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Oliver Laxe llega a la madurez con un cine sutil, “de piel” y con alma

El cineasta gallego Oliver Laxe.

EFE

Madrid —

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El cineasta gallego Oliver Laxe, ganador de tres premios en tres ediciones del Festival de Cannes (tantos como veces se ha presentado al certamen), acaba de estrenar en las salas españolas “O que arde”, una película “esencial” y sin “máscaras”, que está convenciendo al público.

En solo dos semanas, la película ha sumado más de 40.000 espectadores, una media de más de 200 por copia que la sitúan con el mejor promedio de mantenimiento porcentual de la cartelera actual. Y eso que en España, la película está en la mitad de salas que en Francia.

Acostumbrados a los “blockbusters” y a que las grandes compañías destinen a publicitar sus cintas presupuestos equivalentes a lo que cuesta rodar obras como “O que arde”, la hazaña no es menor; máxime cuando este creador, conocido por su cine comprometido e independiente y sus bellas películas sin afán comercial, ha logrado los objetivos que se proponía.

“Quería una película esencial, con el mínimo de psicología posible, porque no me interesa la personalidad sino la esencia: nada de máscaras, solo hueso, pero que no fuera un coñazo, que no fuera observacional”, se sincera el creador en una entrevista con Efe.

Aunque nació en París en 1982, se mudó con seis años a A Coruña y es profundamente gallego. Estudió en la Universitat Pompeu Fabra y ha viajado mucho. Tiene inquietudes sociales evidentes, y su primera película “Todos vosotros sois capitanes” (premio FIPRESCI en Cannes 2010), es fruto de un taller de cine que puso en marcha con niños de un centro social en Tánger.

Hace un cine bellísimo, con imágenes que no necesitan texto, un lenguaje apabullante que no usa palabras la mitad de las veces.

“Mi pequeña experiencia como cineasta me dice que hay una necesidad de ser claro con el espectador, pero a veces la mejor manera de ser claro es siendo oscuro, es -considera Laxe- la manera que tienen las imágenes de habitar al espectador, de acompañarlo después de ver la película”.

La película narra la historia de Amador (Amador Arias), un pirómano que vuelve a casa tras haber cumplido dos tercios de su condena. Su madre octogenaria (Benedicta Sánchez) y sus tres vacas le esperan en el pueblo, donde la rutina se instala hasta que un nuevo incendio hace explotar la calma.

“'O que arde' es un mundo que se muere pero que proyecta un gemido de orfandad y de rabia que se resiste a que lo entierren. Con dignidad, con nobleza, con humildad, con dulzura. Eso es lo que arde”, explica Laxe.

Es su tercer largometraje tras “Mimosas” (2016), una cinta pequeña e íntima que mete al espectador en el desierto para acompañar a un anciano que atraviesa el Atlas marroquí para morir en su pueblo.

Laxe está especialmente orgulloso de la secuencia que abre la cinta, donde unos altísimos eucaliptos van cayendo por la acción de unos bulldozer.

“Es la primera de mi carrera que he podido trabajar de manera industrial, con medios. Tenía ganas de demostrarme que podía ser un cineasta de género”, dice con una sonrisa, porque verdaderamente la sensación que transmite la escena es sobrecogedora.

Rodó “tal y como le fueron habitando esas imágenes icónicas”, dice. “Fue una caída en la noche, una naturaleza habitada, unas máquinas espiritualizadas, una naturaleza que palpita, que vibra, que piensa. Y con esa inquietud extraña, con esas máquinas que al final se detienen y paran la cadena del dolor, es cierto que se pueden sentir muchas cosas”, admite.

“Pero mi camino -insiste-, de cine más esencial, de piel, de matices y sutil, ha sido importante para llegar a una etapa de madurez y llegar al género con el alma”.

Le gusta que su cinta mantenga en vilo al espectador, “tenso y saboreando”, aún cuando “no pasa nada”, y reconoce que en 'O que arde' eso no sería posible sin Benedicta y Amador, dos personas “conectadas con su esencia”.

Ambos, resume, “resistentes ante un mundo que se está cayendo a pedazos; ellos siguen con sus valores centenarios, y sus tres vacas”.

“No es que justifique a Amador, ni sabemos si fue condenado justamente, pero sí intento que lo entendamos, que convivamos con esa cicatriz que él tiene. Y estos tiempos no entienden de fragilidades, y menos cuando es gente del campo”.

Reseñable igualmente el rodaje del incendio final, metidos actores, cámara y director en un fuego real. “Ahí estuvimos, en medio de las llamas, poniendo en juego nuestra vida. Pero eso es lo que hace el cine, que tienes que morir haciéndolo, que se note que hay una verdad”, resume Laxe.

Alicia G.Arribas.

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