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Pedro Burruezo, músico y escritor: “Claustrofobia fue un grupo pionero de la música mestiza cuando todo eran tribus urbanas”

Pedro Berruezo, músico, periodista y activista

Jordi Sabaté

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Arrebato, Silencio y Repulsión. Así se llaman los tres trabajos que marcaron la trayectoria de uno de los grupos más originales, rompedores e incomprendidos de la música española de los años 80: Claustrofobia. A medio camino entre el after punk gótico, la new wave y el flamenco, sus canciones fueron un contrapunto a la vida artística que se desarrollaba en una Barcelona marcada por las tribus urbanas, que no supieron tomar el relevo al cada vez más desfasado rock progresivo nacido en los 70.

Tal vez por ello, desde un primer momento destacaron y llamaron la atención de los críticos y de una audiencia, minoritaria pero fiel y selecta, que sí estaba deseosa de nuevas experiencias musicales e intelectuales como las que la banda proponía. Para el resto, fueron unos esnobs extravagantes y pretenciosos. Es esta la razón de que acaso debamos considerarles la primera banda de culto del pop español.

Ahora la discográfica Satélite K reedita sus tres primeros trabajos en formato vinilo, los citados Arrebato, Silencio y Repulsión, para coleccionistas y nostálgicos de aquella oscuridad cañí que sonaba a barrio Chino barcelonés –ahora lo llaman Raval–, estaba macerada en las brumas del Manchester de New Order y Joy Division, y deletreaba a los poetas malditos del París del siglo XIX.

Para celebrar el relanzamiento de tales joyas –no hay que olvidar que Repulsión fue declarado por los críticos de la revista Rockdelux el mejor disco español de 1987– nos citamos con Pedro Burruezo, alma y motor del grupo junto a María José Peña y cuya trayectoria ha continuado posteriormente con dos proyectos más o menos paralelos: Bohemia Camerata y Nur Camerata. El primero centrado en la música de café y cabaret, y el segundo en melodías y acordes inspirados en el Magreb y que responden a la conversión de Burruezo al islam, dentro de la rama del sufismo.

Nos propone hacer la entrevista en el bar Els Tres Tombs, frente al mercado de Sant Antoni, en el barrio que lleva el mismo nombre. Una vez ahí, y durante la sesión fotográfica en la que Burruezo propone mostrar su mondol, una mandolina típica de Argelia, explica por qué que le gusta quedar en ese bar: “Era donde siempre me veía con Francis, fuimos grandes amigos durante nuestra juventud”. Se refiere a Francisco Casavella, el malogrado autor de la trilogía de El día del Watusi, últimamente reivindicada a través del teatro gracias a la obra del dramaturgo Iván Morales.

'Arrebato': una marcianada en la Barcelona de las tribus

“La verdad es que Claustrofobia, desde sus inicios hasta su final, pasó por una trituradora de sonidos muy diferentes entre sí, tocamos muchos géneros”, dice Burruezo en cuanto se le pregunta por la receta que hizo de la banda un suceso único en su género. “Creo que nuestro principal mérito –añade– fue ser abiertos en un panorama en que todo el mundo en Barcelona funcionaba por sectas, no se mezclaban rockers con mods o siniestros o poperos o músicos folk”.

Comenzaron siendo inicialmente dos, María José Peña y el propio Burruezo, “con apenas 15 o 16 años”, ambos con inquietudes musicales y acceso a las cajas de ritmos. “Entonces salíamos poco por la noche y pasábamos muchas horas componiendo”, comenta. Pronto se une al proyecto Antoni Baltar y posteriormente Sebastián Montesinos, al que Burruezo llama “el Cebolla”. Gravan las primeras maquetas y las mueven por las discográficas locales hasta que Wilde Rekords les publica su primer trabajo, Arrebato.

El resultado es un disco distinto, que bebe de las bases de Joy Division pero también del tecno-pop y lo sazona todo con extrañas aventuras vocales de pretensión orientalizante que fascinan tanto como desconciertan. A este respecto, cuenta una anécdota: “Un día un periodista en una entrevista en la radio me preguntó sobre mis influencias y le dije que en casa escuchaba flamenco y rancheras; entonces me soltó si me gustaba epatar”. “Claro que no”, agrega Burruezo al tiempo que enfatiza: “¡Es que es lo que escuchaba!”.

'Repulsión': semilla del futuro mestizaje español

“Con Arrebato y El Silencio [su siguiente álbum, también ahora reeditado] ya dimos muchas pistas de por dónde íbamos, y en Repulsión se vio cómo un mismo grupo estaba tocando géneros muy distintos entre sí, lo que constituyó una gran novedad”, prosigue el músico. Escuchar hoy Repulsión es una experiencia curiosa, si se tiene en cuenta que se trata de un trabajo de 1987, porque en él flota un mestizaje musical difícil de ver entonces en España, con una vocación claramente flamenca, pero también jamaicana y africana, en la que mandan las percusiones y las bases electrónicas.

Solo Víctor Coyote se aventuraría entonces tan lejos, aunque este con la música caribeña. Hoy en día, en cambio, desde Rodrigo Cuevas a Zetak, de Tanxugueiras a Marala o la mismísima Rosalía se han atrevido a mestizar música de raíz con sonidos electrónicos. “El Guincho [productor de Rosalía] es un gran admirador de Claustrofobia”, asegura Burruezo. “Repulsión abrió las puertas a muchísima gente, porque después de nuestro disco fue normal lo que en ese momento era casi un sacrilegio”, agrega respecto a su mezcla de estilos.

Para rematar la excepcionalidad de Repulsión, en el tercer corte, Tu traición, colabora Robert Wyatt, exbaterista de la mítica Soft Machine, banda pionera del rock progresivo conocido como sonido Canterbury. “Robert estaba residiendo en Gavà con su segunda mujer, así que fuimos a verle”, comenta Burruezo, quien añade que “estaba jodido en aquel tiempo por problemas neurológicos a causa de su accidente [quedó parapléjico al caer en 1973 por una ventana]”.

“Le sacamos a comer –prosigue–, le llevamos a una peña flamenca y le propusimos, sin compromiso, pasarse por el estudio el día en que se grababa la canción para el disco”. Wyatt aceptó la invitación y el resto es historia. Luego incluyó el tema en un álbum de rarezas que llamó Flotsam Jetsam (1994), en el que también cuenta con colaboraciones de Jimmy Hendrix o Kevin Ayers, entre otros.

'Encadenados'... al fin

El disco fue unánimemente aclamado por la crítica, con el citado reconocimiento de Rockdelux, pero no cuajó entre el público. Preguntado sobre las razones del fracaso –más bien no éxito– comercial, Burruezo explica que “nos distinguimos en un momento en que tenías no solo que ser rockero, punk, mod o gótico, sino que además tenías que sonar como tal y si no, estabas en tierra de nadie”. Matiza que de todos modos sí tuvieron su público y giraron con frecuencia por todo el país, e incluso hoy en día la gente le reconoce y le rememora sus actuaciones.

No obstante, insiste en que la misma diferencia que les hizo célebres, les privó del público masivo. “Éramos demasiado catalanes para España y demasiados españoles por Catalunya; demasiado new wave para los rockeros y demasiados rockeros para los new wave; estábamos demasiado cercanos a la raíz para la gente de la modernidad, pero demasiado modernos para los que hacían música de raíz”, sentencia.

Éramos demasiado catalanes para España y demasiados españoles por Catalunya; demasiado new wave para los rockeros y demasiados rockeros para los new wave

“Ahí es donde se situaba precisamente Claustrofobia, en una tierra de nadie alternativa y mestiza”, insiste Burruezo, “por eso siempre digo que fuimos pioneros de los sonidos alternativos y mestizos cuando todo el mundo de la música se movía por tribus muy sectarias”. También explica la anécdota de un conocido periodista musical, aunque no quiere aclarar quién es: “Un día antes de un concierto me confesó que le encantaba Claustrofobia musicalmente, pero que nos consideraba unos esnobs por nuestras letras, porque por ejemplo usábamos un nombre como Ariadna, o para referirnos a un árbol nombrábamos un tamarindo en lugar de un pino”.

“Al cabo de 20 años”, agrega con sorna, “en un festival me lo volví a encontrar y me pidió perdón por esa acusación de esnobismo, porque entonces el nombre de Ariadna se había puesto de moda para las niñas y ya todo el mundo sabía lo que es un tamarindo; es decir que el país había cambiado, la gente ya hablaba distinto y las letras de las canciones habían dejado de decir simplezas adolescentes”. De este modo, quiere mostrar lo avanzados que estaban Claustrofobia incluso en las letras.

El adolescente que soñaba con ser Mishima se convierte en Zakariya

Este no éxito que no les permite dejar de ser un grupo de culto hace mella en el ánimo de Baltar y Montesinos, que dejan la banda. “Cuando se van Antoni y el Cebolla nos quedamos María José y yo, que sacamos un último disco llamado Encadenados, donde desarrollamos una evolución tan bestia que dejamos estilísticamente detrás a Claustrofobia, a lo que sonaba la banda”.

“Y, claro”, concluye el músico, “la gente venía a nuestros conciertos a escuchar los temas clásicos de Claustrofobia y se encontraba con un bolero con caja de ritmos; era demasiado para todos, incluso para nosotros, que ya no teníamos el cuerpo para seguir provocando”. La banda termina y más tarde Peña y Burruezo rompen su larga relación sentimental. Empieza para él una época diferente en la que entran otras prioridades, como el ecologismo radical y la conversión al islam con el nombre de Zakariya.

Como activista ecologista fue director durante 20 años de la versión española de la revista The Ecologist, aunque reconoce que actualmente es un poco menos radical y más realista respecto a sus objetivos de sostenibilidad. No obstante, ello no significa que haya bajado la guardia frente al consumismo desaforado del mundo moderno.

Al contrario, asegura que ha hallado la paz y la iluminación en la mística musulmana, alejado de los patrones de la modernidad, a la que culpa de todo. Se ha convertido en un místico reaccionario, a la manera de T. S. Eliott cuando abrazaba una tradición religiosa diferente a la que le vio nacer, como respuesta ética y estética a la pérdida de valores del mundo que le rodeaba. En el caso del poeta estadounidense fue el catolicismo; en el del músico catalán, la mística sufí.

Explica, con el sonrojo que da rememorar las locuras de la juventud, que de adolescente soñaba con tomar el Parlament de Catalunya y suicidarse frente a él mediante el ritual seppuku japonés para protestar contra la pérdida de valores en el país, tal como hizo Mishima en 1970 en el campamento de Ichigaya. “Hilando las cosas de mi vida, desde esas fantasías hasta mi situación actual, veo un camino claro, una dirección que tenía que tomar”.

Giras, primera novela y documental

Su misticismo musulmán le lleva a citar a “el que no se puede nombrar” como origen y destino de todas las cosas y por tanto como motivo para respetar todo aquello que goce de su divinidad, “ya sean piedras o seres vivos”. Es su respuesta a un mundo que asegura que “solo pide más, más, más sin control”. Sentencia: “Los lugares en el planeta donde la naturaleza se conserva hoy todavía con cierta pureza, coinciden con lugares donde la población mantiene cierta ortodoxia espiritual”.

Habla de Edgar Morin y su apelación [en su obra Introducción al pensamiento complejo] a “la espiritualidad ante el colapso que llega”. Luego reconoce que el colapso no ha llegado, pero “cada vez hay más suicidios, más insatisfacción, más violencia...”. Podría haber citado también, quizás, a Lacan cuando escribe en El triunfo de la religión que el ser humano precisa de dioses para trascenderse y así dotar de significado a sus acciones.

Cita a Bután, Tibet, la selva amazónica o el monte Athos como centros de esa pureza mística y ecológica, y aduce que intelectuales como Jordi Pigem, Josep-Maria Mallarach, Vandana Shiva, Edward Goldschmidt o Jerry Mander así lo creen. “Hagamos lo que hagamos, el futuro ya no está en nuestras manos, no tenemos el control y la única salida que hay es la espiritualidad”, es su premisa.

De todas maneras, se trata de una espiritualidad que se antoja poco contemplativa a tenor de la frenética actividad que Burruezo ha mostrado en las últimas décadas, pues acaba de presentar su primera novela, Auto-Sufí-Ciencia. Una historia de gnósticos, gitanos, irredentos y otros periféricos... (Mandala Ediciones, 2024), a la par que asegura que no para de girar con su banda de música de inspiración andalusí Nur Camerata. Para colofón, Burruezo anuncia que pronto se estrenará la segunda parte del documental Las tres vidas de Pedro Burruezo, dirigido por José López Pérez.

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