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ENTREVISTA Periodista y escritora

June Fernández: “Las bollo con deseo materno nos hemos sentido en un limbo”

June Fernández

Rocío Niebla

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La asociación feminista Histeria, en Euskadi, lleva años remando por crear espacios de pensamiento y cuidados en los que la maternidad y el lesbianismo vayan de la mano. Maternidades Bollo es el grupo en el que comparten testimonios, referentes, luchas y dolores de cabeza desde las experiencias de crianza con enfoque cuir.

La tribu de las amatxus Bollo (Histeria, 2022) es el libro en el que la periodista June Fernández (Bilbao, 1984) establece una serie de conversaciones con distintas lesbianas diversas del Estado. La maternidad es política y como dice Izaro (una de ellas): “Las bolleras feministas tenemos la intención de hacer las cosas de otra manera y, además, en colectividad. Asimismo, traemos otras referencias para ser madres y por eso abrimos nuevas ventanas. Eso es el camino hacia la libertad”.

La conversación con June Fernández se establece vía videollamada desde casa. Pero, en la casa de las Fernández aparecen su pareja y su hija y, entonces, se hace imposible el silencio y la conversación sosegada. Así que, sin dudarlo, improvisa irse a su coche ataviada con un abrigo térmico. He ahí los derroteros del criar: la maternidad tiene mucho de volantazo en la carretera, de improvisación, de sobreponerse al mal tiempo y de trabajar como si de una malabarista se tratase.

Háblenos del concepto bollofeminista que tantas veces nombráis, una palabra que si lo dicen otras personas suena fuerte, irrespetuosa. ¿Es así?

Puede que en el día a día si le llamas bollera a una lesbiana igual es un atrevimiento, pero, en este caso, hablamos de bollo para darle la impronta de la identidad política. En un tiempo de supuesta normalización de las identidades LGTBI, hablar de las bollo tiene otra fuerza, como de apropiarse del insulto. Dentro del movimiento LGTBI ha habido dos corrientes: una más asimilacionista, desde donde se ha peleado, por ejemplo, el matrimonio igualitario; y luego, está el movimiento más cuir, el más contestatario, que sería las personas que no queremos ser aceptadas por la sociedad mayoritaria porque no nos gusta cómo funciona y nos reafirmamos en nuestra disidencia.

Hablar de maternidades bollo en lugar de maternidades lésbicas nos sitúa en el eje más contestatario y es una forma también de responder a un sector bollofeminista que es bastante antimaternal. Es reafirmarnos en nuestra identidad política que cuestiona las normas heteropatriarcales, pero que, dentro de ese cuestionamiento, asumimos que tenemos deseo materno y que nuestras familias son familias deseadas y pueden incluso entenderse como antipatriarcales porque criamos y nos reproducimos desde la crítica.

En muchas de las entrevistas que ha hecho para este libro sale la cuestión de no tener referentes de mujeres bollo que han querido ser madres.

Las bollo que teníamos deseo materno nos hemos sentido en un limbo. Incluso las que somos más femeninas pareciera que como hemos sido socializadas como niñas se nos ha educado para ser madres. Pero hay compis que son masculinas, camioneras o machorras que han desobedecido todos los mandatos de la feminidad y, en cambio, han tenido deseo materno. Estábamos en un limbo porque en el feminismo y en lo transmaribibollo como en lo cuir lo que nos llegaba es una posición muy antimaternal. Necesitamos referentes para tratar nuestras contradicciones y los malestares, porque si no es todo muy idealizado, como un cuento infantil con dos mamás en el que todo es un campo de rosas.

¿Se ha avanzado en la cultura hecha para niños y niñas en la visibilización de las parejas de mujeres?

En lo mainstream hemos pasado de la invisibilidad de las maternidades lésbicas a, en las ficciones, modelos que no se corresponden con nuestra diversidad. Como en el caso de Peppa Pig: había dos madres, que las dos llevaban falda, que una era médica y la otra ama de casa... son modelos normalizados dentro de las normas patriarcales. Son lesbianas femeninas que se han casado porque les hace ilusión. Los niños y las niñas necesitan referentes reales y diversos de lesbianas: no todas somos femeninas, ni blancas ni burguesas y muchas nos casamos porque nos obligan para ser madres. Desde el bollerismo, a esta reinserción en las normas de la sociedad les decimos que queremos dinamitarlo y mostrar que hay otras maneras de criar y de vivir el género. Y de cara a los niños y niñas, hacemos bien en mostrarles otras formas de masculinidad y feminidad.

Algunas de las entrevistadas hablaban de la cantidad de veces que hay que salir del armario en el proceso de 'maternar': en la clínica de reproducción, en los parques, en pediatría, en la escuela...

No es solo salir del armario, también hay algo previo que es el saber qué puede ocurrir. El estrés de minorías que le llaman. Por ejemplo, en las inseminaciones en la sanidad pública no dejan entrar a la pareja con la excusa de que el cuarto es pequeño y por la cabeza te pasa: ¿a un padre también se lo harían? Igual sí, pero la duda ya la tienes sembrada. O también está el miedo a que en un momento tan vulnerable como el parto te toque un personal que no reconoce a la pareja de la gestante como madre. A nosotras nos pasó algo al ir a tramitar el permiso de paternidad porque, en aquellos momentos, no eran iguales ni intransferibles. Yo con la de maternidad ningún problema, Susanna con la de paternidad sí tuvo porque el sistema no entendía que una persona de sexo femenino pidiese el permiso de paternidad. La funcionaria acabó ojiplática diciendo: “A ver si alguien me ayuda porque el sistema no reconoce que el padre es una mujer”.

Humor y buen encaje tuvo Natalia, que cuenta que cuando en 2003 fue a registrar a la criatura le obligaron a poner el nombre del padre. Les dijo que no había padre sino dos madres y no aceptaron. Para reírse de la situación intentaron poner que era George Washington y como no les dejaron, al final pusieron de nombre paterno Ura (Unidad de Reproducción Asistida). Sacaron el nomenclátor y como Ura no aparecía les aceptaron Ur, que es la primera civilización mesopotámica. Y Natalia, con toda la gracia del mundo, te cuenta que cuando fueron con los hijos al Museo Británico y vieron el estandarte de Ur les dijo: ¡Mirad qué importante era aita!

Estas situaciones nos regalan anecdotario y muchas nos lo tomamos con humor, pero es cansado. Otra cosa que nos pasó a nosotras es que en el momento inicial en el que decidimos que yo me inseminase, fuimos a la médica de familia a preguntar cómo era la derivación a reproducción asistida y nos dijo que teníamos que hacernos las dos análisis de sangre. Y Susanna le preguntó que ella para qué, y la médica se quedó sorprendida y dijo: “Ay, perdona, que tú no tienes semen”. Así que sí, que salimos en la Peppa Pig y parece que esto es súper normal pero nuestra realidad cotidiana es todo el rato chocar y chocar.

Otra realidad dolorosa y dura que contáis en el libro es la de las adopciones internacionales.

Sí, porque hay una gran mayoría de países que excluyen a las parejas de un mismo sexo, entonces, tenemos compañeras en Maternidades Bollo que siguieron la estrategia de que una de las dos adoptaba a la criatura como madre monoparental y eso implica que la familia viva en el armario para siempre. Hay inspecciones y hay que contarle a la hija que delante de la trabajadora social no puede llamarle a la madre, madre.

¿Y en los procesos de reproducción asistida qué problemas encontráis?

Se nos trata como si fuéramos estériles, de hecho, en el hospital de Vizcaya el cartel es “Unidad de Esterilidad”. Se nos aplican los mismos protocolos y se nos hacen las mismas pruebas invasivas para ver si tenemos bien las trompas de Falopio en lugar de inseminarnos directamente. No estamos ahí por un problema de infertilidad sino porque no tenemos semen en casa. Nos proponen hormonarnos, y algunas pruebas que no hacen falta. Y esta es una lucha porque no encajamos en el protocolo pensado para parejas heterosexuales.

¿Las clínicas de reproducción asistida os instrumentalizan?

La industria de la reproducción asistida, en la que España es la segunda potencia mundial, ha encontrado un nicho de mercado en las parejas de mujeres. Y el producto estrella que nos venden es el método ROPA que tiene un planteamiento sumamente heteropatriarcal: lo venden como la solución para que las dos seamos “madres de verdad”, porque, una pone los óvulos y la otra los gesta... desde los espacios cuirs lo criticamos mucho porque precisamente lo que hacemos nosotras es demostrar que somos madres independientemente de la vinculación genética o de quién lo haya gestado. Y no es tanto culpabilizar a las mujeres que acuden al método ROPA, que en algunas situaciones puede ser interesante, sino de que la industria nos venda que es la manera de que las dos seamos madres.

La nueva Ley de Familias contempla que no hace falta que dos mujeres se casen para registrar a una criatura con dos madres, como era hasta ahora.

Sí, pero no solo era el certificado de estar casadas, también hay que llevar un certificado que demuestre que has concebido en una clínica privada o en un hospital público. Según el Código Civil, en España, la paternidad es irrenunciable así que el donante de semen es el padre, por mucho que pudiera firmar un papel diciendo que renuncia a la paternidad. Y la forma de gestionarlo es imponernos que para que las dos seamos tutoras legales de nuestras criaturas tengamos que demostrar con un certificado que esto no lo hemos hecho en casa con colaboración de un amigo o colega, sino que ha sido tutelado médicamente. Estamos en contra porque limita nuestra autogestión. El sistema nos obliga a elegir: o ir a la privada a gastarnos un pastizal o vamos a la pública y nos sometemos a los mismos protocolos fríos y homogéneos. Personalmente, además, creo que, el hecho de que en España la paternidad sea irrenunciable, a lo que nos lleva es a que tengamos miedo de que si contamos con semen de amigos en algún momento nos puedan llevar a juicio y por supuesto, como ha pasado, la justicia le dé la razón al hombre. Así que el camino que nos da seguridad jurídica es el que es funcional al sistema con lo que las opciones autogestionadas y cercanas se descartan porque para ojos del Estado el padre es el donante.

¿Hay en el movimiento feminista un silencio incómodo respecto a los temas de la maternidad?

En las últimas Jornadas Feministas de Euskal Herria quedó patente. Hubo una mesa redonda sobre cuidados y no se había incluido a nadie que hablase desde las maternidades. Se hizo un taller a parte sobre maternidades y no cabía un alfiler. Es un tema incómodo. Venimos de una corriente que entiende la maternidad como algo alienante y una trampa patriarcal, y en lo cuir también ha calado que nos prefieren casadas y criando, que no en saunas y en congresos de pospornografía. Es verdad que hay un esfuerzo del sistema por asimilarnos pero, al mismo tiempo, tampoco es de recibo que nos hagan sentir que hemos escogido un camino inadecuado. Y cuando no hablamos de maternidades porque nos parece patriarcal o poco transgresor nos estamos tragando opresiones, discriminaciones y violencias concretas que merecen ser nombradas y peleadas. Por ejemplo, que en la mayoría de unidades de reproducción asistida se estén excluyendo a las mujeres gordas.

¿Cuál serían los principales temas en maternidad y crianza que tenemos que batallar las feministas?

La violencia obstétrica. El Comité de Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW) ha condenado dos veces a España por violencia obstétrica, y el segundo caso, la superviviente es Nahia Alkorta, una compañera que tiene además un podcast de maternidades feministas y que se dedica profesionalmente al acompañamiento en la crianza. Y ella cuando la condena llegó, se sintió sola, sin el calor del movimiento feminista. Esto no puede pasar. Y no puede pasar que en Oviedo vaya la policía a sacar a la fuerza a una mujer de su casa, en medio de la dilatación, y que el movimiento feminista no salga a las calles. La violencia obstétrica es violencia machista, y en la negación de esta violencia, operan los discursos del poder biomédico que trata a las mujeres con un paternalismo asqueroso y con un autoritarismo que abona a las violencias.

Otro tema es el discurso crítico hacia la industria de la reproducción asistida. Recomiendo leer el libro de Mercados reproductivos de Sara Lafuente Funes; y otro elemento a disputar es la diversidad familiar. Y que la manera de criar de una forma más sostenible es saliendo del modelo que marca el neoliberalismo y cuidando en colectivo.

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