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“Pasaré directamente a las injurias a la corona” y otros momentos clave de los Max

XXI edición de los Premios Max

Mónica Zas Marcos

Resulta paradójico que la XXI gala de los Premios Max estuviera dedicada al público y la televisión pública decidiera condenarla al ostracismo mediático. No solo le negó un hueco en la parrilla de su cadena principal, sino que fue emitida en diferido, dos horas más tarde de la entrega en Sevilla, en La 2 y hasta bien entrada la madrugada.

“El espectador perdona todo menos el sopor, dijo Voltaire”, advirtió Cristina Medina, maestra de ceremonias, sin poder hacer mucho por el letargo de los de casa. Fue una noche menos reivindicativa que de costumbre, pero los faranduleros demostraron de nuevo que saben hacer mejor uso de los atriles que sus colegas del séptimo arte. Por desgracia, ni siquiera eso basta para equilibrar la balanza.

No es ningún secreto la enorme diferencia de trato a nivel institucional entre las artes escénicas y el cine, como se encargó de recordar el presidente de la SGAE, José Miguel Fernández Sastrón, en su discurso. “A ver cuándo pasan los Premios Max a la primera de la televisión pública, como ocurre con los Goya. Si vamos a defender las artes escénicas, hagámoslo sin tapujos”, dijo dirigiéndose a José Guirao en su primera aparición pública como ministro de Cultura.

Donde hace un año -y dos y tres- llovían los dardos hacia un partido descuidado con las artes, esta vez hubo una lista de deberes para Pedro Sánchez y los suyos. Está en su mano, como le hicieron saber en varias ocasiones, revocar las medidas abusivas con los creadores como la Ley Mordaza.

“Un país democrático no puede permitirse que su Gobierno aparte pensamientos que son distintos al suyo a través de leyes. Rosa de Luxemburgo dijo que para defender la libertad hay que empezar defendiendo la libertad de los demás”, recordó el equipo de Fairfly al subirse al escenario sevillano como Mejor espectáculo revelación. Joan Yago, su autor, fue aún menos sutil en su segunda intervención y no dudó en lanzar nombres y apellidos desde el micrófono.

“Me han pedido que sea breve, así que voy a pasar directamente a las injurias a la corona. Es una broma. No, no es una broma, es libertad de expresión y no tendría que darnos miedo ejercerla en un atril. Quería decirle a Pedro Sánchez, tan crítico desde la oposición con la Ley Mordaza, que para vergüenza y bochorno de todo el mundo esa ley continúa vigente”, comenzó.

“Por cierto, hoy después de tantos años ha entrado en la cárcel Iñaki Urdangarin y quería celebrarlo con todos vosotros. Y me pregunto si ese chaval que también está en la cárcel por cantar que los borbones son unos ladrones puede volver ya a casa. Buenas noches”, terminó el ganador a Mejor autoría revelación por Fairfly en uno de los discursos más aplaudidos y comprometidos de la noche.

Aparte de la hiperactiva presencia de Medina, más conocida por su papel de Nines en La que se avecina que por su vasta carrera teatral, hubo pocas mujeres premiadas más allá de las categorías secundarias. La razón la dio el presidente de la SGAE: “En los teatros estatales, solo un 18% de las obras son de autoría femenina y solo un 22% de los espectáculos están dirigidos por mujeres. Debe haber más mujeres creadoras. Lo agradeceremos nosotros y lo agradecerán ustedes, el público”, aseguró Fernández Sastrón.

Al menos hubo dos categorías donde premiar a un hombre no era una opción. Pilar Gómez se hizo con el galardón a Mejor actriz protagonista por interpretar a Emilia Pardo Bazán en el Teatro del Barrio, y a esta pequeña sala madrileña le dedicó su premio por el compromiso de apoyar a las Mujeres que se atreven. En el apartado de danza, Eva Yerbabuena venció por Apariencias y dejó por escrito un emotivo canto al flamenco que leyó su hija en su nombre.

Sin embargo, fue su homólogo masculino el que venció de forma absoluta con tres galardones, convirtiéndose así en el más premiado de los Premios Max. El canario Daniel Abreu se hizo con la manzana a Mejor intérprete masculino de danza, a Mejor espectáculo y a Mejor coreografía por su obra La desnudez.

La vigésimo primera gala de los premios de las artes escénicas arrancó con cierta reticencia por parte del sector por su nuevo sistema de votación. Los más críticos, como Sergio Peris Mencheta o Asier Elejalde arguyen que el jurado prima que haya una representación de todos los territorios españoles por encima de la verdadera calidad de las obras.

Disconformidades aparte, lo cierto es que el País Vasco y Catalunya se llevaron bajo el brazo algunos de los premios más jugosos. Solitudes, el conmovedor montaje vasco de máscaras y sin texto se hizo con el Max a Mejor espectáculo teatral y el de Mejor composición original, así como la obra Los Gondra le valió a Borja Ortiz de Gondra el de Mejor autoría. “Esta pieza nació por la incapacidad de convivir con aquellos que tienen una lengua distinta. ¿Seremos capaces algún día de perdonarnos y mirarnos a los ojos?”, dijo el dramaturgo en toda una declaración de intenciones.

Las compañías catalanas también protagonizaron varios momentos de gloria sobre el atril, pero fue Julio Manrique, ganador por su dirección de escena en L' Ànec Salvatge, el que lanzó la proclama más contundente. “Libertad presos politics y libertad de expresión para todas y para todos, sin prejuicios pero, sobre todo, sin mordazas”, dijo justo antes de que la señal desapareciese por arte de magia y la pantalla de La 2 se fundiese a negro. ¿Casualidad? Puede que nunca lo sepamos.

En definitiva, las artes escénicas se siguen revolviendo aunque el nuevo presidente les haya regalado un ministerio propio. Lo hacen porque el teatro se sabe lejano del idílico star system que reina en otras disciplinas, y hablando con la tranquilidad y la sabiduría del veterano maltratado. Lo hacen sin tapujos porque no tienen nada que perder, y sí mucho que ganar. Pero esa pelota hace mucho que está en el tejado de la Moncloa: toca ver si el nuevo gobierno está dispuesto a jugar con unas reglas más justas.

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