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Una breve historia del play-back

El cantante Quevedo tuvo un momento viral por una actuación en play-back. EFE/Gorka Urraburu

Jorge Navarro

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El año en que la banda de los hermanos Auserón y Enrique Sierra publicó La ley del desierto, la ley del mar, disco donde aparecía esta brillante y ambigua canción llamada Historia de play-back, que lo mismo funcionaba como diatriba amorosa que como ejercicio metamusical, existía una televisión con dos canales y no muchos programas que apostaran por actuaciones en directo.

Estaba La de Edad Oro y antes Musical Express, pero poco, muy poco más. Visto desde hoy, cuando el uso de pistas de acompañamiento o backing tracks con bases, voces y arreglos pregrabados, está asumido por la mayoría del público y estandarizados por los distintos agentes de la industria de la música en vivo, podría parecer que el debate en torno al play-back y lo que entendemos por un concierto forma parte del pasado, ¿o no?

La edad del play-back español

“En los años ochenta hubo una escena de programas de televisión que ya querríamos tener hoy en día”, explica Ana Curra, integrante de Alaska y los Pegamoides (1979-83) y Parálisis Permanente (1981-83). Se refiere a los antes mencionados y a otros, como el iniciático Popgrama o Caja de Ritmos, donde se grababa una toma de cada canción en un estudio y luego, durante la realización, se utilizaba esa versión grabada exclusivamente para el programa. Frente a estos espacios, había otros dirigidos a las grandes audiencias. “Esas fueron nuestras primeras actuaciones en play-back. Nosotros nos sentíamos un poco ridículos y teníamos un sentimiento de estar engañando. Para evitar ese fraude y divertirnos, nos cambiábamos los instrumentos y así pasábamos un poco el pudor que nos daba falsear”, recuerda Curra. Preguntada por cómo eran los directos en las salas de entonces, señala: “En aquellos años era inconcebible un concierto sin tocar ni cantar de verdad, la gente hubiera tirado de todo, ya escupían de por sí a los grupos punk”. Y concluye: “Para la música enlatada existen los discos y los vídeos”.

José Battaglio, miembro del grupo La Frontera, formado en 1984, opina: “La capacidad de transmisión máxima de la música se manifiesta en el directo. No obstante, desde la aparición del rap, se ha ido generalizando a otros estilos el uso de bases pregrabadas que permiten, con menores presupuestos, obtener muy buenos resultados”. Su experiencia en un grupo de éxito le hizo conocer bien esta dinámica televisiva: “Nunca me gustó demasiado, si bien entendía que era necesario para la promoción. Además, para hacer un buen directo, hacía falta un equipamiento técnico y humano del que no siempre disponían los programas”.

La capacidad de transmisión máxima de la música se manifiesta en el directo

José Battaglio Miembro de La Frontera

Coincidiendo con el fin de la década de los noventa, la práctica del falso directo fue implantándose en otros entornos. De las galas televisivas, pasó a las galas en hoteles. Así lo relata Juan Salvador García, con más de cuarenta años de experiencia en orquestas de la Costa del Sol: “Empezó hace unos veinte años. Al principio solo se metía en partes rítmicas. Luego, empezó a hacerse prácticamente completo porque había empresas que se dedicaban a hacerlos de las canciones que pegaban”, a lo que añade: “Cuando se ha tomado dos copas, a la gente le da igual si la música es en directo o no, lo que quieren es bailar, participar y pasárselo bien”. Esta realidad de un público maduro que disfruta del espectáculo, sin importarle si la música que está sonando proviene de los instrumentos que tiene delante, no dista demasiado de la manera en que gran parte de la audiencia joven se relaciona con la música en vivo actualmente.

Sin cantar ni afinar

Desde que el pop es pop, también es impostura, un sutil negocio de prestidigitación emocional para convertir la ilusión en euforia y la euforia en dinero, por medio de una fórmula aparentemente sencilla: estrofa + estribillo + marketing. Si a esto le sumamos los múltiples avances tecnológicos para ayudar a los músicos en su trabajo y dotar de mayor empaque la presentación en vivo de las diversas propuestas musicales, la polémica está servida. Una de las últimas fue protagonizada por el joven artista urbano Quevedo, autor junto a Bizarrap de Quédate, que al hacerse viral un vídeo que daba a entender que sus cualidades vocales no eran las que corresponderían a un artista de su posición, recibió duras críticas del periodista de El País Fernando Neira.

Pero, ¿qué ocurre cuando, del cuestionamiento artístico se pasa al cuestionamiento del espectáculo? El mismo Neira, a través de un hilo de Twitter, inició un enconado debate a propósito de las actuaciones ofrecidas por Rosalía durante el tour de presentación de su último disco, Motomami que, a pesar de estar altamente producido y repleto de matices, contó con una minimalista puesta en escena en la que, aparte de ella, sobre el escenario solo había bailarines, un pianista y un cámara siguiéndola a todas partes. “¿En qué momento de la historia decidimos considerar que un espectáculo sin un solo músico es un concierto? Esto estaba inventado ya de antes y tiene otro nombre: karaoke”, escribió Neira. A partir de ahí, corrieron ríos de tinta digital.

Otra polémica reciente nació de un tuit, esta vez del youtuber Music Radar Clan que, sobre un vídeo de la boy band Coreana BTS, escribió: “Esto no es un concierto. Es una tomadura de pelo”. La reacción de la numerosa y enfervorizada base de fans del K-Pop no se hizo esperar, desatando una ristra de comentarios en los que defendían a ultranza a sus ídolos y ponían en tela de juicio el criterio del popular youtuber, que, por otro lado, ha seguido haciéndose eco de las informaciones que circulan sobre las siniestras condiciones laborales en las que estos artistas desarrollan sus carreras. A propósito de esto, Olaya Pedrayes, cantante del grupo Axolotes Mexicanos y fan del pop asiático, apunta que “los grupos se forman en academias en las que los chavales están internados dando clases de canto, baile e interpretación. Todas las bandas las llevan empresas que son muy estrictas” y, finalmente, con respecto a la apuesta de show de este popular sub-género coreano, añade: “El nivel es súper alto. Los conciertos son largos y están llenos de coreografías complicadas. Es prácticamente imposible que puedan cantar a la vez que bailan”.

¿De qué hablamos cuando hablamos de 'play-back'?

Parece que aún existen algunas líneas rojas con respecto a lo que debería ser un concierto, al menos para las generaciones formadas en torno a fenómenos culturales del siglo XX como el rock, donde tradicionalmente se ha dado bastante importancia a la pericia instrumental y las versiones en directo. “Depende del tipo de música. No es lo mismo que un pianista mueva las manos haciendo como que toca a que un rapero o un reguetonero ponga la canción que su público tiene asimilada y anime a la gente. Eso forma parte de su espectáculo y crea una motivación distinta a que te la estén haciendo en directo”, explica Recycled J, artista urbano cuyas canciones acumulan millones de escuchas. “Es importante no confundirlo con disparar una pista con voces por debajo. Yo no llevo corista. Lo que hacemos es exportar una versión sin la voz principal, pero manteniendo ese tipo de apoyos. Hay quien no lo sabe y puede pensar que se está haciendo play-back, aunque no lo sea”, dice. El rapero madrileño reconoce que actualmente es frecuente en la escena hacer sonar un tema y cantar encima, y que hasta los mayores exponentes del género lo hacen, aunque en el origen de cultura hip hop no siempre fuera así.

El imperio de los backing tracks se ha consolidado y, según se ha ido desarrollando su tecnología, se ha convertido en una constante. A día de hoy es una herramienta fundamental en casi cualquier concierto. Así lo confirma Raúl Lorenzo, técnico de sonido directo con dilatada experiencia: “Desde Manolo García, Ketama o Marta Sánchez a grupos de metal o formaciones consolidadas del indie”. José Lanot, técnico de la sala Sol concuerda con esto: “Lo hace mucha gente y desde siempre. En un grupo de rock sirven de apoyo, en otras músicas ya es casi el 100%”.

Existe una figura, el director musical, que es quien lanza distintos backing tracks con la claqueta para que todos vayan a ritmo o, incluso, que pueden modificar la tonalidad del autotune. Todos los artistas urbanos con banda llevan uno y suelen ser pianistas, como el de Rosalía. Sobre el debate generado alrededor de su tour, Lanot lo tiene claro “Para mí es lo mismo porque para ellos es lo mismo. No salen a hacer el payaso, salen a actuar y sudan igual. Entonces, ¿para mí esto es un concierto? Sí”.

Algunas conclusiones

Si el punk supuso, en cierta medida, una sátira de la gran farsa del rock’n’roll. “Sed infantiles. Sed irresponsables. Sed irrespetuosos. Sed todo lo que esta sociedad detesta”, como rezaba el manifiesto de los Sex Pistols, algunos de los géneros actualmente en boga podrían interpretarse, con distancia, como una aceleración de esta burla más o menos consciente, cuando prescinden de aspectos que hasta ahora dotaban a la música popular de ‘autenticidad’ y cierta entidad artística, aunque sea desde perspectivas más relacionadas con el negocio o el espectáculo.

“A la gente cada vez le importa menos si está sucediendo todo en directo o no. Van a ver al artista que es el hype del momento”, opina Raúl Lorenzo. Y resulta bastante sintomático como, en un momento de agotamiento creativo y retromanía, los nativos digitales, que no perciben la disyuntiva entre el mundo fuera y dentro de la pantalla, sino como extensión uno de otro, parecen haber asimilado un nuevo paradigma de consumo musical que, más allá de las plataformas, implica otros modos de concebir el directo, donde la performance adquiere especial relevancia y, propiciando pequeños simulacros dentro de un simulacro cultural más amplio, obligan a resignificar la noción misma de lo que es un concierto ahora mismo.

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