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Opinión

Sí, Quevedo usa el autotune y Sabina, la distorsión

Quevedo en su concierto multitudinario en Madrid

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Este fin de semana hubo dos llenos en el WiZink Center. Uno fue el viernes Quevedo y otro el sábado de Lola Índigo. Ambas citas las cubrió elDiario.es. La sorpresa llega al ver las respuestas al primero de los artículos en redes sociales: estamos en 2023 y la gente sigue criticando el uso del autotune. Afirmaciones como “hay que tener ganas de tirar el dinero en escuchar un autotune” o “qué harían estos supuestos cantantes sin el autotune” pueden leerse en respuesta a la crónica del concierto. El autotune es un software musical inventado hace más de 25 años que ayuda a afinar, modular y deformar la voz. Se usa tanto como corrector de inexactitudes como una forma experimental y de reinterpretación sonora. Desde hace años es casi un símbolo sonoro en la evolución de la música urbana. 

“Ya no se hace música como la de antes”, lamenta otro usuario en Twitter. El debate sobre su uso parece más un conflicto generacional y deja tintes de conservadurismo. Lo cierto es que nadie pone en duda la calidad como guitarrista de Jimi Hendrix o de Jimmy Page por usar pedaleras para sus guitarras con diferentes tipos de distorsión. Tampoco se discute el uso del wah-wah, el filtro que cambia la frecuencia central de la nota musical, muy usado desde el jazz al rock psicodélico. Incluso otro tipo de artistas, como Radiohead o Ed Sheeran, usan este software y no se critica. Pero a Quevedo sí se le desprestigia por ello.

El canario estableció un récord de asistencia en el pabellón de deportes madrileño —17.453 personas, según los organizadores del evento— al poner la pista en el centro del estadio. Y parece que a la gente le molesta que no sea su banda favorita quien ostente la marca, como si la música y el arte tratasen de rivalidades futbolísticas. Se puede apreciar la genialidad artística de Paco de Lucía y bailar un pogo en un concierto de Eskorbuto o perrear en una discoteca. La música, como producto cultural, está creada para suscitar emociones, experiencias, pensamientos, ideas… Y en el plano sensorial, no hay unos sentimientos mejores que otros.

El debate no solo está en los consumidores, también en los propios músicos. Aunque Joaquín Sabina también usa filtros musicales en sus canciones, se ha mostrado crítico con el rap y la nueva ola de la música urbana. Esto le costó que nuevos artistas como C. Tangana se planteasen colaborar con él. “Sería colaborar con un hater y que llueva sobre mojado”, respondió el madrileño cuando le preguntaron por una colaboración con Sabina. También el rapero Jay-Z criticó a Snoop Dogg por usar el autotune.

Hay un aire que resuena a condescendencia paternalista y clasismo alrededor de todo esto. Parece que porque un joven nacido en 2001 se haya hecho famoso tras subir las canciones —que componía en descansos de su trabajo en la construcción— de forma independiente a internet su éxito vale menos que el de sus predecesores. No nos engañemos, personalmente no me declaro fan de Quevedo. Por ahora, es un artista mainstream y no tiene una obra musical estructurada con un fin concreto más allá de intentar hacer disfrutar a la gente bailando y hablar sobre sus experiencias vitales.

También habrá quien lo critique por tener letras machistas, pero ese es otro debate en el que conviene recordar que hablar de forma explícita del deseo sexual no tiene por qué ser machista si no se cosifica o se falta al respeto. Se puede ignorar a un artista y dejar que su público lo disfrute, igual que se pueden consumir productos culturales que reproducen una ideología hegemónica a la vez que se está concienciado políticamente. 

Si la crítica del autotune es hacia el contenido en el que se usa hay propuestas con enfoque social desde hace años. Joyner Lucas, Childish Gambino, Gata Cattana o Dellafuente son solo algunos ejemplos de artistas nacionales e internacionales que han creado contenido social usando esta herramienta. La contradicción entre lo viejo y lo nuevo es histórica, pero puede superarse. 

El cuestionamiento y crítica a los contenidos culturales es siempre lícito. El funcionamiento de la industria musical ha capitalizado y aprovechado la proliferación de géneros como el del que viene Quevedo para obtener beneficios empresariales. Pero cuando se habla de una cuestión de continente hay que abrir la mente. El arte viene de crear, muchas veces de la reinterpretación de lo que ya existe. Y puede que esa nueva lectura no le guste a todo el mundo. Pero, ¿por qué criticar su uso solo porque lo mío me guste más? Aceptar que existen gustos transversales y diversos es un punto de entendimiento sociocultural e intergeneracional. 

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