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Fimosis, ¿cuándo es normal y cuándo debemos preocuparnos?

Un niño en la consulta del pediatra.

Mercé Palau

El pene tiene dos partes principales: cuerpos cavernosos y cuerpo esponjoso, dos conceptos técnicos. En la zona final del cuerpo esponjoso del pene, se encuentra el glande, donde se recibe la estimulación entre otras. El glande está cubierto por el prepucio, la piel que cubre el pene. En condiciones normales, el prepucio suele ser móvil y se desliza fácilmente sobre el glande. 

Este movimiento es el que permite que el niño pueda orinar o que el pene se ponga erecto, sin tracciones (en adolescentes). Sin embargo, si el prepucio está demasiado apretado, no puede moverse y se cierra sobre el glande, provocando fimosis, uno de los problemas de salud más frecuentes en patología urológica pediátrica.

Fimosis, un problema que desaparece con los años

Casi todos los niños, cuando nacen, tienen fimosis fisiológica, es decir, tienen el prepucio pegado o fusionado al glande. Durante el primer año de vida, casi la mitad de los casos de fimosis se resuelven solos.  

En la mayoría de los casos, el prepucio suele separarse del glande de forma espontánea. A ello contribuye el propio crecimiento del pene y las erecciones espontáneas, entre otros. Este proceso es variable según el niño. En líneas generales, a los 3-5 años un 10% de los niños tienen fimosis, mientras que “a los 17 años se estima que este porcentaje se sitúa solo en un 2%”, afirma la doctora Carmen González Enguita, jefa del Servicio de Urología de los hospitales universitarios Fundación Jiménez Díaz, Rey Juan Carlos de Móstoles, Infanta Elena de Valdemoro y General de Villalba.  

En la mayoría de los casos no es necesario llevar a cabo ningún tratamiento (más allá de la higiene), ni tampoco forzar la separación, una práctica muy extendida hasta hace unos años, pero no recomendada porque tal acción puede provocar dolor, heridas, fisuras y una cicatrización patológica que puede agravar la fimosis.

Cuando los años no acaban con la fimosis

A medida que pasa el tiempo y el prepucio sigue sin permitir que el glande quede expuesto, puede ser necesario actuar y valorar el problema como una situación patológica, sobre todo si provoca problemas como dificultad para orinar, para que se produzca la erección y problemas de higiene y, por tanto, aumenta el riesgo de infección. 

Estos síntomas son los que suelen poner en alerta a los adolescentes. La gravedad de los síntomas varía desde formas más leves, cuando el prepucio se retrae parcialmente, a más graves, cuando este no se puede retraer en su totalidad. 

También puede ocurrir que la fimosis se desarrolle de mayor (fimosis patológica). Esto suele ser el resultado de aspectos como una mala higiene del prepucio, la hinchazón repetida de esta parte y el glande y una cicatrización del prepucio que, con el tiempo, acabará desarrollando fimosis.

Las formas en las que suelen presentarse la fimosis son de tres tipos distintos: puntiforme (cuando el estrechamiento del prepucio se sitúa solo en la parte del orificio); cicatricial (cuando la parte exterior de la piel del orificio del prepucio se endurece o engrosa); anular (la salida del glande no es posible y no se puede retraer de la piel).

Como puntualiza González Enguita, la fimosis patológica provoca “dificultad para orinar; en las relaciones sexuales, provocando problemas durante la erección y la penetración e impidiendo la colocación del preservativo; y una inadecuada higiene íntima”.

Cuándo actuar en caso de fimosis

Se debe ser cauteloso con los casos que necesiten intervención porque, en la mayoría de los casos, se soluciona durante la pubertad. Las opciones de tratamiento, antes de llegar a la cirugía, son varias. Una es la dilatación prepucial para expandir la piel que está bajo tensión. Este aumento manual consiste en un estiramiento suave durante un tiempo. 

También pueden usarse cremas a base de corticosteroides con propiedades antiinflamatorias, analgésicas y antibióticas, que facilitan que la piel se deslice sobre el glande. Según una investigación publicada en Journal of the American Academy of Pediatrics, la aplicación externa diaria desde la punta del prepucio hasta el glande durante 4-6 semanas resulta muy efectiva.

Cuando estos tratamientos no son suficientes, el paciente puede someterse a un procedimiento quirúrgico, que depende del grado y compromiso funcional, y que va desde realizar pequeños cortes en la piel a eliminar por completo el exceso de piel. Hablamos, como aclara el Doctor Josúe Alonso Román, médico interno residente del Servicio de Urología del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz, de la frenulectomía, es decir, la corrección del frenillo corto, que en ocasiones suele confundirse con un problema de fimosis; la hendiduradorsal, un simple corte en el prepucio para ampliar su circunferencia (se trata, puntualiza González Enguita, de una “cirugía no definitiva que raramente se realiza”); prepucioplastia, una pequeña incisión a lo largo de la banda de constricción prepucial; circunsición, que extirpa total o parcialmente el prepucio, dejando el glande al descubierto. 

La Guía clínica sobre urología pediátrica de la European Society for Paediatric Urology muestra que la intervención quirúrgica estaría indicada cuando han fracasado las pomadas con corticoides tópicos, aparecen infecciones de orina de repetición, el prepucio se hincha como un globo cuando se llena de orina o se producen infecciones de repetición (balanitis). 

Más allá de la fimosis

También puede ocurrir que, en una circunstancia fimótica, el prepucio se retraiga hacia atrás y quede atrapado detrás del glande. Es lo que se conoce como parafimosis, que imposibilita que la piel del prepucio vuelva a su sitio. El dolor acompaña esta situación, incluso cuando el urólogo intenta recolocar el prepucio de manera manual. Evitarlo pasa por aplicar anestesia local o, a través de una intervención quirúrgica, cortar el frenillo y reducir la parafimosis.

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