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Un respiro estival saludable para los niños de Chernóbil

Laura Murillo Rubio

Bilbao —

Ni siquiera habían nacido cuando la mayor catástrofe nuclear de la humanidad asoló Chernóbil, pero sus gravísimas consecuencias marcaron a varias generaciones de por vida. Todavía hoy, más de 28 años después, las evidencias de la explosión continúan haciendo mella en la salud humana. Es por eso que, cada verano, centenares de niños de la región ucraniana viajan a Euskadi de la mano de la asociación Chernóbil Elkartea, que desde 1996 realiza programas de acogimiento para menores entre familias vascas. Este año un total de 233 niños y niñas han aterrizado en la CAV con el objetivo de mejorar su salud lejos del entorno contaminado por la central nuclear, al que en la actualidad se suma también la convulsa situación política que atraviesa el país.

125 familias guipuzcoanas, 88 vizcaínas y 25 alavesas han acogido este año a los menores que llegaron al aeropuerto de Loiu entre nervios, felicidad y algún que otro lloro. La expedición iba encabezada por cuatro monitoras de Ucrania y otros cuatro monitores vascos que fueron a recogerles para facilitar el reparto entre las familias de acogida. 16 niños se integran por primera vez a un nutrido grupo que año tras año repite. Por eso, muchos corrieron directamente a los brazos de sus ‘padres de verano’ en cuanto las puertas de la terminal se abrieron. “Esperamos cada año este momento que es indescriptible”, dicen Begoña y Joseba minutos antes de que Luda aparezca por la puerta. Son ya cinco años los que esta familia de Amorebieta lleva recibiendo a la pequeña de once años en su casa y recalcan que lo seguirán haciendo aunque haya que “apretarse el cinturón”. Y es que este matrimonio es uno de los veteranos en la asociación porque antes de Luda, ya habían recibido a una pareja de hermanos durante tres años. “Ya verás cómo se le ilumina la cara en cuanto nos vea. Lo primero que preguntará es cuándo vamos a ir a la playa”, cuenta Begoña, que en estos respiros estivales de dos meses ha aprendido a conocer a Luda tanto como a sus propios hijos. “La primera vez creíamos que iba a ser más difícil la adaptación, pero al de una semana ya campaba a sus anchas por casa y comía de todo”, aseguran ambos.

Además de días de playa y chapuzones en la piscina, el objetivo principal de estos viajes, que suelen repetirse durante dos semanas en Navidad, es que los niños mejoren su salud. “Vienen a reforzar sus defensas porque tienen un sistema inmunitario debilitado a consecuencia de la contaminación derivada del desastre”, explica Marian Izagirrre, presidenta de la asociación. “Allí el aire y la comida están contaminados por la radiación. Lo que aconsejan tanto la ONU como la OMS es que salgan 40 días del entorno contaminado para que sus cuerpos resipirando aire y comiendo alimentos sin contaminar sean capacez de regenerar las defensas que la radiación les va mermando”, detalla. Por ello, son muchas las familias que visitan al pediatra o el dentista en cuanto los niños llegan para una revisión. La caída de pelo o las caries son solo algunos de los efectos menores que todavía hoy se vislumbran derivados de la radiactividad de las entre 7 a 10 toneladas de combustible nuclear fragmentado, que se liberaron a la atmósfera en aquel fatal accidente del 26 de abril de 1986. Se estima que la cantidad de material radiactivo y tóxico desprendido fue unas 500 veces mayor que el liberado por la bomba atómica arrojada en Hiroshima, lo que prácticamente llevó a desterrar la vida humana de Chernóbil convirtiéndola en la ‘ciudad fantasma’ que aun hoy es.

El valor del voluntariado

La aportación que realizan las familias que entran a formar parte del programa de acogida no ha variado desde hace cinco años. “Está congelada para minorar en lo posible los efectos de la crisis en las economías familiares”, explican desde la entidad social, que a pesar de ello reconocen que este año han descendido las solicitudes. En este sentido, las familias interesadas hacen una única aportación de 625 euros para formar parte del programa. “La partida más importante del presupuesto es el pago de los viajes de ida y vuelta, desde Ucrania hasta Euskadi y viceversa”, asegura Izagirre. El resto se sufraga con las cuotas de los socios, las subvenciones de entidades públicas y donaciones privadas. La labor del voluntariado es “clave” dentro del programa puesto que “todas las personas que forman parte de la asociación son voluntarias y no hay personal contratado”, aseguran.

Precisamente son esos mismos voluntarios quienes han diseñado un variado calendario de actividades, atendiendo a los requerimientos de las familias. Así, los pequeños ucranianos harán una ruta cultural muy diversa que les llevará a visitar el aquarium de San Sebastián, el Museo Vasco del Ferrocarril, el bosque de Oma o el flych de Zumaia, entre otros destinos que recorrerán hasta el 25 de agosto, fecha final de sus vacaciones de verano en Euskadi. “Las actividades son la mejor forma para que los menores que se encuentran en las familias se relacionen con otros niños y niñas tanto de Ucrania como de aquí”, dice Izagirre sobre unas salidas que permiten también que las familias acogedoras puedan compartir sus experiencias.

Una experiencia para repetir

“Es imposible probar un año y no repetir”, comentaban Mila e Imanol en el aeropuerto sobre los lazos que han establecido con los hermanos Dima y Stanis, con quienes disfrutan de los veranos desde hace nueve años. “Ahora estamos nerviosos, pero cuando se van también lo pasamos mal porque hasta dentro de un año no volverán a estar aquí”, lamentan a pesar de que mantienen contacto “continúo” a través de Internet y las redes sociales. Pero entre los padres de acogida, también los hay primerizos. “Esto es como un parto”, dice Belén que espera a Ania y que este año se ha animado a disfrutar de esta experiencia por la que se ha sentido tentada “mil y una” veces, pero que por “cuestiones económicas” nunca antes hasta ahora se había atrevido a formalizar. “Estoy deseando que lleguen para verle la carita. Me han dicho que este mes cumple ocho años, así que ya le estamos preparando la fiesta en casa”, asegura.

Tras unos minutos eternos para estos ‘padres de verano’, finalmente las puertas se abren y los pequeños entran abrumados por la numerosa acogida. Begoña y Joseba no tardan en localizar a Luda. La pequeña pasea nerviosa la mirada ante la expectación de las familias, pero en cuanto escucha su nombre en boca de Joseba, corre hacia sus brazos. Él ya no puede hablar, la emoción le invade mientras achucha sin parar a Luda. “¡Qué bien que ya estás aquí! ¿Tenías ganas de venir?”, pregunta su ama adoptiva, que a duras penas mantiene el tipo. “Sí, muchas. ¿Hace bueno? Quiero ir a la playa”, salta sin dudar Luda, lo que provoca la risa cómplice de la pareja que ya conocían de antemano los deseos de la niña. “Vamos a ir todos los días que quieras”, contestan sus padres adoptivos dispuestos a “recargar pilas” este verano junto a Luda que, al igual que sus compatriotas, volverá a Ucrania “más fuerte que nunca”.

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