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Este blog se ocupará de las series más influyentes del momento, recomendará otras que pasan más desapercibidas y rastreará esas curiosidades que solo ocurren detrás de las cámaras.

'House of Cards' temporada final: el momento de Claire Underwood ha llegado

Imagen promocional de Claire Underwood en House of Cards

Belén Gómez

House of Cards arrancaba con una declaración de intenciones solo a la altura de muy pocas series. Frank Underwood –Kevin Spacey– salía de su casa, cuando aún no ocupaba el despacho oval, tras escuchar algún tipo de golpe o accidente de tráfico. En el portal se encontraba con el perro de sus vecinos, agonizando por haber sido atropellado. Entonces, Underwood miraba a cámara y nos ofrecía una de sus reflexiones: “Hay dos clases de dolor, el dolor que te hace fuerte y el dolor inútil, ese dolor que solo provoca sufrimiento. No tengo paciencia con las cosas inútiles”, decía.

De repente, empezaba a ahogar al pobre animal. “Momentos como este requieren a alguien que actúe. Que haga lo más desagradable. Lo necesario. Ya está, se acabó el dolor”, decía cuando el sabueso dejaba de moverse.

La sexta y última temporada de House of Cards  llega a Movistar Series, canal en el que estará disponible durante un año en exclusiva, sin perder un solo ápice de su garra, empuje e inteligencia en la exposición del thriller político más relevante del siglo XXI. Y es Claire Underwood –magnífica Robin Wright– quien asume el protagonismo absoluto. Es su momento: ahora o nunca.

Una mujer al frente de los Estados Unidos

En los primeros minutos del esperado retorno de House of Cards, otro animal aparece para ponernos en contexto. Un pequeño gorrión se cuela en lo que antes solía ser la habitación de Frank, ahora vacía. Atrapado y estresado, el ave golpea constantemente las paredes, haciéndose daño a sí mismo. Hasta que Claire lo atrapa.

Con el pájaro en la mano, la presidenta de los Estados Unidos baja las escaleras y recorre pasillos pacientemente hasta salir a las puertas de la mismísima Casa Blanca.

Allí nos mira a la cara, rompiendo la cuarta pared como solía hacer su antecesor. Pero sin seguir sus pasos. “No es verdad todo lo que les dijo años atrás. Que hay dos clases de dolor, los útiles y los inútiles. Solo hay una, porque el dolor es dolor”, nos confiesa. Entonces alza la mano y la despliega, liberando al ave, que alza el vuelo sin pensárselo dos veces. “Francis, ya no pintas nada aquí. Se acabó el dolor”, asegura.

Tras años esperando su oportunidad, enfrentándose en varias ocasiones a su marido, Claire finalmente ha conseguido lo que ansiaba. De gestora de una fundación a Primera Dama, y de ahí a la presidencia de la nación más poderosa del mundo. Nadie podrá decir que no se lo veía venir: su personaje ha batallado su posición y ha luchado siempre por ser más que la mujer de un hombre poderoso. Y eso se venía fraguando desde la primera temporada.

Sin embargo, el momento de convertirse en la primera mujer en presidir los Estados Unidos es también el momento de hacer las cosas de otro modo, y así ha sabido entenderlo el equipo de House of Cards. Al frente de la serie –dentro y fuera de la ficción–, hay más mujeres que nunca. Realizadoras como Louise Friedberg, Ami Canaan Mann, Stacie Passon e incluso la propia Robin Wright dirigen los episodios de esta temporada. Mientras que las nuevas incorporaciones del reparto, Diane Lane (Infiel, Bajo el sol de la Toscana) y Greg Kinnear (Pequeña Miss Sunshine, Mejor imposible), dan lo mejor de sí ante unos siempre mordaces Michael Kelly, Jayne Atkinson, Constance Zimmer, Patricia Clarkson y Campbell Scott.

Ahora manda Claire Underwood y, ante la expectación, podemos decir que el resultado no solo está a la altura, sino que arriesga más que nunca en su tramo final. House of Cards mantiene toda la tensión narrativa, la habilidad verbal y la eficacia visual –pilares del cine de David Fincher sobre el que se erigió la primera temporada–, pero eleva su discurso a una urgente actualidad. Sin perder una pizca de su esencia y convirtiendo a su protagonista en un personaje digno de entrar en el Olimpo de los más memorables de la televisión contemporánea.

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