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La tartamudez: importancia de un diagnóstico y abordaje tempranos

Una joven.

Mercè Palau

Unas 470.000 personas padecen de disfemia o tartamudez en España, según cifras de la Fundación Española de la Tartamudez. ¿En qué consiste esta patología? Se trata de un trastorno que afecta a la fluidez del habla y que se caracteriza por: interrupciones involuntarias, repetición y/o prolongación de sonidos o sílabas, tensión muscular en cara y cuello y, en grados severos, conductas de evitación, frustración y miedo, principalmente al hablar en público. 

Tartamudez, ¿qué hay detrás de las palabras que no salen?

Habitualmente tiene un origen multifactorial, una combinación de diferentes componentes entre los que destacan: factores ambientales (familias desestructuradas, sobreprotección, etc.); psicológicos (traumas psicológicos muy severos); genéticos (se calcula que un 60% de las personas que padecen tartamudez tienen un familiar que también la sufre, según la Asociación Internacional de la Tartamudez -ISA, por sus siglas en inglés-); lingüísticos (trastorno/retraso en el lenguaje de base) y, en menor medida, orgánicos (por alteraciones estructurales en el Sistema Nervioso Central). 

En ocasiones, estas alteraciones de la fluidez son intermitentes y se desencadenan ante situaciones concretas que actúan como estresores (hablar con desconocidos, hacer una exposición en público, participar en clase…) y ceden una vez finaliza dicha actividad. 

Es importante destacar que una persona que tartamudea “no tiene ningún trastorno psicopatológico de base, ni un cociente intelectual por debajo de la media. Son personas normales que tienen una forma diferente de hablar”, anotan la doctora María Nuño, médico rehabilitador, y María Sánchez, logopeda, ambas del Hospital Universitario General de Villalba, perteneciente a la red sanitaria pública de la Comunidad de Madrid.

Abordar la tartamudez desde la infancia

En los últimos años, el esfuerzo conjunto de profesionales, profesores, familias y asociaciones ha conseguido dar mayor visibilidad a este trastorno. Ahora sabemos que no es una condición “sin tratamiento ni solución”, sino que puede controlarse y manejarse, en muchos casos desde edades tempranas y desde el propio centro escolar.

Para minimizar su repercusión a lo largo de las diferentes etapas del desarrollo y la aparición de conductas asociadas que provoquen en el paciente incomodidad e inseguridad a la hora de hablar, es importante un diagnóstico y una intervención precoces. De esta forma, podremos evitar que desarrollen cuadros más severos que llegan a provocar problemas en las relaciones sociales, personales y laborales de estos sujetos. 

Desde el centro insisten en la importancia de conocer este trastorno, sus distintas tipologías, causas y tratamiento. “Sobre todo en la edad preescolar, es imprescindible estar atentos a los signos de alarma que nos puedan diferenciar una disfluencia evolutiva (de pronóstico favorable y que habitualmente no precisará de una intervención directa) y una tartamudez temprana (en la que conviene intervenir de forma precoz). No debemos etiquetar a un niño de 3 años como tartamudo. Las disfluencias evolutivas son comunes en niños que están aprendiendo a hablar y, en el 80% de los casos, remitirán de forma espontánea”, apuntan. 

Deben ponernos sobre aviso, entre otras cosas, ante un cambio de comportamiento en niños previamente sociables – si se vuelven más retraídos, evitan situaciones en las que tengan que hablar en clase o en público, o se frustran por los bloqueos - y a la presencia de tensión o esfuerzo al hablar. En estos casos, o ante cualquier duda que esté generando preocupación en los padres, nuestras especialistas recomiendan realizar una evaluación completa por parte de un especialista del habla y del lenguaje para valorar la necesidad de tratamiento específico.

La tartamudez no desaparece, pero la detección e intervención temprana son, tal como reconoce la Asociación Internacional de la Tartamudez, la mejor herramienta de prevención, pudiendo ayudar a evitar que se convierta en un problema de por vida. 

El tratamiento (individualizado y adecuado al grado de severidad y a la edad del paciente) ayudará a controlar un habla más fluida con una velocidad y un ritmo adecuados, ausente de esfuerzo articulatorio, y a prevenir conductas de aislamiento social y ansiedad en edades críticas como la adolescencia. 

Cómo actuar frente a una persona que tartamudea

Para las personas que no tartamudean es difícil entender qué es lo que siente una persona que sí lo hace. Esto a menudo provoca que, queriendo ayudar, consigamos generarles más estrés. La clave está comportarse con normalidad: hablarles de forma sencilla y clara, escucharles y darles tiempo para que terminen las frases sin completarlas nosotros, evitando comentarios del tipo “tranquilízate, habla más despacio” o “no te pongas nervioso”.

Por último, como apuntan nuestras especialistas, hay que recordar que “son los padres quienes deben informar al colegio y al resto de la familia acerca de esta condición”, para que el tratamiento y las estrategias se puedan aplicar en todos los ámbitos de su vida, facilitando así la integración del niño.

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