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¿Somos capaces de imaginar futuros optimistas?

Fotograma de 'Buenos días, tristeza', Durga Chew-Bose (2024).

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¿Tenemos que pensar en el futuro de manera optimista en la literatura para que puedan hacerse cambios o para que se imaginen otras formas de vida?

Álvaro, 31 lector de elDiario.es

1.

Querido Álvaro, sí y no, permíteme que desarrolle como pueda tu pregunta, algo complicada a mi parecer, pero acertada. Llevo tiempo pensando en cómo y qué leemos, y si algún cambio es posible. 

2.

Me gustaría empezar la carta con la contundencia de un aforismo similar a un “ha muerto la imaginación”. No te la esperabas esta, eh, Álvaro. Pero no me acaba de funcionar del todo, porque en vez de hablar de la incapacidad del escritor para imaginar, para ser el que juega y crea mundos, me gustaría hacerlo desde el punto de vista del lector. Algo así como que ya no sabemos dejarnos llevar. Quizás un: ha muerto la imaginación del que lee. ¿Crees que sería una buena frase para empezar?

Lo vuelvo a intentar. 

Ha muerto la complicidad del lector. Quizás sí, quizás es mejor ir por este camino. Abrir un libro siempre ha sido un acto de fe, un pacto no escrito entre quien escribe, invitándote a su mundo, y el que lee, que decide dejarse llevar por ese batiburrillo de palabras. Lo que ocurre es que este pacto se está descomponiendo. Vivimos en tiempos de literalidad.

Y cuando ahora el escritor te invita a su mundo, el lector cree exactamente eso, que te está abriendo las puertas de su casa, y no un universo creado tras muchas horas mirando a la pared.

En esta crisis que habitamos, la temática de las novelas se ha dualizado. Por un lado, aceptamos la imaginación desbordante de libros llenos de magia, dragones, peleas en el espacio o animales que hablan, que de tan descabellado a uno le imposibilita creer que es parte de la vida del autor. Y por otro, el resto de libros. Da igual que la protagonista sea policía, cuidadora de gatos, profesora en el extranjero o conductora de autobuses, queremos creer que esa es la vida de la escritora, y ya de paso comprobar cuánto se parece a nosotros.

Extiéndase esto a cualquier tipo de ficción. Piensa en cualquier serie policiaca norteamericana, la protagonista siempre es una detective muy lista, con un fino olfato para las pistas, eso sí, no pasa mucho por casa, come precocinados, y en el caso de que sea madre, se olvida de recoger a la criatura del colegio dos veces por semana. Será una agente muy lista del FBI, pero en el día a día, es casi, casi como tú.

La serie ‘The Killing’ (basada en la serie danesa ‘Forbrydelsen’) tiene cuatro temporadas. No hay un solo episodio donde la agente Linden coma caliente, siempre tira de precocinados y máquinas de vending. Por muy lejos que estés de ser una detective de homicidios, cuando ella sale en pantalla con ese pelo de no haberse duchado en tres días, solo puedes decir “soy ella literal”.

3.

Al lector medio no le gusta encontrar sufrimiento, ni dolor ni incomodidad entre las páginas. Lo tienen complicado autoras como Mariana Enriquez, Elaine Vilar Madruga o Layla Martínez que usan el gore y el terror para explicar el dolor que ha sufrido el cuerpo de la mujer a lo largo de la historia. No puedo leer sobre madres que matan a sus propios bebés, porque yo también soy madre, pero no soy ese tipo de madre, he oído más de una vez. Como si ese relato de niños muertos, comidos, engullidos, destrozados por sus madres no fuera más que una manera de contar una depresión posparto o el rechazo a la vida doméstica. Es precisamente en la fabulación y los cuentos donde encontramos historias universales.

Y aunque fuera otra manera de ver el mundo, bueno sería conocerla, atravesar otras emociones, entender que hay otro tipo de existencias. Pero eso significaría dejar de pensar en uno mismo por un rato, y no estamos en esas, Álvaro.

Fragmento del ensayo de Joan Didion sobre por qué una escribe.

4.

“Está desapareciendo el ejercicio del pensamiento abstracto y la imposición de la literalidad”, frase que apunté de un vídeo de la periodista y crítica musical Javiera Tapia. A partir de la polémica con la portada del nuevo disco de Sabrina Carpenter, Javiera sale del debate absurdo de si es una concesión a la mirada masculina, para decir que estamos ante uno de los más grandes problemas para el debate público: la descomposición del pensamiento abstracto. Javiera se refiere sobre todo a Internet, y la verdad es que solo hace falta pasearse un rato por el infame campo de bots de extrema derecha que es X para darse cuenta de que ya no hay espacio para la ironía, lo absurdo, la media broma, o para dos ideas contrapuestas. Tiene toda la razón Javiera cuando dice: “La literalidad le quita toda la diversión al arte”. Y a la vida, añadiría.

Esta es la portada del disco en cuestión. El título es 'Man’s Best Friend'. Y solo unos pocos se han preguntado: ¿será sátira?

5.

Hay una expresión en inglés que lo resume muy bien, la habrás visto en los comentarios de un vídeo en YouTube o debajo de un meme colgado en Instagram: “literally me”, es decir, literalmente yo. Queremos buscarnos y encontrarnos en eso que leemos y vemos. ¡Soy yo! ¡Es que soy justo esa! Como en un retorno a esa infancia mimética donde la criatura se busca en la cara de los otros. No comprendemos a los personajes dispares, excéntricos, villanos. Nos resultan lejanos, incomprensibles, y por lo tanto poco atractivos a la hora de dedicarles tiempo de lectura. El escritor no puede permitirse un personaje infame pues será cuestionado por ello: ¿Piensa usted así? ¿Es así cómo ve las cosas? ¿Tiene intención de matar? ¿Acaso tiene esos pensamientos oscuros? 

Ya se ha escrito y pensado mucho sobre las cámaras de eco, esas burbujas que habitamos tan cómodamente en Internet buscando respaldar aquello que pensamos. Un laberinto de espejos, donde nuestra opinión rebota, dándonos la razón a nosotros mismos. Y como estos espejos de opinión, queremos también ver nuestro reflejo en las ficciones: saca esa princesa de ahí en medio y pon una mujer de mediana edad en crisis si quieres que te lea.

Es tan perverso el juego que cuantos más reflejos de la realidad aparecen en un libro, más estereotipada es la novela, y más ‘atrapa’ al lector. Es una lectura perfecta para todos los públicos. Perfecta para complacer. 

De eso precisamente habla la escritora Sabina Urraca en una estimulante conversación con Javier Aznar, siempre rapídisimo en entender referencias y enlazar ideas, mientras Sabina despliega todas esas tozudeces que la obsesionan y la hacen tan buena pensadora. La indignación le llega a la autora cuando una de sus lectoras le dice: “Es que has escrito mi infancia”. Y ella, airada, le responde: “Con lo que me ha costado fabular todo esto, cómo va a ser tu infancia”. Y a partir de aquí se establece una conversación donde Javier apunta la mente literal como problema, y donde Sabina habla de lo mucho que le aterra esa búsqueda constante de uno mismo: “Es un mal de nuestros tiempos, no querer leer para internarte en otros mundos y otras mentes. Cuando alguien me dice ‘me identifiqué absolutamente’ se me cae el alma a los pies. Esta persona no ha viajado con ese libro, no ha aprendido nada nuevo, no se ha fascinado. Tristemente mucha gente lo que busca en un libro es un selfie, y no solo un selfie, sino un selfie en el que haya un filtro embellecedor”.

No solo es el libro ganador a la mejor portada del año –premio otorgado por mí– sino que es también el proceso de escritura de su anterior novela, 'El celo', y reflexiones sobre el leer y el escribir. ¿No te ha parecido increíble la idea de buscar un 'selfie' en un libro? Pues eso lo dijo en un podcast, imagínate cuando se pone a escribir.

6.

Uno de mis pasatiempos favoritos tras acabar un libro es pasarme un buen rato entre los comentarios y reseñas de Goodreads. Ahí es donde empecé a detectar que los escritores, aquellos que han de imaginar nuevas formas de vida para el lector, lo iban a tener complicado. Este verano pude por fin leer el clásico Buenos días, tristeza y conocer a esa joven y frívola Cécile que creó Françoise Sagan con solo dieciocho años. Qué decir, me encantó, es uno de esos libros que creo que podría releer cada verano, y ver qué cosas nuevas descubro de esa relación extrañísima que tienen Cécile y Anne (amiga de la madre muerta que interrumpe las vacaciones de Cécile y su padre, y pone todo un poco patas arriba, no me alargo mucho más con la explicación, pero es fascinante cómo se despliega esta relación). En ese estado de éxtasis en el que una se encuentra cuando cierra la última página de un libro que sabe que le ha marcado, decidí ojear Goodreads. Virgen santa. La policía lectora de la moral ahí estaba para hacerme bajar el suflé: quién es esta niñata, no la entiendo, quién se cree que es, que alguien ayude a esa niña malcriada a llenar su tiempo, yo también he sido una adolescente tonta, no aporta nada. O mi favorito: reconozco que la protagonista me ha caído mal

¿Y no es maravilloso eso? Precisamente la gracia está en no poder comprender en su totalidad esa manipulación amorosa que va ocurriendo ante nuestros ojos, a lo largo de las páginas. Es la gracia del viaje que propone Sagan. Cómo construye todo un verano de amoralidad burguesa para que podamos conocer cómo de avispada pero también inocente puede ser una adolescente que no sabe lo que quiere. Lo raro sería que te cayera bien.

A mí también me gustaría mirar esta imagen y decir “literally my summer”, pero una cosa es lo que manifiestas y la otra tu realidad. Ni soy ni quiero ser ninguno de los personajes de ‘Buenos días tristeza’, adaptación reciente de la debutante directora canadiense Durga Chew-Bose (disponible en Filmin).

7.

Por no hablar de la sospecha de la autoficción que planea encima de cualquier cineasta, dramaturga o escritora. Como no queremos imaginar, presuponemos por parte de la creadora que lo que vemos es parte de su vida, su infancia, su abuela que la cuidaba en verano o el divorcio de sus padres. La propia Carla Simón ha contado que sus tres películas beben de su vida, de la que fue su infancia, de su familia de acogida y, ahora, de sus padres en Romería. Pero en una entrevista que le concedió a Noelia Ramírez para Babelia apuntaba: “En Estiu quizá hay tres escenas que pasaron tal cual. En Alcarràs, igual alguna frase de una comida familiar. Y de Romería, lo único que ha pasado es estar en un barco con mi tío. Yo lo mezclo todo. Mi memoria tampoco es confiable. Para eso está el cine, para que los recuerdos se puedan inventar”. Uf, bello, nada más que añadir.

8.

Me he ido un poco por las ramas, Álvaro, para decirte que creo que estamos lejos de imaginar y construir relatos optimistas, e imaginar futuros a partir de lo que escribimos. Creo que tu cuestión está muy por delante de donde nos encontramos ahora mismo. La única pregunta que podemos permitirnos ahora es saber si seremos capaces de llegar a imaginar un poco más allá de nuestras narices, si podremos entender lo que nos es distante, si seguiremos siendo capaces de intuir la broma, y si nos podremos permitir las metáforas. Porque si esto sigue así, no creo que podamos salir de este laberinto de espejos dónde nadie se atreve a abrir una puerta para ver qué hay más allá. Y es una pena.

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