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¿Adoctrinar?, No gracias
Llevamos ya varios años en que es raro el día que transcurre sin noticias sobre el adoctrinamiento. Normalmente aparece unido a términos como educación y escuela, por aquello de la formación/desinformación que desde esta institución se provee a la ciudadanía. Sociólogos, pedagogos y docentes, en general, han dedicado artículos y páginas a esta situación. (Un suponer: introduce Vd. el concepto “adoctrinamiento en las aulas” e Internet le responde con 430.000 entradas para consultar). Pero me gustaría, tras una referencia a esta realidad escolar, ampliar el significado del término a otras esferas de la vida, tan reales, importantes e influyentes como la economía, la política y la ética.
No desvelo nada si, pensando en clave educativa, sitúo el tiempo álgido de uso del término a los acontecimientos devenidos desde que surgió el procés catalán. Desde entonces, detractores y defensores de la escuela catalana han colocado la palabra adoctrinar como referente inexcusable de sus argumentaciones. Pero convendría recordar –como lo hizo, aunque de pasada, Mariano Fernández Enguita en su artículo “Si quieres una nación, hazte con la Escuela” [El País 30/10/2017] - que desde la creación de la Escuela Nacional, existe la tentación de que las aulas sean el elemento consustancial para adoctrinar. Lo hicieron todos los regímenes fascistas (desde el nazismo hasta el comunismo soviético, sin olvidar el franquismo), cuando había necesidad perentoria de convencer y asegurar la pervivencia de sistemas dictatoriales, y se hace en sistemas democráticos cuando se intenta imponer ideología sin debate crítico.
Pero ¿qué significa realmente adoctrinar? La RAE no es taxativa en su explicación: transmisión de una doctrina a una persona para que la haga propia. Son las idas y creencias defendidas para inculcarlas en otras personas. Sí, pero ¿existe obligación? Falta en la definición el carácter de imposición que es el que otorga sentido completo al término que utilizamos. Cuando se adoctrina, entendemos que en la transmisión de esa doctrina se está privando al interlocutor de oportunidad de crítica, de conocimiento de otras variables que puedan ayudarle a moldear su opinión y formación.
El adoctrinamiento impone la tesis y los valores. Como asegura el catedrático de Didáctica de la Universidad de Málaga, Miguel Ángel Santos Guerra, “no deja a la persona opción a elegir, para discernir, para actuar”. Todo está ya apalabrado, pensado, seleccionado. Por eso para adoctrinar es tan importante aumentar la capacidad de creer, de no dudar, de tener confianza plena en quien expone los argumentos y transmite la formación y opinión.
Y es aquí donde incorporo otros elementos ajenos a la escuela, pero con los que las ideologías –dominantes o con pretensión de dominar- trabajan diariamente, fuera del entorno escolar. Sitúo tres episodios relativamente actuales que apoyan esta afirmación.
En primer lugar, la campaña reciente de HazteOir que está ayudando a difundir Vox en aquellos territorios en los que tiene presencia institucional. Esta fundación, a través del denominado 'PIN Parental' y dentro de lo que ha denominado 'Mis Hijos, mi decisión', pretende implantar la solicitud de información previa y consentimiento expreso para padres (¿madres no?) cuando en la escuela se traten temas de contenido moral, susceptibles de no ser adecuados en la formación escolar. En este cajón de sastre, cabe información inherente a las conductas sexuales de las y los jóvenes, o la referida a enfermedades de transmisión sexual y todo aquello que consideren “adoctrinamiento en ideología de género”. El escrito enviado a las direcciones de los centros educativos y 'ampas' de Andalucía, Castilla y León Madrid y Murcia –casualmente CCAA gobernadas por el PP con el apoyo explícito e implícito de la ultraderechota Vox- se articula tras el explícito título 'Dejad a los niños (¿y a las niñas?) en paz'. En definitiva, se pretende que el profesorado olvide veleidades educativas que les alejan de sus formaciones académicas respectivas (Historia, Matemáticas, Música…) su único y verdadero objetivo formativo. De la moral y de la ética ya se ocuparán las familias en exclusividad, incluso cuando no eduquen.
Lógicamente, la campaña ha tenido una respuesta inmediata por parte de organizaciones progresistas y docentes responsables que consideran su labor educativa incluida y no al margen de tratar temas éticos, si pretenden formar en su integridad a personas. Concretamente, la Federación de Enseñanza de CCOO ha denunciado en nota de prensa lo que considera “un atentado contra los derechos fundamentales de las personas, de la educación, la libertad de enseñanza y la propia ley educativa”. Señala, así mismo, que esta campaña fomenta el odio hacia las personas y familias LGTBI y no descarta iniciar acciones legales contra la misma.
La política, de vez en cuando, también nos ofrece ejemplos de adoctrinamiento compulsivo. El más reciente y local lo ha producido la coalición electoral EH Bildu al registrar una iniciativa en el Parlamento vasco. La intención es vetar en Euskadi a los líderes de los partidos de centro, derecha y extrema derecha en la próxima campaña electoral. Para ello, se amparan en el argumento de que no serán bien recibidos en tierras vascas. Así, las etiquetas “no tensionar la convivencia” y “no obtener votos en esta tierra” pretenden generar doctrina en una institución democrática que es la casa común de todos los partidos –obtengan o no representación tras los periodos electorales-, el Parlamento. Sería como la versión catalizada del célebre “¡No pasarán!”, de Dolores Ibarruri, aunque fuera de contexto y de realidad histórica actual.
Quiero señalarlo como adoctrinamiento porque la intención de la medida no es, como se aduce, prevenir altercados – con las consiguientes dudas de a quién corresponde la autoría real, si quienes los producen, o quienes aceptan y responden a la provocación-. El objetivo parece más cercano a configurar doctrina, crear corpus político, diferenciar maniqueamente buenos de malos.
La tercera presencia adoctrinadora viene de la economía; de la mano de la medida aprobada por la Hacienda vizcaína sobre la rebaja fiscal que beneficiará entre otros entes privados y personas físicas al Athletic y a sus esforzados jugadores vascos. En pleno mes de agosto, cuando la ciudadanía se encontraba disfrutando de su merecido descanso, la Diputación vizcaína aprobó un decreto que elimina los límites de muchas rentas irregulares. El argumento oficial es pretender atraer a este territorio a profesionales practicantes de fondo de capital riesgo que abandonen el Reino Unido tras el Brexit; lo que ha entendido la mayoría de la ciudadanía vasca, incluidos los propios y atónitos diputados de Álava y Gipuzkoa es que se pretende jugar con ventaja vizcaína, a la vez que se rebaja la presión fiscal a las rentas más elevadas. Todo ello sin el visto bueno del partido cogobernante –cuyos diputados aprobaron la norma, parece que sin entender que lo hacían- y del propio Partido-Guía.
Mientras se desatasca el fin de la medida fiscal, lo que trasciende desde el punto de vista institucional es la creencia de que las mejoras sustantivas para la economía – la vizcaína, en esta ocasión- pasan ineludiblemente por la ayuda a las personas ricas, a las que más poseen, a quienes deberían, no obstante gravárseles de forma contraria, con ajustes fiscales más altos. El adoctrinamiento, en este caso, adquiere ese carácter sutil, que va impregnando levemente, pero sin descanso, tal y como pretende la creencia conservadora: acostumbrarnos a ciertas prebendas para ese 1 % intocable, con el objetivo de que todos/as disfrutemos de una posición económica más desahogada. Craso error, que solo defienden mentes capitalistas con etiqueta blanda. Ya lo decía Stiglitz [La gran brecha. Taurus, 2015] cuando afirmaba que las ventajas realizadas a la clase rica, sólo sirve para mejorar su situación y su consumo, pero que nada de ahí repercute en el resto de los mortales.
No pretendo, en fin, proteger a la educación de un mal como el del adoctrinamiento, siempre al acecho. Habrá quienes conscientemente y desde puntos ideológicos dispares utilicen la educación para sus propios e interesados fines, ajenos al verdadero proyecto educativo: formar ciudadanía libre, crítica, dueña de su propio futuro. Sólo cabe seguir sin dilación el consejo de Chomsky: “El propósito de la educación es mostrar a la gente cómo aprender por sí mismos. El otro concepto educativo es adoctrinamiento”.
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