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Patrimonio Arquitectura del hielo

El negocio que hizo triunfar a la familia de Goya, las más de 500 neveras que almacenaban “oro blanco” en Aragón

Fuendetodos - Nevera de Culroya s. XVIII o anterior

Rocío Niebla

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Nieve para refrescar el vino o el agua en los calurosos veranos, hielo para las hemorragias, los dolores de cabeza y para paliar dolencias. Nieve para fabricar repostería, o simplemente, hielo para refrescarse con paños. Desde mediados del siglo XVI hasta entrados el siglo XIX, la nieve fue un bien de primera necesidad, por eso se creó una amplia red de depósitos subterráneos de almacenamiento (y venta) de nieve. En Aragón llegaron a existir más de 500 neveras en funcionamiento, denominándose también pozos de nieve (o hielo).

Alberto Bayod es el actual alcalde de Belmonte de San José (Bajo Aragón), además es historiador y lleva muchos años documentando e investigando estas singulares construcciones. “En la segunda mitad del siglo XVI se produjo un cambio climático que se ha denominado como la Pequeña Edad del Hielo. Fueron unas bajadas de temperaturas muy significativas que hicieron que nevase hasta en zonas que era poco habitual. Esto duró hasta mediados del siglo XIX”, señala. Lo que caía del cielo era un maná y poco a poco se fue discurriendo en qué usos darle.

Para Bayod fue trascendental la literatura médica renacentista para animar a almacenar la nieve: “Los tratados de medicina promocionaban su aplicación para uso antipirético y antinflamatorio, tanto para bajar las fiebres como para cortar hemorragias. Se convirtió en un bien de primera necesidad”. Se dio un uso popular, también para refrescarse en las tórridas jornadas laborales de verano, así como en bebidas o postres, “es por eso que cada población necesitaba un lugar para conservar la nieve (y comercializarla), y que no faltase en los meses mas calurosos”.

Según el historiador, el primer contrato de arrendamiento de una nevera documentado se remonta hasta el año 1622, fecha en la que se concertaba una provisión de nieve a la población de Castelserás. Bayod considera que durante las primeras décadas del siglo XVII debieron construirse una buena parte, ya que “en la población de Belmonte, en el año 1636, se citaba la muerte de un trabajador por una desgracia en la nevera”.

Estos espacios no almacenaban comida o productos perecederos, las neveras eran únicamente de hielo o nieve. El alcalde explica que el sistema de acopio funcionaba de tal manera que, cuando caía una nevada, salían muchas caballerías para traer y acumular a los alrededores de la nevera, y empozarlas dentro del pozo. “Dentro, había unos trabajadores que prensaban la nieve hasta que creaban una capa de 40 centímetros, encima una capa de paja para aislarla y encima otra capa de nieve, y luego otra de paja. Como los pisos de una tarta, vaya”, apostilla. Una vez la nevera estaba llena, los pozos los cerraban hasta mayo, mes en el que el arrendatario lo abría (de día y de noche) hasta octubre.

El arqueólogo José Luis Ona, por su parte, se interesó por “la arquitectura del Hielo” gracias a Francisco de Goya. Hace 20 años estaba trabajando sobre la juventud del pintor y conoció Fuendetodos, lugar de su nacimiento (1746). “En la documentación aparecía continuamente la cuestión de las neveras de Fuendetodos: la venta de nieve era el gran negocio del pueblo. Se tienen documentados unos veinte pozos de hielo y la localidad distribuía a toda Zaragoza. El trasporte era en carro, de noche para que mermara lo mínimo posible”. Ona asegura que ha encontrado documentación que relaciona a la familia de Goya con el negocio de la nieve: “Su abuelo Miguel Lucientes compró un nevero a principios del siglo del XVIII, y a finales del siglo, su sobrina adquirió otros dos”.

Aunque cada pozo tiene una arquitectura singular, la mayoría dispone de una planta circular y las paredes de los depósitos forradas de piedra, “con aparejo de mampostería, unidas con argamasa de cal o colocadas en seco”, señala Alberto Bayod que cuenta que “existían canales de drenaje o un túnel de desagüe situado en la parte inferior del pozo”. La mayoría de las neveras estaban dotadas de una cubierta fija abovedada, de carácter pétreo, que mejoraba el aislamiento. “La constructiva más común fue por aproximación de hiladas de piedra, aunque también se edificaron de sillería, de ladrillo o utilizando nervios o arcos de sostén”, añade.

El nevero de Belmonte es de los más singulares porque se accede desde la parte superior, así que, según el alcalde, “posibilita conocer como se construía un pozo de nieve ya que se puede apreciar su sólido aparejo de mampostería colocado en seco, con un túnel de desagüe transitable y una espectacular cubierta abovedada realizada con una piedra porosa, la toba calcárea, y sostenida por dos esbeltos arcos cruzados de piedra sillar. Lo que demuestra un buen saber hacer del jefe de la obra”.

Según José Luis Ona, la actividad empieza a dar síntomas de crisis a finales del siglo XIX, ya que “se registra un calentamiento del clima y la nieve empieza a disminuir”. “En ciudades como Zaragoza se crean fábricas de hielo artificial, así que paulatinamente va desapareciendo el uso de almacén del frío para emplearse como vertedero”, agrega.

Debido a ello, sobre los años 90 algunos historiadores como Ona o Bayod empezaron a trabajar para dignificar estos lugares y documentar su valor histórico. Porque, como observa Ona, “son elementos arquitectónicamente singulares y únicos, además tienen una carga etnológica esencial. Estos pozos nos cuentan sobre el clima, las técnicas, el valor del comercio, las costumbres y los usos, así como la microhistoria de personas (que han quedado documentada) que frecuentaban estos monumentos”.

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