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Sobre este blog

Periodista de formación, publicista de remuneración. Bilbaíno de paraguas y zapatos de cordones. Aficionado a pasear con los ojos abiertos pero mirando al frente y no al suelo, de ahí esta obsesión con las baldosas.

La carrera de 'la Balco'

Carlos Gorostiza

A riesgo de pasar por engreído, les confieso que mi Bilbao llega hasta el mar. Y, por supuesto, abarca ambas márgenes. No pretendo chocar contra la autonomía municipal ¡me libraré muy mucho! Y menos aún con la identidad patrio/local de mis buenos vecinos. Tranquilidad. No tengo afán expansionista alguno sino un sentimiento de familiaridad personal con todo lo que va mojando la Ría.

Y en ese entorno que siempre he visto como doméstico había un lugar simbólico, poderoso, orgullo de la potente y vigorosa Margen Izquierda: Babcock Wilcox, 'la Balco' era el emblema tecnológico de nuestra industria pesada. El concepto de gran industria llevado a su máxima expresión. Pero era más: era también símbolo de cuando el trabajo duro suponía seguridad, derechos, economatos, aprendices, viviendas y una vejez tal vez más corta pero siempre digna.

La centenaria Babcock Wilcox llegó a tener 5.250 trabajadores en su factoría de Sestao. Si a mí, que lo veía desde el mismo Bilbao, me causa desazón ver cómo se destruyen aquellos pabellones, no quiero ni pensar en cómo lo verán las familias para las que “la Balco” significó su propia vida.

Porque hoy lo que queda de la Babcock no es una ruina abandonada ¡ojalá! sino un espacio que está siendo mordido día tras día por quienes desmontan poco a poco el gran gigante para paliar su pequeña y terrible crisis. Dicen que en esos pabellones, que ya se desmoronan solos, duerme gente para estar en el tajo los primeros al amanecer. Tan temprano como lo hacían los obreros con sus tarteras pero ahora sin sirenas, solo con la prisa de que otro no llegue antes y les levante ese cobre que tienen mirado o ese motor herrumbroso que casi terminaron de arrancar ayer con el soplete.

Hay denuncias, vigilantes sobrepasados, ertzainas impotentes ante la marea del saqueo, incendios que nadie sabe cómo surgen y también hay ya alguna persona herida grave.

Se ha desatado una auténtica carrera en la que compiten los recolectores de chatarra, los administradores concursales de la ruina, que no tienen dinero para un derribo tan enorme, y las instituciones locales, que están deseando firmar los permisos para que aquello se convierta en solar y termine cuanto antes esta pesadilla. Todos corren, incluso lo hacen los miembros de la Asociación Vasca de Patrimonio Industrial, solo que estos últimos en la dirección opuesta, tratando de que se preserve algo de lo que tuvo tanto valor. De momento van ganando los zapadores.

Esperemos que, al menos, se pueda salvar la obra de Agustín Ibarrola 'Hombro con hombro' a la que lo único que la ha protegido del saqueo son sus 20 toneladas de hierro forjado. Una obra bien a la medida de la empresa en la que estaba.

Me resulta imposible no pensar que 'la Balco' sigue siendo un símbolo, como lo fue siempre, solo que antes lo fue de prosperidad, trabajo y derechos hoy lo es de abandono, paro y precariedad. Quizás son esas cosas las que nos hacen sentirnos viejos, porque al escribir he pensado que muchos lectores de un diario digital, como este, más jóvenes, tal vez ni siquiera sepan de lo que estoy hablando.

Lo sepan o no les recomiendo el libro de Juan Eslava Galán 'Historia de España contada para escépticos', que termina así uno de sus capítulos:

Ahmed el Dorado, emir marroquí del siglo XVI, preguntó al bufón de la corte su opinión sobre el palacio El Bedi el día de su inauguración. El bufón dirigió una mirada apreciativa a aquel edificio incomparable, la Alhambra de Marraquech, construido con lujo asiático, mármoles de Italia, mosaicos de Turquía, estucos, ónices, bronces y maderas finas, y se limitó a observar proféticamente: “Cuando lo arrasen va a dejar un buen montón de tierra, ¿eh?”

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