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La relación entre autores y editores: entre la transacción comercial y la intimidad

Portada de 'La entrometida' de Muriel Spark, publicado por Blackie Books

Carmen López

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La escritora Muriel Spark ya era una experta en los entresijos de la industria editorial cuando publicó su novela Loitering with Intent en 1981 y se sirvió de su protagonista, la también escritora (y posible alter ego) Fleur Talbot, para lanzar dardos envenenados. Para entonces ya vivía retirada en una casa en el campo italiano, vendía libros como rosquillas y hacía tiempo que se había hartado del mundillo literario, así que poco le importaba indignar a quien fuese.

En el libro, que Blackie Books acaba de publicar en España traducido por Lucrecia M. de Sáenz y titulado La entrometida, Talbot se pregunta qué se va a encontrar en la reunión a la que la ha convocado su editor, Revisson Doe. Según su visión, “la tradicional paranoia de los autores no es nada en comparación con la alienación esquizofrénica de los editores”, así que sopesa los posibles motivos de la citación.

“En ese momento pensé que tal vez por las pérdidas que podría ocasionarle la publicación de mi libro, o bien por el deseo de reconsiderar las cláusulas del contrato o el de que modificase algo vital en mi novela. Durante todas estas elucubraciones no dejé de pensar por un instante en qué ocurriría si yo me negaba a hacer cambios”, reflexiona.

En un solo párrafo, Spark resumió los conflictos habituales entre editor y autor. El objetivo es común: sacar el libro adelante y si es posible, que se venda. Pero el camino es largo y en ocasiones la relación se resiente. Hay “rupturas de pareja” entre editorial y escritor —el salseo del sector— que llegan a captar una atención masiva.

En España, una ruptura que todavía se sigue recordando, aunque ocurrió 1996, es la de Javier Marías con la editorial Anagrama o más bien con Jorge Herralde, el jefe. El escritor publicó una carta en respuesta a un reportaje de El Mundo en la que además de hacer referencia a temas monetarios tampoco dejaba muy bien al editor como persona. A día de hoy en casi todas las entrevistas que concede Herralde se le sigue preguntando por el tema, aunque él suele decir que no habla más de ese incidente.

El último rifirrafe patrio no ha sido tan sonado como el anterior pero, como poco, ha servido para generar sendos artículos de opinión. El primero, publicado en El Cultural, y el segundo en El Confidencial, son a cuenta de la Nota a la edición: ¡JA JA JA JA! que la escritora Cristina Morales incluyó en su libro Introducción a Teresa de Jesús, actualmente reeditado por Anagrama y que Lumen había publicado inicialmente en 2015 pero con el título Malas palabras.

El libro fue un encargo de Silvia Querini, editora de Lumen en aquel momento, por el quinto centenario del nacimiento de la santa. Según el testimonio de Morales, el proceso estuvo lleno de encontronazos con la editora: por el estilo de escritura, por el título, por el enfoque. En su nota, sostiene que “nuestras ideas y su modo de llevarlas a cabo sufren sistemáticos intentos de violación por nuestros editores”; y termina con la frase: “O sea, que ni captatio benevolentiae ni hostias: patada en los huevos, navaja a la yugular y carcajada al aire”. La editora no ha hecho declaraciones al respecto.

También hay tumultos editoriales relacionados con la parte económica. Uno de los más escandalosos es el que tiene que ver con la editorial Malpaso que, aunque sigue en  funcionamiento y con libros a la venta, tiene una larga lista de impagos según declaran sus acreedores. A través del hashtag #MalpasoPagaYa en Twitter se pueden leer las reivindicaciones de cobro de autores, traductores y colaboradores de la editorial creada por Bernardo Domínguez en 2017.

Pero pese a los dramas que puntualmente salen a la luz, en general las relaciones entre editores y autores parecen más cordiales. Al menos según comentan quienes han aceptado responder a las preguntas planteadas en este artículo.

Yo escribo, ¿tú me corriges?

De entrada, la idea que se puede tener acerca de la figura del editor o editora es la de una persona que extiende cheques (mejores o peores) y decide sobre el trabajo del escritor. Pero, como en todo, hay muchos matices o más bien, puntos de vista personales.

Marcel Ventura, director editorial del sello Temas de Hoy (que pertenece al Grupo Planeta), explica a eldiario.es que para él un editor “a nivel esencial es un facilitador anónimo. Pillas un texto, lo lees y, partiendo del respeto a las particularidades de cada autor, procuras que ese texto llegue a la expresión más alta que ese autor ha dado”, opina. Y añade: “Hay otra idea que también me gusta mucho y es que creo que el editor es un lector que viene del futuro porque es alguien que conoce un texto antes de que sea un libro. Y eso a mi me sigue pareciendo hermoso”.

El sello que maneja tomó un nuevo rumbo en 2018. Creado hace más de tres décadas, se ha 'rejuvenecido'. “Me ha sorprendido muchísimo la cantidad de autores y sobre todo de autoras absolutamente jóvenes que estoy leyendo. Afortunadamente hemos trabajado con ellos y algunos tienen 24 o 25 años con un nivel y una ambición que, honestamente, no había vivido antes”, sostiene con buen talante.

La escritora Luna Miguel tiene una dilatada carrera literaria y ha publicado sus obras en diferentes tipos de editoriales. Comenta a eldiario.es que el ritmo es muy distinto dependiendo del tamaño de cada empresa. “Cada editora tiene su método, claro, pero tanto María Fasce (Lumen), como Elena Medel (La Bella Varsovia) y como Blanca Cambronero (Capitán Swing) se han portado de una manera muy atenta y respetuosa con mi trabajo desde el primer momento”, cuenta. “Que mujeres como ellas decidan confiar en una es increíble, y que esa relación se mantenga en el tiempo, lo es más todavía. Eso me permite concentrarme en la escritura y dejar de preocuparme por otras cuestiones”.

Sí recuerda alguna anécdota negativa como autora, aunque más bien por disparatada que por conflictiva: “Yo tengo una base de seguidores importante en redes sociales, la cual asocio a mi trabajo como periodista o a mi insistencia en convertir mi canal en un sitio de recomendaciones de otras autoras y tendencias. Hubo una vez en la que un editor me propuso publicar mis fotos. Tal cual. Fotos de Instagram como si fuera 'un diario en papel'. ¿Para qué querría yo eso?”.

Otro que aporta su experiencia es Daniel Moreno, editor jefe de Capitán Swing. Aunque en su catálogo predominan los autores extranjeros, también ha publicado a voces patrias como Noemí López Trujillo, Javier Padilla, Peio Riaño o la misma Luna Miguel. Para él coexisten diferentes tipos de editor, que realizan diversos tipos de tareas y la que más le representa es: “seleccionar aquellos textos que luego el lector podrá encontrar a su disposición en la librería, la biblioteca etc. O sea, el puro acto de leer y luego analizar y decidir si por X razones merece ser publicado en el mercado. Estas dos cosas no siempre tienen por qué ir unidas, hay gente que decide qué se debe publicar sin tener que leer, en base a otras razones extralectoras. Cambiar el título, recortar, eliminar personajes…”.

Un tema que se presenta como conflictivo es precisamente el de intervenir en el texto (véase el cabreo de Cristina Morales mencionado al principio): ¿hasta qué punto puede llegar el editor con sus peticiones? Moreno declara que “todo depende del grado de intervención que requiera el manuscrito o que sea deseable por el editor de mesa o por la editorial en base a su público lector”. El editor de Capitán Swing cuenta que “nosotros somos muy poco intervencionistas. Y no porque consideremos que no hagan falta retoques, creo que a casi todos los manuscritos en general les vendría genial una gran poda en forma de síntesis. Casi siempre se pueden decir las mismas cosas en menos páginas, y no por una cuestión de economizar”.

Asimismo, explica que “publicando no ficción hay menos margen de retoque que en las obras de ficción, me parece. De todas maneras nuestra experiencia es que a ellos no les gusta nada que se les toque y recorte nada, aunque vayan de lo contrario. Los autores tienen mucho apego a lo que han construido y rara vez ceden a cuestiones estructurales de importancia”.

Ventura, aunque es especialmente quisquilloso con los títulos que presentan los autores y autoras, cree que “la edición consiste en intervenir pero también en saber cuándo no saber intervenir. Y digo esto porque quien asuma que editar consiste en pillar referencias literarias en los textos y encontrar defectos pues eso no es editar, eso es ser un gilipollas”.

También añade otro matiz sobre su labor: “Hay que defender el sistema simbólico que crea el autor. Incluso defenderlo del propio autor. Porque es normal: el escritor puede estar mucho tiempo en una novela, puede haber variado su aproximación al texto y tú tienes que estar ahí también para cuidar lo que ha generado. No se trata de tener la razón, se trata de defender el texto del autor”.

Desde la otra orilla, Luna Miguel habla de sus propias vivencias como autora 'intervenida': “Por ejemplo, con Elena Medel hemos llegado a eliminar partes enteras de mis poemarios, cosa que ahora agradezco enormemente: ella tenía razón, esos poemas tenían que quedarse fuera”. En otro ámbito, recuerda que: “María Fasce quería que yo apareciera en la cubierta de mi primer libro. Yo al principio no quería, pero acordamos que las fotos me las hiciera una fotógrafa a la que yo admiro muchísimo: Martina Matencio. Eso nos llevó a encontrar una preciosa solución: la cubierta era de una artista enorme, salía yo, aunque tapada por el pelo, y todas contentas. Supongo que no se trata de 'entrometerse' tanto como de negociar sobre los diferentes puntos de la obra. Ya sea con su contenido como con su continente”.

Compañeros o algo más (o menos)

¿Cómo tiene que ser el vínculo entre ambas partes? ¿Es recomendable la cercanía o mejor una relación cordial pero distante? Moreno afirma que: “Nuestras relaciones con los autores han sido bastante pacíficas, incluso distantes emocionalmente. Casi siempre no somos amigos o muy conocidos en el terreno personal y eso facilita que en caso de conflicto lo personal no interceda. No hemos tenido grandes problemas con nadie más allá de las típicas discusiones por los tiempos de entrega o el compromiso posterior a la hora de la promoción (hacer presentaciones, contestar a la prensa y demás) que siempre suele generar algunas tensiones”.

Aunque Marcel Ventura menciona que para él la relación con sus autores y autoras es de cercanía, comparte con Moreno que esa proximidad puede acabar en conflicto. “Una intimidad intelectual tiene que ver con tres condiciones: son dos personas que acuerdan estar frente a algo igualmente importante para ambas, a lo que le prestan idéntica atención y que ambos consideran bueno. Esas tres condiciones construyen el vínculo con el texto y con el autor. Y si se cae una, se rompe la confianza y la intimidad”.

Además, Ventura apostilla que “Un autor, y esto me parece necesario, inevitablemente va a querer más siempre. Más reconocimiento, vender más, tener más anonimato, vivir más tranquilo… eso no va a parar. Y en ese sentido, toda relación editorial que se alarga lo suficiente en el tiempo acaba por llegar a la decepción. La pregunta es cuándo, pero me parece natural. Algo tan íntimo y cercano tiene que llevar a eso”.

Luna Miguel también apuesta por el apego, pero tiene una visión más positiva que Ventura: “Para mí la verdadera labor de un editor es la del descubrimiento, la confianza y la amistad. Quiero pensar que mis editoras son mis amigas. No nos une una relación de poder, ni laboral, sino una relación de plena confianza las unas en las otras: confían en lo que escribo, les gusta, así que me ayudan a que mis ideas o mis intuiciones se hagan cada vez más firmes”.

Ella misma ha ejercido como editora invitada junto con Antonio J. Rodríguez en el sello Caballo de Troya (perteneciente a Penguin Random House), donde han publicado libros firmados por Aixa de la Cruz, Víctor Parkas, Anna Pacheco o Elizabeth Duval. Según su visión: “creo que desde los grandes grupos deberíamos involucrarnos más con los autores, no sólo ceñirnos a sus obras contratadas, sino interesarnos por ellos, por sus vidas. Muchas veces una obra depende también del cariño del editor. En ese sentido, yo no sería la poeta que soy sin Elena Medel. Pero porque ha confiado en mí, en mi pasado, en mi presente y en mi futuro. No solo en una obra, me limpio las manos y adiós”.

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