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Un refugiado sirio en Turquía crea prótesis con impresoras 3D para mutilados de la guerra siria

Abdul en su oficina de Gaziantep | Fabiola Barranco

Fabiola Barranco

Gaziantep (Turquía) —

En 2011 cuando comenzó el levantamiento popular contra el régimen de Bashar Assad, Abdul Rahman estudiaba ingeniería en la universidad de Alepo, su ciudad natal. A medida que las bombas, el asedio y el horror cobraba mayor protagonismo en el país árabe, Abdul tuvo que aparcar sus estudios pero, tras reanudarlos en el exilio, ahora vierte sus conocimientos académicos en su pueblo. Abdul cura heridas del conflicto sirio con impresoras 3D.

Este joven junto con otros compañeros, también sirios y con experiencias vitales muy similares a las suyas, han puesto en marcha un proyecto de creación de prótesis de manos y brazos fabricados con impresoras 3D, que pretenden aliviar el dolor de quienes sobreviven a la guerra y llevan las secuelas en sus propios cuerpos.

Tras el estallido de la guerra, esperó durante tres años y solo pudo reanudar sus estudios en el exilio, graduándose en Ingeniería Electrónica y Mecánica en la universidad de Zirve en Gaziantep, una ciudad turca que supone un cruce entre Medio Oriente y Europa y que tan sólo 60 kilómetros de distancia la separan de Siria. Un enclave que, desde 2012, ha aumentado su población en más de un 20% y el número de refugiados que alberga, supera los 300.000, la mayoría procedentes de Alepo.

Los datos ofrecidos por la Red Siria para los Derechos Humanos muestran algunas de las razones que le empujaron a decidirse por esta iniciativa. Según un informe publicado en 2014, desde marzo de 2011, ha habido al menos 1,1 millones de personas heridas en Siria. De ellas, alrededor del 45% son mujeres y niños. Entre el 10 y 15% de estos casos han derivado en minusvalías permanentes o amputación de miembros.

Desde una pequeña oficina que les sirve como sede, ubicada entre modernos locales comerciales y tradicionales tiendas de especias y deliciosos bakavla —pastel elaborado con masa filo, miel, pistachos y otros frutos secos— regadas por el centro de Gaziantep, Abdul explica su proyecto. Asegura que ellos manufacturan “prótesis de brazos y manos, para ayudar a personas que tienen necesidades especiales porque han sido amputadas desde el antebrazo, dedos, o la muñeca para que puedan sostener o agarrar cosas”. 

Tal y como detalla, “esto les permite realizar muchas tareas de la vida cotidiana, como conducir, montar en bici o usar un bolígrafo”.

Sus prótesis ayudan, describe Abdul, a “este producto puede mejorar la condición psicológica de los heridos, especialmente los niños, ya que el uso del producto impreso en 3D nos permite controlar y gestionar el tamaño, colores, formas de elaboración”.

Pensando en las víctimas de la guerra de la que él mismo huyó, ha establecido un precio algo más asequible del que suele encontrarse en el mercado: “Es mucho más barata que las normales, ya que pueden costar un máximo de 300 dólares, mientras que el precio de las convencionales asciende a los 1.000”.

Desplazarse a Siria para llevar las prótesis se torna prácticamente imposible, debido a la situación actual que atraviesa su país, azotado por los ataques de Assad y grupos radicales como el autodenominado Estado Islámico. Por eso, trabaja en colaboración con doctores en terreno que se encargan de informar sobre los casos que requieren su ayuda, así como de gestionarlos.

La red creada entre Alepo y Gaziantep

El doctor Yasser Darwish es uno de ellos. Al otro lado del teléfono y de la frontera, el urólogo, comparte con eldiario.es su experiencia curando y salvando vidas bajo las bombas. Desde uno de los hospitales en los que trata a sus pacientes en las zonas rurales del norte Alepo, expresa su apoyo al proyecto que sus compatriotas y compañeros ingenieros han puesto en marcha. “Creo que es realmente necesario, así como los programas de rehabilitación para las víctimas”.

Al igual que a Abdoul, el curso de estos años marcados por la violencia en Siria ha cambiado la existencia del médico. “En 2011 participé en las manifestaciones populares, pero los servicios de inteligencia de Assad me detuvieron durante seis meses y medio. Luego trabajé en hospitales de campaña y en dos ocasiones fui elegido como Responsable de Salud del Distrito de Alepo, hasta mayo de 2016”, relata Yasser su particular trayectoria profesional.

El testimonio del doctor pone de manifiesto el riesgo que sufre el personal sanitario en las zonas no controladas por Damasco, y que no ayuda a paliar la fuerte crisis humanitaria que atraviesa la población civil del país mediterráneo. “Desde mayo de 2012 no recuerdo ningún día libre de bombas en Siria. Cada día hay ataques y esto ha obligado a la mayoría de los médicos a emigrar”, lamenta.

Al otro lado: los hospitales, objetivo militar

En esta línea, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, calificó como “crímenes de guerra”, los ataques indiscriminados de la aviación de Assad y su aliado ruso a hospitales en el noreste de Alepo. Por su parte, la ONG Médicos Sin Fronteras, denuncia que, en 2015 los centros médicos que reciben apoyo de la organización sufrieron 94 ataques, que se saldaron con la vida de 81 profesionales sanitarios. Los lugares de protección, como las escuelas u hospitales, se han convertido en objetivo militar y sufren el bloqueo de la ayuda humanitaria.

Los pacientes aumentan y las dificultades para ser atendidos también. “Antes de la guerra teníamos un buen nivel médico, pero después, y tras el asedio de las ciudades, hemos retrocedido 50 años en cuestión de equipos hospitalarios y en calidad”, aclara Yasser.

Apoya sus palabras dando ejemplos de la falta de recursos a la que se enfrenta el personal sanitario: “Ya no hay máquinas para hacer resonancias magnéticas, tan sólo hay unos pocos médicos de especialidades importantes como neurología, los bancos de sangre son deficientes, los laboratorios son muy pobres…”.

Aunque el doctor Darwish confiesa sentir “una gran frustración al no poder hacer nada para proteger a los heridos”, él, Abdul y otros muchos sirios y sirias se esfuerzan cada día en tejer una red de apoyo y solidaridad mutua, que les permita resistir ante la barbarie.

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