Pocahontas entierra a la princesa Disney: “Tenía entre 8 y 10 años cuando conoció a John Smith”
En 1995 Disney decidió cambiar las fábulas clásicas por los libros de Historia para crear a su nueva protagonista. Pocahontas se salía de la tónica de las princesas caucásicas de impolutos modales, como Blancanieves y La bella durmiente, pero seguía encajando en el molde tradicional que la factoría usa para vender muñecas y roles ejemplarizantes a las niñas (también a los niños, pero sobre todo a las niñas).
La presentaron como una princesa exótica, bella y rebelde, y quizá lo fuese en comparación con sus antecesoras. Pero mientras que aquellas solo eran una versión dulce de los atormentados personajes de Perrault y los hermanos Grimm, Pocahontas fue una persona de carne y hueso. El problema es que su historia ha sido retorcida hasta el ridículo y la cruenta realidad sustituida por amores interraciales y colores en el viento.
La Pocahontas de Bárbara Maestanza (Barcelona, 1990), en el Teatro Pavón Kamikaze hasta 4 de enero, se presenta orinando encima de una tumba cubierta por la bandera norteamericana. Más tarde desvelará que debajo se encuentra Walt Disney y todas esas expectativas patriarcales que el personaje de 1995 imprimió sobre una mujer que existió de verdad, aunque lo coherente habría sido lo contrario.
No hay nada de Matoaka -nombre real de Pocahontas- en la película animada, por eso Maestanza encarna ahora una de las versiones que ofrecen los libros de Historia aderezada con una interpretación personal muy punk. “Me dio por revisar los clásicos de la millennial que soy y me di cuenta de que, mientras que no podía pasar de los primeros 20 minutos de La Bella y la Bestia, el machismo en Pocahontas no era tan evidente”, explica la actriz y directora del monólogo a eldiario.es.
“Me costó muy poco encontrar la información real, que quizá tampoco lo sea, pero es todo lo contrario a lo que nos cuenta Disney. Lo que me revolucionaba era saber lo fácil que era conocerla y que, sin embargo, siguieran adelante usando su símbolo. La mentira era tan evidente que desvelaba ese utilitarismo estadounidense”, comenta. Por eso, en su performance los elementos yankees como las banderas, las botellas de Coca Cola o las cajas de hamburguesas del McDonald’s son más numerosos que los que recrean un poblado indígena.
Pocahontas nació alrededor de 1595 en lo que el mapamundi actual reconoce como el estado norteamericano de Virginia. Pertenecía a la tribu de los powhatan y era la hija mayor, que no la consentida que nos presentó Disney, del jefe indio del clan.
Cuando apenas alcanzaba la década de edad, los colonos ingleses llegaron a la bahía de Chesapeake y durante esa incursión conoció a un capitán al que salvó la vida. Eso es cierto. La diferencia es que “tenía entre 8 y 10 años cuando conoció a John Smith”, como detalla la función y ni él estaba enamorado ni ella tenía edad para saber qué era eso. De hecho, más tarde le recordaría como “el oso” en su correspondencia.
Mientras esta Pocahontas reencarnada habla, por detrás aparecen estampas reales que en nada se parecen al galán joven y rubio que decora el merchandising de Disneylandia. Claro que ella, adulta, esbelta y con un pelo azabache impoluto, tampoco fue la cría que recibió a los colonos con una mezcla de curiosidad y terror. Nunca sabremos cómo veían esos diminutos ojos a un hombre “con muchísimo pelo” y que le sacaba veinte años, pero según Maestanza su mirada debió distar bastante de la que surgía “corriendo por las sendas de los bosques”, como decía la canción.
Como la amistad con los ingleses interesaba a los powhatan, el jefe de la tribu ofreció a su hija como dádiva a los soldados. En su campamento la recluyeron por varios años y, durante este encierro, conoció al segundo de los galanes que nos presentó Disney en Pocahontas II: John Rolfe. En la versión teatral, ella se aferra a él como quien se aferra a un hierro candente en el frío. “Se les olvidó que esta era mi casa antes que la suya, y después me di cuenta de que un inglés siempre estará en Inglaterra”, enuncia dándose por vencida.
Rolfe le prometió la libertad si se casaba con él, una oferta que a la indígena le resultó sugerente e inofensiva. Para ella significaba recuperar el calor. Para él, la forma de mostrar a la reina de Inglaterra que la colonización estaba siendo un éxito: nada mejor que regresar con una “salvaje” convertida al cristianismo y casada con un lord inglés. “No entendía por qué esta historia me hervía el pecho hasta que me di cuenta de que todo es colonizar y ser colonizada. Ella lo fue y ahora es el capitalismo el mayor colono, y el patriarcado va de la mano”, compara Maestanza.
Pocahontas murió en 1617, a los 20 o 21 años, habiendo sido madre dos veces: una por la violación de Cocoon, un hombre de su tribu, y la segunda de John Rolfe. “Me plantee que, si la realidad nos llega distorsionada por haber sido transmitida por los de siempre, nunca vamos a saber qué le pasó a esa persona, ni cómo pensaba ni cómo sufría. Lo que sí sabemos seguro es que no pasó lo que nos contó el padre Disney”, se plantea la actriz.
Bárbara Maestanza sabe que la historia solo cambia cuando se transmite con rabia. Por eso canta Colores en el viento cabreada sobre las tablas, le recita una carta con inquina a Disney, da a luz totalmente desnuda y a cuatro patas exigiendo a alaridos volver a ser “un animal, no una princesa” y se encoleriza hablando de civilización, “una mentira flagrante”.
Termina confesando que, como caucásica privilegiada, se está apropiando del relato de una mujer de otra cultura que ya no puede contarse a sí misma. “Pensaba que era inútil y ofensivo”. Pero, puestos a reinterpretar Pocahontas y la colonización, mejor la versión de una hermana que la farsa que usa su padre para vender muñecas.