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Manuel Faúndez, un divisionario azul republicano que echó raíces en Georgia

Manuel Faúndez, un divisionario azul republicano que echó raíces en Georgia
Tiflis —

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Tiflis, 15 jul (EFE).- Manuel Faúndez, nacido en una familia campesina de Zamora que emigró a Francia a mediados de los años 20 del siglo pasado, nunca imaginó que serviría en la División Azul y que pasaría 11 años en el GULAG de Stalin, para terminar echando raíces en Georgia.

Cuando estalló la Guerra Civil española, con 17 años se fugó de casa para unirse como voluntario al bando republicano, narra a Efe su hijo, también de nombre Manuel.

La familia de su padre se había instalado en Cazilhac, una localidad próxima a Carcasona, unos 90 kilómetros de la frontera con España.

Tras la caída de la República, regresó a Francia, donde fue detenido y recluido en un campo de internamiento en las afueras de Perpiñán, y meses después fue devuelto a España, donde fue enviado a prisión.

ENROLAMIENTO EN DIVISIÓN AZUL, UNA OPORTUNIDAD DE FUGA

Corría 1941. La Segunda Guerra Mundial se extendía hacia la Unión Soviética y Manuel Faúndez vio en su enrolamiento en la División Española de Voluntarios, conocida como la División Azul, una oportunidad para intentar huir del cautiverio y regresar con su familia.

“Su propósito era fugarse en Francia, de camino a Alemania, pero no pudo hacerlo. Los montaron en vagones para ganado y el tren no paró hasta llegar a territorio alemán”, dice su hijo.

Tras unas semanas de instrucción, la unidad de Manuel fue destinada al frente de Leningrado, donde a comienzos de 1942, junto con cinco compañeros desertó para entregarse al Ejército Soviético.

PRISIONERO DE GUERRA DE LOS SOVIÉTICOS

“Estuvieron un tiempo en la ciudad sitiada y luego fueron trasladados a través del lago Ládoga a Tierra Grande, como llamaban la retaguardia soviética los leningradenses”, añade el hijo.

Un campo de concentración en la región de Vologda fue el destino de los seis antiguos divisionarios, donde pasaron un total de 11 años y del que pudieron salir solo poco después de la muerte de Stalin.

Con 33 años, Manuel Faúndez se vio en libertad en un país totalmente desconocido, pero sin posibilidad alguna de regresar a España ni con su familia afincada en Cazilhac.

Además, las autoridades soviéticas prohibieron a los exprisioneros de guerra instalarse en Moscú, Leningrado, Minsk y otras grandes ciudades de la URSS.

LIMONES Y MANDARINAS, UNA INVITACIÓN A GEORGIA

¿Adónde ir? La clave se la dio uno de sus carceleros, un georgiano. De vez en cuando, éste recibía limones y mandarinas de sus familiares, por lo que dedujeron que el clima de Georgia era mucho más benigno que el de Rusia y se parecía al de España.

Así, Manuel Faúndez, con un permiso de residencia para personas sin ciudadanía, llegó a Rustavi, una ciudad situada a 25 kilómetros al sudeste de Tiflis, la capital de la Georgia soviética, donde comenzó a trabajar en la construcción de una fábrica siderúrgica.

Durante una excursión a Tiflis oyó en un parque a unas chicas que cantaban en español: así conoció a Josefina y Mercedes Barandas, dos “niñas de la guerra”, como se conocen los más de 3.000 menores españoles que los republicanos enviaron a la Unión Soviética en 1937 para ponerlos a salvo de la Guerra Civil.

Josefina se había casado en Moscú con un ruso que se trasladó a Tiflis y se llevó allí a su hermana menor, Mercedes, que a la postre se convirtió en la esposa de Manuel con el que tuvo dos hijos: Santos y Manuel.

Al poco tiempo se trasladó a Tiflis ya como albañil de primera categoría.

EL ESPAÑOL, EL IDIOMA DE CASA

“En casa hablábamos en español. Mi padre, que también hablaba francés, se defendía en ruso, lo suficiente como para poder trabajar”, dice a Efe Manuel.

Añade que su padre “lo pasó muy mal” y que por eso quizás casi nunca hablaba ni de la Guerra Civil, ni de la División Azul ni tampoco de sus años en el GULAG.

“Tenía por lo menos dos heridas de guerra: una en la espalda y la otra en un brazo. No sé si fueron de bala o de metralla, porque nunca habló de ello”, cuenta.

El padre nunca quiso obtener la ciudadanía soviética ni tampoco ingresar en el Partido Comunista de la Unión Soviética, pese a que recibió numerosos ofrecimientos por su condición de trabajador ejemplar.

ESPAÑA EN EL CORAZÓN

“Siempre se sintió español. 'Tenéis que enterrarme en España' solía decir”, subraya el hijo.

Regresó finalmente a España en 1993 y se instaló con Mercedes en Bilbao, donde falleció en 2015.

“No dejo de lamentarme de no haber tomado notas de la historia familiar”, dice Manuel, profesor en la escuela culinaria Icarus y que durante varios años presentó espacios de cocina en la televisión georgiana.

El “chef de la boina roja”, así le conocen en Tiflis.

Misha Vignanski

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