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El primer Tour femenino de la historia, en primera persona

Somarriba, en la etapa-prólogo del Tour femenino de 2001, con salida en Bilbao

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Con la mirada puesta en el próximo Tour, uno de los mayores acontecimientos deportivos a nivel mundial y que este año tenemos el privilegio de celebrar en casa, están aflorando en mí emociones que nunca antes he compartido y creo que ha llegado el momento de hacerlo.

Algunas me hacen viajar décadas atrás, cuando, con trece años, me subí a un autobús con el fin de llegar cuanto antes al Aubisque y buscar en sus empinadas pendientes la mejor de las cunetas para ver durante unos segundos a los mejores ciclistas del pelotón mundial. Pero una vez allí, lo que ocurrió fue mucho más allá. Me cambió la vida. Tras la caravana publicitaria y el resto de los vehículos de carrera, aparecieron dos mujeres, María Canins y Jeannie Longo, peleándose por llegar en primer lugar a la cima. Aún siento la piel de gallina. Sigo maravillada ante su estampa saliendo de una curva codo con codo mientras volaban encima de sus bicicletas. En aquella época, el Tour femenino coincidía en fechas con el masculino, partiendo solo unas horas antes para que pudieran sucederse ambas pruebas. Sí, esa carrera era el Tour de Francia femenino, tal cual, no tenía otro nombre, otra acepción, simplemente era el Tour, la mejor carrera del mundo, sin olvidarnos del Giro.

Cuando escucho decir a voces autorizadas del deporte que la primera edición del Tour de Francia femenino tuvo lugar en la edición 2022, afloran en mí sentimientos de frustración, impotencia, incredulidad y, sobre todo, tristeza.

Vuelvo a aquel día en el Aubisque, cuando me prometí a mí misma que participaría en esa carrera, que lucharía, que me dejaría la piel en la carretera para ello, desconociendo, claro está, que además de tomar parte junto a un centenar de mujeres ciclistas en la mejor prueba del calendario, tendría el privilegio de disputar siete y ganar tres de sus ediciones. 

Sí, yo también formo parte de esa lista de chicas que tuvimos la fortuna de vestirnos de amarillo, pero no quiero olvidar a todas las que ayudaron a que obtuviéramos esos logros participando en una prueba tan exigente

Próximamente, se celebrará una nueva edición del Tour femenino. El año pasado la vencedora fue la gran Annemiek Van Vleuten y las televisiones, la prensa y las voces autorizadas deberían saber que esta no será la segunda edición. A Van Vleuten la precedieron Cooke, Ziliute, Pucinskaite, Luperini, Van Moorsel y un largo etcétera, entre las que se encuentran aquellas dos mujeres que marcaron mi destino. Sí, yo también formo parte de esa lista de chicas que tuvimos la fortuna de vestirnos de amarillo, pero no quiero olvidar a todas las que ayudaron a que obtuviéramos esos logros participando en una prueba tan exigente. Igualmente, no puedo olvidar la emoción que viví cuando, en el mejor momento de mi carrera profesional, salí con el dorsal número 1 en el Grand Départ de Bilbao en el año 2001 y que en breve rememoraré con Pogačar, Vingegaard y compañía.

Han pasado más de veinte años desde entonces, pero puedo decir que correr delante de los míos, de mi familia y amigos, de toda la afición vasca, sentirme arropada y apoyada por tanta gente en una competición internacional que recorría nuestro pueblos y ciudades, recibiendo cariño en cada cuneta, fue una sensación que nadie podrá borrar. Por eso estaré eternamente agradecida a las personas e instituciones que hicieron posible que el Tour de 2001 partiera de Bilbao.

La Grande Boucle nunca ha sido una carrera sencilla: no lo es para los hombres ni lo ha sido para las mujeres. He tenido que batallar en infinidad de puertos míticos: Tourmalet, Aubisque… Batallar también contra una larga lista de penurias que afrontamos todas y cada una de las mujeres que competimos durante esos Tour que quieren eliminar de la historia: largas etapas contrarreloj, abanicos, peligrosas bajadas, caídas, lesiones, sin hoteles lujosos, durmiendo en colegios y albergues, con desplazamientos interminables, con poco staff, sin generosos premios ni nóminas abultadas, con multitud de carencias, pero con pasión. Una enorme pasión que me mueve ahora a defender que el Tour de Francia femenino no nació en el 2022.

Tampoco podemos ser injustos con nuestra Emakumeen Bira ni con la Sociedad Ciclista Iurreta, organizadora de la prueba durante tantos años, fieles baluartes del ciclismo femenino. Nos dieron la oportunidad de correr y crecer en casa con las mejores ciclistas del mundo. Les estaré eternamente agradecida por lo que hicieron por nuestro deporte, por el trabajo incansable que realizaron año tras año para sacar adelante nuestra carrera, ahora Itzulia-Women. No debemos olvidar que esta prueba también tiene su pasado, como el Tour. Para visibilizar estas dos grandes competiciones no se precisa relegar al olvido la historia del ciclismo femenino. Es muy grande. Como nuestra pasión.

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