 'trans', olvidadísima”

June Fernández. Foto: David Conde

Belén Remacha

Todo empezó con Yasmín. La escritora y periodista June Fernández viajó a Cuba en 2012 y conoció a esta mujer, crítica con el Gobierno cubano desde una posición marxista y feminista. Una mujer que, además, había decidido llevar velo. Ella fue su primera ingobernable.

A lo largo de cuatro años y a su paso por otros países de Centroamérica y también por España, llegaron a su vida nueve más: “Ese es un diálogo que me parece bonito. El viejito que ha vivido ser homosexual durante el franquismo con la lideresa indígena anciana que te cuenta la historia de la violencia en su pueblito maya. Son historias muy distintas pero con ese hilo en común de inconformismo, de gente que está siento constantemente cuestionada”.

10 ingobernables, historias de transgresión y rebeldía constituye así un mapa de los lugares donde la directora de Pikara Magazine ha ejercido el periodismo, y de las personas que le han impactado. La presentación del libro se le ha juntado con la del cuarto número de la revista: “La obsesión de Pikara y del libro es la misma, lo consigamos o no: transversalizar el feminismo. El feminismo es una mirada, no una especialidad”.

En la ilustración que lo abre, de Susanna Martín, aparece la metáfora de la periodista que, entre todo el grano, busca las historias fuera de lo común: “O tu cuerpo está equivocado o lo tienes que arreglar, lo que haces no tiene sentido, vaya chorrada, por qué arriesgas tu vida siendo activista, por qué dedicas tu vida a mantener vivo un juego tradicional que no le interesa a nadie”.

Ni en la portada ni en la contraportada aparece la palabra feminismo: “Pero al final es feminismo en vena, hablamos de gente que cuestiona la expectativas de género. Me interesaba hacerlo no evangelizando sino contando experiencias, y que cada cual las interprete como quiera; para mí son ejemplo”.

¿Qué se llevó de América Latina, tan presente en el libro, donde empieza todo?

En Centroamérica me llamó mucho la atención la situación de las personas trans, porque a diferencia de aquí, no hay una ley de identidad de género. Eso les obliga a estar toda su vida con un carné de identidad que tiene un nombre y un sexo que no se corresponde con su sentir y vivencia cotidiana.

En España pasa todo lo contrario: ha habido una ley, pero con una trampa, que es exigir protocolos superrígidos, años de hormonación, de terapia psiquiátrica y cierta perspectiva de operarte, donde terminaría el proceso de tránsito.

En nuestro país la rebeldía es no querer pasar por ese aro de ir a terapia para que se reconozca la identidad escogida, reivindicar la androginia frente a la idea de nacer en el cuerpo equivocado y deber cambiarlo para adaptarse; eso contrasta con países como Nicaragua.

Y quitarnos la idea de que es un “problema del Primer Mundo”, supongo.

Otra obsesión mía es esa cosa de que transitar entre los géneros es europea, de gente con las necesidades básicas cubiertas. De jerarquizar los sufrimientos: están las violencias gordas y luego la LGTBIfobia, que afecta en ciertos contextos. Eso es una mentira.

He estado en países donde la situación material es muy jodida, y en esos países también hay personas que se salen de las expectativas de género y la violencia cotidiana o la incomprensión le provoca igual o más sufrimiento que la precariedad, la pobreza o incluso la violencia intrínseca del país. Por ejemplo Yuri, que vive una situación de exclusión muy fuerte y en parte es porque es una mujer con barba. Y también estaba el reto de incluir la ley española, que ha conceptualizado lo que es a violencia de género de una manera muy estrecha.

¿Cuestionar el binarismo de género es la última frontera? ¿La que más difícil cala?

Cuestionar el binarismo es la última frontera, sí. Mira la historia de Nicole en El Salvador. Piensas: “Ser intersexual ahí, qué duro”. Pero es que realmente tú preguntas por la calle aquí y casi nadie sabe qué es una persona intersexual. Hay desconocimiento, desconcierto y además los protocolos médicos tienden a modificaciones corporales de bebés (si alguien nace con genitales que no encajan en la expectativa pene/vulva enseguida el consejo habitual es la hormonación o cirugía).

Nicole, la protagonista de una de las historias historia, fue criada como hombre sin ser intervenida, luego pasa a una identidad de género mujer para descubrir más tarde que es intersexual. Ese tema es muy poco conocido y es la prueba de que la idea de que somos mujeres y hombres choca incluso con las evidencias biológicas.

En una nota hace un apunte: en la cultura popular se suele presentar la intersexualidad como algo excéntrico, monstruoso, amenazante, de lo que hacer mofa.

Sí, al final es eso: dos grandes grupos. Por una parte, las deportistas, el machaque cuando una rompe expectativas de género porque tiene unas marcas muy superiores a lo que se espera de una atleta mujer, se activan todas las alarmas y protocolos de vigilancia, se mira la testosterona, los cromosomas… Y el otro gran grupo, el famoseo. Qué ha pasado con la “leyenda” de Anne Igartiburu, con Lady Gaga (en su caso lo ha desmentido con humor, y muy bien, defendiendo la diversidad).

Desde el activismo, el caso de Nicole es muy interesante: una mujer que reivindica romper ese tabú, contar a las mujeres de las comunidades que en el mundo hay más intersexuales que personas pelirrojas.

“La revolución será interseccional o no será”, dice en el epílogo.

Es que incluso dentro del feminismo han primado agendas concretas, sujetos determinados. A mí me interesaba recoger experiencias trans y no todas urbanas y europeas. Salirnos de Judith Butler, de EEUU como la vanguardia.

A veces tenemos la idea de que la Teoría Queer nos llega de la academia estadounidense, de Beatriz Preciado, de las élites culturales, cuando fue algo que se gestó desde los bares de travestis de Stonewell hasta cualquier aldea de El Salvador. La mujer cubana de la que hablo en el prólogo, que dice: “Me siento mujer, visto con ropa masculina porque me gusta, tengo barba y no me la quito porque no me da la gana, y ni trans ni leches, soy así”. Para mí no hay nadie más Queer que ella.

El otro día en Pikara, a raíz de la polémica con los muñequitos de Playmobil, pedimos a nuestras seguidoras una lista para ayudarles a incluir a mujeres importantes en la historia. Y la gente contestaba, con toda la buena voluntad, pero al final salían perfiles muy determinados: mujeres blancas, del activismo europeo o de la academia. En mi vida cotidiana me ha interesado mucho salirme de mi contexto feminista y aprender de las compañeras negras, gordas, trans. De todo aquello que me abra la mirada respecto a mis inquietudes como feminista blanca urbana de clase media precaria.

¿Hacen faltan referentes populares?

Faltan referentes incluso históricos. Pareciera que esto de las diversidades de identidades de cuerpos y sexualidades es algo nuevo pero lo que ocurre es que estas historias no se han contado. Por ejemplo, en el libro aparece Julio, El Ajero, un anciano de Bilbao que tiene 86 años y que cuenta cómo era ser homosexual en el franquismo. Todavía hoy tenemos pocos relatos de este tipo.

Yendo más atrás, en el País Vasco tenemos a Catalina de Erauso, la Monja Alférez, que recurrió al travestismo para huir de la guerra y siguió viviendo luego con su masculinidad. Hoy se la reconoce dentro de la historiografía de las mujeres pero el otro día una periodista planteaba por qué no se la reconoce como referente trans. Si la historia de las mujeres está bastante ninguneada, la de las personas trans o que se salen de la norma de heterosexualidad y binarismo de género está directamente olvidadísima.

El feminismo y Píkara fue su propia manera de complicarse la vida, supongo.

Sí, claro. Rompes expectativas familiares. En la familia, por muy bien que vaya Pikara, siempre te preguntan: ¿y no has pensado volver a un medio de los de verdad? El otro día en la presentación me dijeron que yo soy la undécima ingobernable. Abro el libro con una cita que dice “soy lo que me dijeron que no fuera”. Es algo que yo también siento, mi identidad como periodista, feminista, como mujer, como lesbiana tiene que ver con haber roto expectativas todo el rato. Eso todo el rato genera incomprensión, el bicho raro de la cuadrilla, la feminazi, la que se fue a un país (Nicaragua) que no le importa a nadie.

También dice que las personas que aparecen en el libro son tus verdaderas heroínas.

Si me preguntas a quién admiro, yo no te voy a mencionar ni a feministas históricas ni a personajes relevantes; su aportación ya está reconocida. Yo admiro a las abuelas gallegas que con 80 y pico años juegan la partida a pesar de que nadie las apoya y nadie las entiende, y les construyen un parking en su campo y el párroco les quiere cobrar la luz. Las historias que me importan salen de la burbuja: al final nos estamos leyendo las mismas, conociendo las mismas.

En vez de sentir el feminismo como vanguardia para emancipar a otras mujeres quiero hacer lo contrario: nutrirnos como feministas de las realidades cotidianas de las mujeres que no están debatiendo sobre sororidad y empoderamiento sino que lo practican en el día a día.

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