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Elvis, Prince, Bowie, Whitney, Amy y otros multimillonarios del cementerio

Un mural con el rostro de David Bowie en Tolworth (Londres)

Nando Cruz

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Las listas de los mejores cantantes de la historia, los mejores discos de la década y las canciones más influyentes del siglo XX son muy entretenidas, pero ya están muy vistas. ¿Y los rankings postmortem? El artista más rico del cementerio, el que generó más disputas entre sus herederos, el que redactó más testamentos… ¿Quién se encarga de cuantificar tan jugosa información? A estos escabrosos menesteres se ha dedicado el periodista inglés Eamonn Forde. Y el resultado es un libro explícitamente titulado Royalties de ultratumba (Liburuak, 2024).

Hay bastante consenso en estas listas postmortem. El número uno en el ranking de fiambres más rentables es sin duda Michael Jackson. El testamento más cuidadosamente redactado es el de David Bowie; al parecer, muy inspirado por el de Freddie Mercury, que durante décadas fue el testamento a imitar. Por contra, el más caótico y conflictivo jamás redactado es el de Marc Bolan. Aretha Franklin, en cambio, fue de las que más testamentos dejó (aún no se sabe si tres o cuatro), pero todos ellos con instrucciones contradictorias. Se cuenta que la cantante llevaba tan mal el papeleo que tras morir aparecieron cheques de derechos de autor e imagen no cobrados por un valor superior al millón de euros.

Trabajando para un artículo sobre el legado de Syd Barrett, miembro fundador de Pink Floyd, Forde intuyó que ahí había una mina no explorada: tras su muerte, algunos artistas desarrollaban una trayectoria tan o más interesante que en vida. De hecho, Tupac Shakur y Jeff Buckley han publicado más discos muertos que vivos. De Jimi Hendrix se publicaron tantos discos, de calidad dudosa, completados por músicos que no compartieron estudio con él, que el periodista llega a compararlos con el célebre ecce homo de Borja. Y si a Amy Winehouse no le ha pasado lo mismo que a Hendrix es porque, en una impulsiva maniobra, el presidente de Universal ordenó destruir todo material inédito para que nadie tuviese la tentación de editar canciones inacabadas o restaurables.

Un cuervo sobre la lápida

La imagen que ilustra Royalties de ultratumba no puede ser más incisiva: un cuervo posado sobre una lápida medio enterrada bajo una montaña de billetes. La imagen de contraportada remata la metáfora: la lápida es sustituida por una caja registradora y entre los billetes aparecen algunas calaveras. Como explica Forde en las primera páginas del libro, “un patrimonio como el de Elvis Presley no sigue siendo un éxito de taquilla 40 años después durmiéndose en los laureles”. Dicho de otro modo: el rey del rock sigue siendo el rey del rock porque alguien ha trabajado duro para perpetuar su reinado. Primero, arrebatando a su mánager, el Coronel Parker todo el poder sobre Elvis y después gestionando su legado con habilidad. “Elvis no inventó el rock’n’roll ni los patrimonios musicales, pero los convirtió a ambos en supernovas. Elvis fue el big bang de los patrimonios musicales”, afirma. Según la revista Forbes, en 2023 Elvis volvió a ser el segundo artista fallecido que más dinero generó, solo superado por Michael Jackson. Graceland aún recibe más de 500.000 visitantes anuales.

De la investigación de Forde se deduce, también, que no gestionar adecuadamente el legado de un artista puede deteriorar su popularidad poco a poco. Para cualquier persona nacida en 2004, por ejemplo, resulta inimaginable que Michael Jackson y Prince compitieran por el trono del pop en la década de los 80, ya que la obra del primero está muchísimo más presente en el imaginario colectivo actual que la del segundo. No es casualidad. Prince murió sin redactar testamento y tres multinacionales siguen disputándose su discografía oficial. También dejó 8.000 canciones inéditas, pero comercializarlas pasa por resolver antes mil y un embrollos legales. Por contra, Sony firmó en marzo de 2010 “el mayor contrato discográfico de la historia” para gestionar la obra de Michael Jackson. Todo un hito, puesto que Jacko llevaba ya 10 meses muerto.

Jeff Jampol, fundador de la empresa que gestiona los legados de Johnny Ramone, Charlie Parker, Henri Mancini y Janis Joplin, entre muchos otros, reconoce que el sector está lleno de “buitres que revolotean alrededor de un cuerpo en descomposición en busca de pequeñas áreas de carne aún fresca para consumir”, pero también hay personas que han evitado la sobreexplotación de ciertos catálogos. Phillips, la discográfica de Maria Callas, evitó el lanzamiento de un disco en vivo que insistía en publicar una familiar suya para hacer caja. Lo evitaron porque Callas canta fatal en esa grabación y publicarla desprestigiaría su imagen. En cambio, cuando falleció Roy Orbison, hubo reunión de urgencia en Virgin para adelantar una semana el lanzamiento de su disco póstumo. Y en cuanto murió Whitney Houston, el precio del recopilatorio Ultimate collection en iTunes subió de 4,99 libras a 7,99. Sony culpó del error a iTunes, pero...

Embrollos matrimoniales y paraísos fiscales

El libro insiste varias veces en que no redactar testamento (o fideicomiso) es casi sinónimo de litigios y demandas. Y pueden ser muy costosos. Se estima que para aclarar el destino de la herencia de Bob Marley su familia gastó más de ocho millones de dólares en abogados y notarios. Pero incluso cuando existe un testamento, la cosa se puede complicar. James Brown murió meses antes de que naciese su último hijo y ni siquiera había formalizado su relación sentimental con su última pareja. Movida. Ray Charles tenía doce hijos, pero la mayor parte de su herencia fue a su propia fundación. El pianista había avisado de su intención antes de morir, pero a sus hijos no les gustó. Movida. Cuando falleció Michael Hutchence, líder del grupo australiano INXS, su fortuna apareció repartida en varios paraísos fiscales. Más movida aún. Igual pasó con la herencia de Marc Bolan. Eludir el fisco inglés era una gran idea en 1971, pero todo el dinero que generan sus discos sigue pudriéndose en una cuenta de las islas Caimán.

Infinidad de artistas murieron sin testamentar: J Dilla, Sam Cooke, George Gershwin, Glenn Miller, Elliot Smith, Muddy Waters, Selena, Billie Holiday… Pero si las familias se llevan bien, la gestión del patrimonio puede incluso proporcionar al finado el reconocimiento que no disfrutó en vida. Así pasa con Nick Drake, cuyo legado artístico gestionan sus padres y hermana de forma escrupulosa. Sabedores de la timidez del cantautor inglés, han potenciado su obra al tiempo que preservaban su imagen. Han reeditado discos y han cedido canciones para anuncios, pero jamás han autorizado la filmación de un biopic o la comercialización de su figura. En el extremo opuesto, Dolly Parton ha dejado grabadas infinidad de pistas de voz para que solo haya que añadir arreglos instrumentales y seguir publicando discos a su nombre una vez nos abandone.

Royalties de ultratumba relata infinidad de batallas legales sobre las lápidas de las grandes estrellas. Más cruentas son cuando el legado pertenece a un grupo (los Doors, los Ramones) o cuando el reparto es desigual. Frank Zappa lo dejó todo a su esposa, pero cuando ella murió repartió la herencia con muy mala baba: dejó un 40% a dos hijos y el 60% a otros dos. Pero todavía más complicada suele ser la situación cuando empiezan a aparecer hijos no reconocidos bajo las piedras. Al cantante de soul Johnny Taylor le aparecieron tres y, sorpresa, ninguno de ellos mentía. A Prince, prolífico hasta en estos asuntos, le aparecieron 30; todos falsos. Hubo un tipo, explica Forde, que compró una muela de John Lennon en una subasta para utilizarla en futuras pruebas de ADN. Eso sí, a cambio exigía que si alguien era reconocido como hijo y por lo tanto heredero de la fortuna del ex Beatle, él también recibiría un porcentaje de la herencia.

Películas, musicales, subastas y... mascarillas

De un músico finado se puede vender casi todo. Para empezar, su imagen. Hay dinero a ganar en documentales, películas, musicales, series de animación, sellos, monedas (una con la cara de Bowie está flotando en el espacio), plumas estilográficas (una Montblanc en honor a Miles Davis cuesta 4.500 dólares), muñecas, adornos navideños, ropa de bebé... Puedes calzar unas bambas Converse con caligrafía de Kurt Cobain. Puedes merendar un helado de Ben & Jerry’s en honor al líder de Grateful Dead; un Cherry García con sabor a cereza. Y durante la pandemia podías evitar la COVID con aquellas mascarillas que comercializaron los herederos de Bob Marley y que llevaban impresa la frase: “Don’t worry about a thing” (No te preocupes por nada). Todo lo imaginable se ha vendido. ¡Hasta dos veces se ha subastado el coche donde fue tiroteado Tupac Shakur!

“La publicación de la primera lista Forbes de las celebridades fallecidas mejor pagadas, a principios de 2001, significó un hito, aunque en ese entonces pocos reconocieron la importancia que iba a adquirir”, insiste Forde. Pero claro, en esa época andábamos despistados con el terremoto Napster. Hasta la muerte de Buddy Holly, se asumía que cuando moría un cantante su obra perdía potencia. En las últimas décadas la dinámica se ha revertido hasta el punto de atraer el interés de fondos buitre. “El mundo de las inversiones está detectando el inicio de una fiebre del oro póstumo”, asume Forde. El patrimonio de Elvis ya ha sido recomprado y revendido varias veces. Julian Lennon ya vendió su parte a un fondo holandés. El negocio del momento es comprar catálogos de artistas.

De hecho, en los últimos años han surgido empresas especializadas en la gestión de catálogos discográficos y patrimonios de artistas. Y empresas dedicadas a gestionar las redes sociales de artistas fallecidos. The Spellbound Group, por ejemplo, lleva las cuentas de Instagram de Jim Morrison y Janis Joplin y uno de sus encargos más peliagudos fue mejorar la imagen de Michael Jackson tras la emisión del documental en el que se le acusaba de abusos sexuales a menores. También se han creado empresas especializadas en organizar archivos discográficos y de objetos de artistas vivos o muertos: Bob Dylan, Rory Gallagher, Lady Gaga, Johnny Cash... Paul McCartney tiene dos archiveros contratados a jornada completa. Los ingresos postmortem dan trabajo a mucha gente.

Las casi 800 páginas de Royalties de ultratumba son un pozo de datos y anécdotas. Cuesta creer que fuera necesario dedicar casi 100 páginas a las giras de hologramas. Y que no se haya podido mejorar una traducción que desliza frases tipo: “No se siente muy cálido trabajar con gente que está en la industria de trabajar con gente muerta”. Pero la gran duda que genera el libro se repetirá tras la muerte de cualquier artista. ¿Dejó testamento o en cuanto lo entierren empezará la batalla campal? ¿El testamento de Ryuichi Sakamoto sería tan minucioso como él? ¿Y el de Shane MacGowan, tan caótico como cabe imaginar? ¿Redactaría testamento Sinéad O’Connor? ¿Y María Jiménez? ¿Y…?

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