La transmisión de valores en educación
Los valores que creemos básicos en nuestra sociedad, son fruto de un consenso, pero no de un consenso de leyes que garanticen esos valores. El consenso se encuentra en el contenido de esos valores, que provienen de diferentes fuentes, tienen diferentes raíces. Y por el hecho de ser un consenso implica que no todos ni todas estamos de acuerdo en esas raíces, como tampoco en las normas que luego usamos para intentar defenderlos y garantizarlos.
Esto que acabo de decir lo aceptaría un amplio espectro de personas, con otro amplio espectro de convicciones e ideologías, salvo quizás aquellos que pretendan asegurar sus ideas con el ejercicio de la fuerza o de modos autoritarios de fijación de sus valores. Pero en cualquier caso, siempre acabaríamos topando con la cuestión de la transmisión de los valores, de la Educación.
Recientemente, en El Periódico de Extremadura Víctor Bermúdez ha firmado un sorprendente artículo donde defiende una terminología, como poco sorprendente en un compañero filósofo, para un Ilustrado y Moderno. Textualmente dice: “¿Hay adoctrinamiento moral o ideológico en las aulas? Sí, por supuesto. … Una de las funciones de la escuela es transmitir los valores comunes en torno a los que se articula una sociedad.”. Este tipo de traslaciones de sentido es muy común, sea de manera intencionada o no, cuando se quiere tener razón, pero en este caso el paso de “adoctrinar” a “transmitir” supone un abismo conceptual tan grande que no es aceptable.
La función educativa es, o debería ser, la de mostrar el camino del pensamiento crítico, enseñar, mostrar, que pensar es el modo de saber. Ni la instrucción memorística ni el adoctrinamiento son la manera de alcanzar el conocimiento, ese que debería ser liberador, el que abre los senderos que llevan a más conocimiento. La Ilustración fue la que extendió la educación a cada vez más sectores de la sociedad, para que abandonara el elitismo de las diferencias de clase, y se democratizara el acceso al conocimiento. Mostrar, debatir, razonar, para alcanzar las anheladas libertad e igualdad. Este es el fundamento que las constituciones democráticas exponen en sus principios, y desarrollan sus leyes.
Se nos presenta el modelo público, el estatal, que debe garantizar el estado y está basado en la competencia docente a través de un sistema de oposición vitalicia, como el garante de que el adoctrinamiento sea el mínimo necesario, y el justo, el adecuado. Para ello los parámetros son los consensos en las leyes (que recuerdo cambian o pueden cambiar según el gobierno), la guardia y custodia de la administración sobre todo de los centros que no son de titularidad estatal, y el desideratum de que no se utilice políticamente la educación.
Ese mínimo de adoctrinamiento me resuena a modelos éticos mínimos que ya se han presentado y que no han dado ningún buen resultado. Como si el problema del adoctrinamiento fuera la cantidad. No entiendo cómo se puede plantear modelos de pensamiento crítico mientras se inculca y adoctrina. En sí mismo, el adoctrinamiento justo, es torticero, una contradictio, ya que se adoctrina para obtener personas obedientes y bien adaptadas, no libres y críticas, cosa imposible.
Estamos hablando de ese populismo tan al uso que ya no sabe cómo presentarse y ahora quiere adoctrinar democráticamente, quizás en un aggiornamento del clericalismo de izquierdas y derechas.
*Juan Carlos Vila es filósofo, ensayista y docente
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