Veo, veo... mamoneo
Nacho Cano es un buen músico, de eso no hay duda. Lo que sucede es que es un buen músico que hace unas canciones malísimas, al contrario que Rosendo, el guitarrista de Carabanchel, que es más limitado como músico, pero cuyas canciones son infinitamente mejores que las que compone Nacho Cano.
Dicha apreciación no es subjetiva, sino orgánica. Porque el criterio cualitativo de una pieza artística viene dado por la intensidad de la misma cuanto toca traspasar de punta a punta un corazón. Ejemplos de esto último pueden ser los cuadros de Goya, un mal pintor que pintaba unos cuadros buenísimos o las novelas de Pío Baroja, un mal escritor que escribía unas novelas insuperables.
Así podríamos seguir con ejemplos varios, pero no conviene despistarse. Porque hoy vine aquí a hablar de Nacho Cano, un niño bien que siempre ha tenido todo a su favor, pues nació en la España de los privilegios, al contrario que Rosendo cuyo origen humilde lo llevó a pasar fatigas y a pelearse la vida con la fuerza de sus acordes.
Las comparaciones son injustas, ya se sabe, y no entraríamos en ellas si un concejal del distrito madrileño de Hortaleza no hubiese sacado el nombre de Rosendo a relucir cuando, en un pleno, se trataba el tema de la cesión de un terreno a Nacho Cano para que este pusiese construir una pirámide azteca. “Yo soy más de Rosendo, pero qué voy a hacerle”, dijo el concejal, dando a entender que donde hay patrón no manda marinero. Lo digo así, en plan chascarrillo de bareto, para no desentonar con el tono del concejal de marras.
Como España es un país de sainete, se lio una gorda, y Nacho Cano fue señalado como lo que es, un aprovechado de las políticas de Ayuso y de la familia pepera. Empezaron los dimes y diretes recordando a Nacho Cano en la Puerta del Sol, durante la última noche del año. Luego siguió con la puesta en escena de la medalla de Madrid donde Nacho Cano bajó cerviz ante la autoridad, y continuó la cosa cuando el pasado verano la presidenta de la Comunidad de Madrid pasó unos días en la casa que el músico tiene en Ibiza. Con esto último, las malas lenguas se enredaron dando por hecho que Nacho Cano enseñó a Ayuso las 26 posturas del Bikram Yoga, disciplina en la que el músico está muy puesto. No vamos a entrar en detalles.
Lo que llama la atención es que el proyecto no se va a quedar en una pirámide azteca, o en una carpa, o vete tú a saber, pues también va a hacerse un parking que va a extenderse en dichos terrenos del barrio. Pero como nos toman por imbéciles, hace unos días salió Nacho Cano a aclarar el asunto y soltó la palabra mágica: “Trabajo”. Con su proyecto va a crear empleo, aseguró el músico. Y ese es el argumento que ha conseguido cuajar en la mayoría de la gente que desconoce lo que sucede cuando un capitalista habla de trabajo. Porque cuando un capitalista habla de trabajo, no está hablando de otra puñetera cosa que de beneficio para el Capital.
No hay que olvidar que Nacho Cano es un capitalista, y no precisamente por tener dinero, sino por invertir el dinero en la espiral que lo valoriza en cada vuelta. Hay que tener cuidado, y matizar mucho, para que el capitalismo no nos lleve a su terreno con la palabra “trabajo” como efecto de una causa mayor como lo es el interés económico.
Rosendo, el Rosen, sabe bien estas cosas. Hay que recordar que se negó a que se le hiciera una estatua por el gasto público que ocasionaría y, en su lugar, pidió que el dinero se invirtiese en escuelas u hospitales. Esa es la diferencia moral entre un músico y otro.
Porque lo que nos da Rosendo son lecciones de dignidad y de honra, atributos de los que carece Ayuso, Nacho Cano, y demás ralea. Por eso mismo, una canción de Rosendo siempre llegará más adentro que todas las composiciones moñas de un hijo de la España de los privilegios por mucho Bikram Yoga que practique.
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