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Ser becario antes de la llegada del Estatuto: “Sufría de insomnio por trabajar de noche”

Becario haciendo prácticas en un estudio de arquitectura.

Clara Angela Brascia

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Trabajar gratis para ganar el máximo de experiencia posible. Hacerlo incluso durante los fines de semana y los días festivos. Sin vacaciones o remuneración por los gastos de transporte, y sin apenas tutorización, a pesar de tratarse de un proceso formativo. Más de un becario en España ha tenido que aceptar una de estas condiciones, o todas, a lo largo de su carrera universitaria en nombre de su formación. Las empresas lo saben, y se aprovechan. “Cuando estás empezando, no tienes la seguridad en ti misma como para valorar lo que estás haciendo y pedir que te paguen. Pero lo aceptas, porque sabes que es tu primera experiencia y crees que es lo normal. Que no hay otra forma”, reflexiona Carlos Coiduras, oscense de 26 años que aceptó unas prácticas no remuneradas cuando estaba cursando el último semestre de su carrera. “A posteriori, no volvería nunca más a trabajar gratis”.

Miles de becarios en España —la cifra exacta es imposible de calcular, ya que no existen registros oficiales— aceptan todos los años trabajar a cambio de nada o casi nada. Lo hacen porque se ven obligados a pasar por este proceso de iniciación, que para muchos representa su entrada en el mercado laboral. Y no protestan porque, hasta ahora, no han tenido el amparo de la ley. Su situación cambiará una vez que el Ministerio de Trabajo apruebe el primer Estatuto del Becario, un “catálogo de derechos” que tiene como objetivo acabar con todos los abusos que tienen que sufrir los estudiantes en práctica. Los sindicatos mayoritarios ya aprobaron el borrador tras someterlo a consulta de sus órganos internos. Falta por saber si la CEOE se sumará a la reforma. “Estamos a la espera de que las organizaciones empresariales clarifiquen su postura”, aclara una portavoz de Trabajo.

A pesar de estar formándose, los becarios se encuentran a menudo en la posición de tener que desempeñar las tareas de los trabajadores en nómina, pero sin todas las ventajas de tener un contrato. Y además teniendo que soportar la presión psicológica de esforzarse al máximo con la esperanza de acabar en plantilla una vez se acabe la universidad. Sin embargo, las becas casi nunca acaban en un final feliz.

Coiduras tuvo claro desde el primer momento que no se iba a quedar. Cuando estudiaba ingeniería industrial en la Politécnica de Madrid, dijo que sí a unas prácticas no remuneradas en un estudio de diseño industrial. “Cuando estás en la universidad, piensas que es importante acumular cuanta más experiencia posible para cuando te tengas que enfrentar al mundo laboral. Acabas aceptando cualquier cosa”, explica. Al poco de empezar, se dio cuenta de que su jefa se aprovechaba “sin escrúpulos” de los becarios. “Decía que nos iba a contratar, que ojalá llegara un cliente importante para encargarnos un proyecto. Pero a los seis meses estábamos fuera, reemplazados por otros becarios”.

Rodolfo, nombre ficticio, padeció insomnio durante meses por trabajar de noche, una condición que el Estatuto se dispone a prohibir, así como la posibilidad de hacer turnos. Como becario en un medio de comunicación, su jornada empezaba a la una de la madrugada y acababa a las siete de la mañana, aunque ha perdido la cuenta de las veces que se quedó en la redacción hasta tarde en la mañana. “Ha sido insoportable. Pero aguantas, porque como becario sientes que tienes que agradecer la oportunidad de aprender. En realidad estás allí para facilitarle el trabajo a otros, y encima cobrando una limosna”, recuerda.

“Somos mano de obra barata, no hay otra forma de decirlo”

“Somos mano de obra barata, no hay otra forma de decirlo”, sentencia Jorge Gómez, ingeniero informático. Como todos sus compañeros, este burgalés de 23 años decidió hacer unas prácticas formativas para alcanzar los últimos créditos necesarios para terminar la carrera. “Mejor tener un poco de experiencia laboral que hacer exámenes opcionales”, opina. Acabó en una empresa que tenía otros 19 becarios, que trabajaban de forma independiente y sin recibir ningún tipo de formación, en varios proyectos. “Todo lo que he aprendido, ha sido gracias a los tutoriales de Youtube”, denuncia.

Al terminar los seis meses, se quedó en la empresa, esta vez como falso becario a través de unas prácticas extracurriculares —es decir, aquellas que no forman parte de los planes educativos de los estudiantes— y por la misma cantidad que antes, a pesar de estar ya graduado: 300 euros por media jornada, 600 por jornada completa. “Era una costumbre de la empresa. Cuando empecé me habían dicho que me aceptaban solo si me comprometía a quedarme para otras prácticas extracurriculares”, añade.

El fraude de los falsos becarios es uno de los aspectos que más preocupa a los sindicatos y al Ministerio de Trabajo. De hecho, el Estatuto promete eliminar, tras un periodo transitorio de tres años desde su aprobación, las prácticas extracurriculares. Este punto se está encontrando mucha resistencia por parte de los empresarios, que consideran las prácticas no laborales como la principal vía de entrada de los jóvenes al mercado laboral. “La mesa de diálogo sigue abierta. Nuestro objetivo es alcanzar un sistema garantista para todo el mundo. Hacerlo de una forma que no desincentive las prácticas”, aclaran desde la CEOE.

Adrià Junyent-Ferré, responsable confederal de Juventud de CCOO, está convencido de que la regularización de los falsos becarios no supondrá un problema a la hora de encontrar un lugar donde hacer las prácticas. “No van a disminuir las posibilidades, los becarios tienen un papel importante. Pero le vamos a dar más calidad y control, que es lo que ha faltado en todo este tiempo”, afirma.

A pesar de las promesas hechas por sus jefes, todas las prácticas de estos becarios acabaron en nada. Coiduras —que además de trabajar como ingeniera tuvo que ejercer de dependienta en una tienda de muebles de propiedad de su jefa— salió del estudio de diseño para empezar a trabajar como autónoma para la misma persona. “Me encargó un proyecto que hice con mucha dedicación y perdiendo dinero, ya que tuve que quitarle tiempo a las clases particulares que impartía. Por fin se lo entregué, y desapareció sin pagarme”, afirma.

Cuando acabó también sus prácticas extracurriculares, Gómez tuvo un contrato indefinido durante un mes, justo el tiempo para acabar el proyecto en el que estaba trabajando. “Y luego, a la calle. Te usan para el apuro que tengan en el momento, y cuando ya no te necesitan, te echan”, afirma desconsolado. “La generación que vino antes de nosotros lo aceptaba porque el mercado laboral estaba bien. Existían verdaderas posibilidades de quedarse y con buenas condiciones”, opina Rodolfo, que tampoco consiguió un contrato después de meses de madrugones y disgustos. “Te dicen que te tienes que volver imprescindible. Pero los becarios siempre seremos prescindibles. El día que acabamos llega otro, y otro más”.  

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