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No siempre sí es sí. Que se lo pregunten a los menores

Carmen Calvo, vicepresidenta del Gobierno

Alicia Díaz

A raíz de las movilizaciones feministas producidas tras el caso de La Manada parecía una obviedad que la demanda fuera recogida políticamente con el fin de utilizar los mecanismos oportunos que permitan poder erradicar las violaciones propiciando, a su vez, modificaciones legislativas acorde al momento social y a la situación de las mujeres en nuestro país. Tampoco vamos a pecar de ilusas a estas alturas; la mayoría de veces, cuando las manifestaciones callejeras consiguen colarse en el prime time de la programación televisiva y copan buena parte de la algarabía mediática, los partidos políticos suelen afilar los colmillos con propósitos partidistas y así es trasladado al Gobierno que inicia la partida. Eso al movimiento feminista le da igual, no importa de la mano de quien venga, ni de la forma, porque lo importante es que llegue y que las exigencias dejen de ser propuestas para pasar a convertirse en hechos reales, como podrían ser las asociadas a los cambios en el ámbito de la jurisprudencia o en cualquier otro marco relevante para la consecución de los objetivos e intereses específicos. Y así lo ha sabido leer el PSOE como no podía ser de otra manera teniendo en cuenta, además,  que previamente se había autodenominado como “Gobierno Feminista”. Ahí es nada. No crean que es tan fácil erigirse abanderado de una causa con tintes ideológicos cuya filosofía podría ser incompatible o contradictoria con otras acciones que pudiera emprender el nuevo Gobierno. El “ no es no” y el “si no es sí, es no” son lemas reivindicativos utilizados por el feminismo para concienciar, para visibilizar y, por qué no decirlo, para molestar. El feminismo es molesto, es incómodo, es un movimiento que ha de ser progresista, revolucionario, transgresor e innovador. Es una actividad radical porque busca que los problemas sean abordados desde su raíz. El núcleo principal por el que se desencadena la violencia hacia las mujeres es estructural y, por tanto, las medidas para su erradicación deben ser estructurales y radicales. Una vez que el eslogan ha calado y que una gran parte de la sociedad se ha hecho eco del mensaje, la responsabilidad política debe atender la petición alejada de la superficialidad del eslogan que ha tenido ya su recorrido y su misión. La estrategia consiste ahora en analizar el motivo por el cual la violencia sexual ha ido en aumento tomando como partida el eje medular de la grave situación. ¿Qué pasaría si ahora añadiera un “no siempre un sí, es sí” ? Seguramente me dirían que ya son ganas de rizar el rizo, de meter cizaña; que el eslogan no tiene sentido y que esto del feminismo se nos ha ido de las manos. Pero quizá, en esa frase, encontremos los motivos de una realidad.

Durante siglos millones de mujeres han dicho “sí” a las relaciones sexuales con sus maridos y las violaciones dentro de la pareja no eran vistas como tal. Dentro de cualquier relación donde exista violencia de género existe, a su vez, violencia sexual. El problema siempre ha estado en identificar esas conductas como violentas normalizando el hecho de mantener relaciones sin deseo. Y ellas decían “sí”.

¿Cómo va a decir otra cosa una mujer que ni tan siquiera sabe que está siendo víctima de violencia machista ? ¿Tendría otra opción aún sabiendo que está dentro de ella?

El ejemplo más tremebundo lo encontramos en los matrimonios forzados infantiles. Solo en Estados Unidos más de 167.000 jóvenes de 17 años o menos contrajeron matrimonio en 38 estados entre 2000 y 2010 según datos de la organización Unchained at Last, encargada de ayudar a las mujeres a resistir o escapar del matrimonio forzado en los Estados Unidos. Ellas dicen:  Sí, quiero.

Se nos escapa que el abuso de poder obliga al consentimiento y a la sumisión actuando de forma alienante sobre la persona más vulnerable. Esto mismo pasa con los abusos Infantiles. Según datos de Save the Children A lo largo del 2016 salieron a la luz numerosos casos de abuso sexual a menores, una de las peores formas de violencia que sufren los niños en nuestro país. Durante el 2015, el último año del que se tienen datos, se registraron 35.913 denuncias por actos violentos contra la infancia, de ellas, 3.919 denuncias fueron por agresión sexual, un 5% más que en el año anterior, que registró 3.732 denuncias. En muchas ocasiones las denuncias de estos abusos sexuales no son realizadas por las víctimas hasta que se encuentran en su edad adulta. Generalmente las víctimas no son capaces de entender y enfrentarse a los abusos vividos hasta ese momento, bien porque la relación de poder ya ha terminado, porque el miedo al abusador ha sido superado o porque no se han visto capacitados emocional y psicológicamente para hacerlo hasta entonces. Una vez llegados a la mayoría de edad para aquellos que deciden denunciar, el delito ya ha prescrito puesto que los plazos se sitúan entre los cinco y quince años dependiendo de la gravedad del mismo.  Los datos apuntan que más de 20.000 niños son víctimas de abusos y explotación, cifras que no se ajustan a la de las denuncias interpuestas. Los abusos son cometidos mayoritariamente en el entorno familiar o  dentro de los círculos de confianza.

Las consecuencias de la victimización a corto plazo son, en general, muy negativas para el funcionamiento psicológico de la víctima, sobre todo cuando el agresor es un miembro de la misma familia y cuando se ha producido una violación. Las consecuencias a largo plazo son más inciertas, si bien hay una cierta correlación entre el abuso sexual sufrido en la infancia y la aparición de alteraciones emocionales o de comportamientos sexuales inadaptados en la vida adulta. No deja de ser significativo que un 25% de los niños abusados sexualmente se conviertan ellos mismos en abusadores cuando llegan a ser adultos. El papel de los factores  amortiguadores -familia, relaciones sociales, autoestima, etc.- en la reducción del impacto psicológico parece sumamente importante. Para entender las cifras actuales sobre violencia de género o delitos sexuales contra la mujer, habría que fijarse primero en la infancia puesto que, además de ser la población más vulnerable, su comportamiento en la edad adulta determinará las violencias del futuro. Si se quiere propiciar el cambio, además de leyes y medidas preventivas en el presente, parece incuestionable estudiar detalladamente los modelos educacionales actuales protegiendo al máximo la integridad de las y los menores ante cualquier tipo de violencia, un territorio donde el tabú sigue silenciando una de las realidades más inhumanas. Me decía hoy un amigo que el problema de los menores es que ellos no pueden organizarse para formar un lobby que luche por sus intereses. Y yo también lo creo.

 

 

 

 

 

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