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I LOVE ACID: treinta años de fiesta electrónica

Fiesta We love space, circa 2010

Vanity Dust

“Parece que el acid vuelve cada cinco años”, afirmaba DJ Spank Spank a The Guardian, hará cosa de un año. Lo explicaba en una entrevista a propósito del regreso de Phuture, una de las formaciones de Chicago que originó el sonido acid, marcado por el giro de vuelta a la célebre máquina Roland TB-303. Su lugar de origen es, efectivamente, Chicago, a mediados de los ochenta, y se considera, como no podría ser de otro modo, un subgénero del house. La influencia que el acid ejerció en su momento, tanto en otros artistas que pronto incorporaron sus elementos como en el público, absolutamente entregado a las fiestas en las que predominaba ese sonido, fue masiva. Por eso, como apunta Spank Spank, parece resurgir a la primera de cambio.

Y musicalmente, eso no está nada, nada mal. Esos loops imposibles, esa energía inagotable y esas estridentes melodías a caballo entre los graves oscuros y los beats acelerados, todo bañado con una batería demoledora, fueron el carburante que algunos años después despertó a una generación de jóvenes ingleses de la pesadilla cuando el recorte de libertades que Thatcher les puso a bailar. La cultura rave no se entiende sin el acid. Artistas legendarios como Laurent Garnier o Derrick May, tampoco.

Así eran las raves en la Inglaterra del Acid House
‘Acid Tracks’, firmado por Phuture se considera el primer track Acid de todos los tiempos.

Caso uno: John Frusciante

¿Estamos, entonces, en un momento particularmente prolífico para volver a disfrutar de este preciado sonido que tan cabal fue para la expansión de la cultura electrónica? Paradójicamente, una primera parte de la respuesta la encontramos en un guitarrista y en un batería, cuya carrera artística no iba ni venía de esa dirección. Hablamos ni más ni menos que de John Frusciante, conocido principalmente por haber sido el guitarrista de Red Hot Chilli Peppers.

Nada más lejos del Acid que RHCP, pero en su carrera como solista sí encontramos guiños a la electrónica. El notición saltó a prensa hace cuestión de pocos meses, momento en el que anunció que lanzaría un álbum de ‘acid house experimental’ bajo el alias de Trickfinger y editado por Absurd Recordings. Este es el prestigioso sello en el que han publicado sus trabajos artistas como Paul Woolford, Donato Dozzy o Recondite.

El álbum, esperado con máxima expectación y previsto para principios de abril, cuenta con un single que ya ha alcanzado más de 250.000 reproducciones en SoundCloud.

Caso dos: Igor Cavalera

Pero hay otro artista que también ha dado un salto inesperado al Universo acid, el exbatería del grupo de thrash metal Igor Cavalera. Junto a su mujer, Laima Leyton, Cavalera se han lanzado a producir y a hacer giras con enormes directos en los que despliega con su batería un poderoso ritmo que levanta la pista acompañando los sintetizadores de Laima.

En este fragmento de apenas media queda bien clara cuál es su fuente de inspiración. Su lectura del acid, con un ritmo algo más acelerado y con cambios de registro que intentan romper con la monotonía que podría producir un dj set, es una brillante lectura revisionista que reivindica la capacidad y la euforia del acid para poner patas arriba cualquier club con ganas de emociones fuertes.

Caso tres: Ellen Alien

Si tiramos del hilo y navegamos un poco más por entre los tracks y vinilos que han aparecido en los últimos años, la profecía de Dj Spank Spank cobra todavía más sentido. Al encontrarnos con un EP como ‘House Record’ (Hot Creations, 2014), de Steve Lawler, y dejarnos llevar por esa voz entrecortada y un ritmo sincopado que nos arrastra hasta el final del track, reconocemos parte de esa inercia que solo el acid fue capaz de crear.

Leyendas de la electrónica como Ellen Allien, cuya importancia fue vital en la creación de la escena techno berlinesa tras la caída del muro de Berlín, lanzan a día de hoy tracks con el acid por bandera. Hace tan solo unos días aparecía en las redes este remix acid de un inminente EP de Ellen Allien, firmado por Ejeca. Si bien el track es mucho más techno, la retorcida melodía que lo acompaña proviene de las catacumbas ácidas de aquellos tiempos.

La fiesta: I Love Acid

En Londres, con una ferviente actividad electrónica de lunes a domingo, el acid sigue encontrando su lugar. Prueba de ello es, por ejemplo, la existencia de un grupo de promotores que montan I LOVE ACID, una fiesta en la que los artistas retoman sus vinilos antiguos y sus cacharros de la época para hacer regresar por unas horas el sonido que fue, no lo olvidemos, la banda sonora del llamado Segundo Verano del Amor, en la Inglaterra de 1988 y 1989.

Desde Alemania nos llega el furor de Hardfloor, un dúo electrónico (que casualmente pinchará en la próxima fiesta I LOVE ACID, prevista para mayo), cuyo éxito consiste, en esencia, en el tremendo manejo de los sintetizadores Roland TB-303, llegando a usar, según se afirma, hasta seis al mismo tiempo. A diferencia de Mixhell, cuya apuesta es más luminosa y permite el uso de máquinas más actuales (junto al impresionante talento de Cavalera en las percusiones), Hardfloor se sumergen en las entrañas más oscuras del acid propios de una rave de antaño. Esta sesión es una clara muestra de que, para Hardfloor, el tiempo pasa mucho más despacio, si es que avanza.

El criterio de Terry Farley y sus compilaciones acid están consideradas como tótems capaces de incorporar sorprendentes y recónditas piezas de arte musicales de la época. Sus compilaciones Acid Rain y Acid Thunder consiguieron aglutinar tanto a los clásicos hits como a decenas de otras pistas que pasaron más desapercibidas. Desde los mismísimos cuarteles de Spotify Inglaterra, alguien de sus oficinas dedicó una tarde a recopilar los mejores tracks acid disponibles en la aplicación. Por ahora, cinco mil suscriptores disfrutan de Adonis, Frankie Knuckles y compañía desde sus casas, escuchando los himnos que quedaron de aquellos idealizados (que no del todo ideales) años.

El contexto en el que nació la música acid es, obviamente, irreproducible. Las limitaciones de la tecnología obligaron a los productores de los ochenta a explotar al máximo máquinas que aparentemente no estaban destinadas a aquellos fines, ni las leyes no estaban preparadas para censurar y criminalizar las raves que invadieron Chicago, Detroit y, algo después, Inglaterra. El ambiente libertario (y liberador) que se respiraba en los ochenta es ahora otra cosa, y el éxtasis, cuyo uso masivo en las pistas de baile coincidió con el house e hicieron del acid house la banda sonora de los viajes lisérgicos, circula de otras maneras y ya no es un elemento aglutinador como lo fue. Sin embargo, el acid house sigue presente tanto en la mente de los que lo vivieron como de los productores, ya sean los más legendarios o los que han llegado después.

Como hemos visto, si nos ceñimos a la producción intermitente del acid house, a su resurgimiento periódico, excelentemente descrito por el crítico musical y periodista Simon Reynolds en Energy Flash (Contraediciones, 2014), parece que existe de forma paralela a la nostalgia por esa época, y no de forma inseparable. Porque no todos los productores actuales que producen acid reivindican necesariamente esa época, sino únicamente su música. Y no todos los nostálgicos de aquellos años viven encerrados en el acid house. Ya sea por su sonido o por todo lo que lo envolvió, o por ambas cosas a la vez, esa carita emblemática de aquellos años sigue recorriendo pistas de baile, quizás más discretamente, pero sin dejar de sonreír.

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