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Los últimos artesanos de cuencos para los monjes budistas en Tailandia

Los últimos artesanos de cuencos para los monjes budistas en Tailandia

EFE

Bangkok —

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Entre los estrechos callejones y canales del casco antiguo de Bangkok se encuentra la comunidad de los únicos artesanos que mantienen vivo el arte centenario de manufacturar cuencos metálicos para los monjes budistas en Tailandia.

Ban Bat (aldea de los cuencos budistas) es el único sitio donde se hacen estos cuencos artesanales que los monjes con brillantes túnicas azafrán llevan en los vecindarios para recolectar limosnas o donaciones (principalmente alimentos como arroz) durante las primeras horas del día.

Estas salidas matutinas son una tradición budista que no solo se practica en Tailandia, sino también en Birmania (Myanmar), Laos y Camboya.

Envuelta en el fuerte ruido de los golpes contra el acero para moldear los recipientes, Ban Bat fue fundada durante el reinado del rey Rama I, cuando los artesanos de la antigua capital Ayutthaya se establecieron en la zona de Rattanakosin, en Bangkok, hacia el año 1783.

Hirun Suesrisom, de 60 años, es el jefe del Grupo para la Conservación de los Cuencos de las Limosnas Tailandeses en Ban Bat. Sus ancestros viajaron a la zona en barca desde Ayutthaya para establecerse hace unos 150 años, y Hirun forma parte de la sexta generación de esta familia dedicada a hacer las escudillas budistas.

“En el pasado, todos en el pueblo hacían los cuencos. Pero en 1971 llegaron al mercado los cuencos hechos en fábrica”, dice a Efe Hirun.

Estos cuencos producidos en masa coparon el mercado debido a su bajo coste y la rapidez con que eran fabricados.

El artesano afirma que muchas familias tuvieron que dejar de hacer estos recipientes monacales y ahora solo quedan unas 10 personas dedicadas a esta antigua profesión.

Ante la producción en masa de cuencos de fábrica, los artesanos llegaron a hacer dos o tres al día con el propósito de preservar la tradición. Sin embargo, ahora ha aumentado el interés de los tailandeses en aprender el oficio de Hirun.

La demanda ha crecido también gracias a los turistas, a los budistas que compran las vasijas para donarlas a los monjes y a los propios religiosos que hacen pedidos para sus templos.

“Nuestros cuencos tienen ocho marcas de soldadura, pero los cuencos de fábrica no tienen ninguna porque están hechos de una sola pieza de metal. Los nuestros duran 100 años y suenan como campanas”, explica Hirun.

Las vasijas se elaboran a partir de una pieza de acero en forma de cruz y los extremos se curvan hacia arriba desde el centro para formar un borde circular. A continuación, los artesanos colocan cuatro piezas con forma de hoja de árbol de bo para cubrir los huecos en las esquinas.

Finalmente, las junturas se sueldan para moldear la escudilla, se pule para darle suavidad y se cubre con una laca oscura.

Varios artesanos dedican unos tres días de trabajo para hacer los cuencos, de varios tamaños y formas clasificados con nombres como fruta de ébano, lima y, el más popular, tigre.

Al final de un soi (bocacalle) bordeado de casas tradicionales cerca del taller de Hirun, su hermana mayor, Mayuree Suesrisom, de 62 años, golpea un cuenco.

“Comencé a hacer estos cuencos cuando tenía 12 años... Me encanta todo esto”, señala Mayuree entre los golpes que reverberan a lo largo del camino.

A la vuelta de la esquina se encuentra la sobrina de Hirun, Maneerat Nakarat, de 42 años. Pertenece a la séptima generación de artesanos de vasijas para limosnas y asegura que se siente “honrada” de ser una de las pocas personas dedicadas a este oficio.

“Somos la única comunidad que aún hace las vasijas a mano. Nos hacen pedidos desde otras partes del país”, afirma Maneerat.

Los padres de Hirun heredaron sus habilidades artesanales y el conocimiento de sus mayores y querían que sus hijos también se implicaran para conservar este arte, que se mantiene vivo con cada nueva generación.

“Nuestros hijos crecieron viendo a sus padres, tías y tíos haciendo los cuencos (...) Es como una herencia cultural”, indica Hirun.

La tradición también se extiende entre los tailandeses de fuera de la comunidad interesados en aprender de los maestros artesanos.

“Espero que vengan y aprendan aquí. Estamos dispuestos a enseñarles todo. Solo espero que los tailandeses muestren más interés”, agrega el artesano.

Aunque hay muy pocas personas haciendo los cuencos, Hirun no teme que la tradición desaparezca algún día.

“No temo que muera. He enseñado a mucha gente”, concluye el artesano.

Taryn Wilson

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