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La globalización mantiene el pulso: siete constantes vitales que pronostican su reanimación

Vista general de los contenedores del puerto de Shangai, China.

Ignacio J. Domingo

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¿Está la globalización herida de muerte? Es una cuestión recurrente en la doctrina económica y el análisis geopolítico actual. Y no es para menos. Tras varios años convulsos de crisis sanitaria y Gran Pandemia, con la primera guerra en Europa en décadas, tensiones geoestratégicas EEUU-China, la reaparición del espectro inflacionista, la inestabilidad de las plazas bursátiles, y una reordenación permanente de las cadenas de valor, la logística y los flujos comerciales.

La combinación de todos estos fenómenos revela que el modelo de libre mercado está sometido a amenazas sísmicas y que cualquiera de ellos supone un riesgo sistémico por sí mismo. Por este motivo -admiten en McKinsey Global Institute (MGI)- “nos hemos planteado la posibilidad, nada ficticia, de si la prosperidad instalada en el planeta desde finales del pasado siglo con el esquema de libre tránsito de personas, mercancías, servicios y capitales se encuentra ante su epitafio”.

Jeongmin Seong y Olivia White, socios del think-tank de la consultora, aportan siete radiografías fijas de 2022 que desvelan el pulso débil de la globalización y las dudas que despierta su futuro incierto sobre la frágil actividad mundial, aunque con notables dosis de optimismo. Por ejemplo, destacan la validez de los mercados de bonos, que “siguen trasladando eficiencia financiera y fórmulas adecuadas en la gestión de deudas entre regiones, industrias y compañías”. Es, en su opinión, una prueba de resistencia ante el hipotético choque tectónico que ocasionaría el decoupling global en dos bloques comerciales, uno liderado por EEUU y otro, desde China, junto a sus pertinentes aliados geopolíticos y satélites económicos.

Los coautores analizan siete impulsos transformadores, algunos de ellos ya en marcha, y que dejan traslucir un futuro con más luces que sombras en el horizonte globalizador.

1.- El vendaje que aún sujeta la globalización. Las turbulencias económicas y políticas han dado pábulo a la teoría de la fragmentación en bloques; sin embargo, hay evidencias de que la integración de los mercados persiste y de que las interconexiones globales se han robustecido desde la Gran Pandemia. Las cadenas de valor asiáticas restablecieron los puentes hacia Occidente en 2020, el comercio de bienes y manufacturas alcanzó cotas históricas en 2021, y en 2022 se constata un volumen de mercancías superior al ritmo de repunte del PIB global.

“La habilidad para salir de los cuellos de botellas logísticos denota que el grado de interdependencia es elevado y que se acelerará porque las estrategias corporativas priorizan la diversificación productiva y planes inversores que impulsen la transferencia digital y el tránsito mercantil como garantes del abastecimiento de las cadenas de valor”, enfatizan Seong y White.

A su juicio, las multinacionales están jugando un papel esencial en la gestión de estos flujos y en la resistencia a las fuerzas que tensionan el mundo interconectado. Entre otras razones, porque “han agilizado el capital tecnológico, creando ecosistemas de negocios, catapultando a empresas auxiliares a participar en el circuito de suministro -generalmente, pymes- y porque sus rangos de ingresos y beneficios desvelan que, más que un fallo múltiple en la arquitectura global, lo que está ocurriendo es una reconfiguración de las conexiones mundiales”.

2.- El reequilibro que saldrá de los ejercicios de resiliencia. Las empresas necesitan comprender su exposición, vulnerabilidades y pérdidas potenciales de sus procesos de reestructuración para abordar desafíos más complejos sin reducir su facturación. Y esta ecuación sólo se despeja con más músculo global. Desde 2000, “el valor de bienes que se han comercializado globalmente se ha triplicado con creces, hasta rebasar los 10 billones de dólares anuales” con mejora de ingresos y transformaciones productivas en periodos temporales cada vez más cortos.

Varias de estas readaptaciones son exigencias del cambio climático. En 2011, un seísmo en Japón cerró varias fábricas de componentes y puso en jaque al sector automovilístico internacional; en 2013 una riada en Tailandia dejó bajo mínimos el envío de chips a la industria del hardware y en 2017 el Huracán Harvey alteró el equilibrio del mercado de combustibles en EEUU. Pero también hay una conflictividad latente por cambios regulatorios, crisis financieras, disputas comerciales, tensiones geopolíticas, ciberataques o amenazas terroristas y distintos niveles de diversificación o concentración según los sectores productivos. “Las compañías deben ampliar su rango de resiliencia, reducir su exposición a shocks asimétricos y endógenos y acelerar su capacidad de respuesta para amoldarse a la nueva globalización”, afirman en McKinsey.

Junto al desafío de la sostenibilidad se mimetiza el tecnológico. Inteligencia Artificial (IA) y Big Data serán instrumentos esenciales en la consecución de emisiones netas cero en 2050, lo que augura una permanente reconversión empresarial con la que se podría elevar entre el 16% y el 26% las exportaciones y entre 2,9 y 4,6 billones de dólares la riqueza global.

3.- Nuevo orden mundial. Las turbulencias políticas y económico-financieras hacen presagiar la entrada en una nueva era estructuralmente diversa y con una narrativa de progreso alternativa, según la tesis del MGI. En la actual -aclaran-, a diferencia de los noventa, la convergencia global será de mayor complejidad por la aparición en el tablero de ajedrez de otras fichas dominantes.

La tendencia multipolar seguirá, pero podría implicar una realineación regional e ideológica y cambios bruscos en las instituciones y el liderazgo del orden mundial. En paralelo, también las plataformas digitales podrían saturarse y provocar sistemas de innovación transversales de IA o bioingeniería, vinculadas a áreas geopolíticas que compitan en rivalidad y que acaben desmontando el entramado multilateral que regula y supervisa la tecnología. En tercer lugar, la población envejecida, urbana e interconectada requerirá reformas nacionales y respuestas globales del capital a la brecha de desigualdad en el reparto de la riqueza.

Además, la energía ha estrechado lazos con la geopolítica y genera vulnerabilidades inversoras, además de un aumento de la velocidad de la transición hacia las renovables. Finalmente, la inevitable recapitalización de las economías y las oscilaciones anuales de su dinamismo podrían dañar los balances y activos del sector privado y de las cuentas públicas.

Todas estas fichas y sus movimientos inesperados pueden zarandear el equilibrio de poderes o estimular acciones concertadas que encarrilen la riqueza a la prosperidad.

4.- El clima reconfigurará las cadenas de valor. La mayor frecuencia y dureza de inclemencias meteorológicas será la principal causa de las interrupciones productivas, del aumento del coste de los servicios y del deterioro de los ingresos empresariales.

Las opciones disruptivas por catástrofes climáticas pueden triplicarse en 2030 y cuadruplicarse en 2040, avisan en el MGI. Es una amenaza que puede distorsionar industrias neurálgicas como la de los semiconductores, las de materias primas o la de los metales raros que resultan críticas para segmentos productivos como el aeroespacial y de defensa, el del vehículo eléctrico, turbinas eólicas, drones, tratamientos médicos y el electrónico y del software. Muchas de ellas, además, condensadas en áreas geográficas muy concretas y con amenazas climatológicas elevadas.

5.- El tránsito del capital global se reajusta. Los flujos de inversión transfronterizos se deslizaron un 65% -desde los 12,4 a los 4,3 billones de dólares- a raíz del credit crunch de 2008 y la etapa de recapitalización bancaria posterior. Pero este tsunami creó una arquitectura financiera más sólida y estable que sigue su reestructuración. El valor bursátil respecto a 2007 se ha recuperado hasta situarlo en el 180% del PIB global. Más de la cuarta parte de los activos circulantes del planeta son desde entonces inversiones foráneas, por encima del 17% de 2000. Por primera vez, países en desarrollo se han convertido en receptores netos de capitales exteriores. Además, se ha reducido el riesgo y aumentado las ratios de liquidez y capital de los bancos; en especial, los que ostentan amenazas sistémicas.

6.- El negocio del dato. Ha sido el gran propulsor de la productividad. La digitalización ha logrado espolear a la globalización y amplificar el valor económico y el comercio de mercancías. El flujo digital apenas existía hace 15 años, pero ahora navegamos por un océano de datos, resaltan en McKinsey. “El mundo está más conectado que nunca, con un ancho de banda transfronteriza 45 veces más amplia que en 2005”. Los datos han añadido 10,1 puntos al PIB mundial. En 2014, ya aportaron 7,8 billones y, desde entonces, se les achaca 2,8 billones de riqueza anual adicional.

El MGI Connectedness Index de 139 países sitúa a Singapur, Países Bajos, EEUU y Alemania como los estandartes de este nuevo maná que también ha elevado en un 13% y más de 10 billones de dólares el flujo de capitales. “Es un instrumento que no se puede ignorar” al dictaminar el estado de salud de la globalización.

7.- Las cadenas de valor y las rutas logísticas se resetean. Ante las nuevas exigencias de oferta y demanda globales, y por las nuevas tecnologías: las estructuras productivas son comercialmente menos intensivas; han recortado su valor por la importancia creciente de los servicios; son menos dependientes de los costes laborales, pero más dependientes del conocimiento; y acabarán siendo más regionales y menos globales.

Además, las plataformas digitales, la tecnología logística y el procesamiento avanzado de datos contribuirán aún más a rebajar los costes de transacción transfronterizos. La automatización y la evolución de la IA y el Big Data sumarán resiliencia a las empresas y favorecerán la cobertura de la demanda mundial de bienes, servicios y capitales.

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