Sobre maricas, bolleras y aulas
Desde la aprobación del matrimonio igualitario en 2005, España se convirtió en un referente de los derechos de gais y lesbianas. Algunos que hemos investigado el tema, sostenemos que en gran parte se debe al potente activismo que desplegó este país, uno en los que más tarde despenalizó la homosexualidad en Europa, gracias a la infame Ley sobre peligrosidad y rehabilitación social que aprobó el tardofranquismo, precisamente en un mes de agosto de 1970. Antes y después de esa ley el tema se puso “sobre el asador”, suscitando debates científicos, políticos, pastorales que se plasmaron en literatura de todo tipo. Es absolutamente cierto que el catolicismo militante de base, y no pocos teólogos y clérigos, fueron aliados del progresismo (por no decir parte importante de él), en los estertores del régimen. Parecía por tanto una ironía del destino que, en pleno siglo XXI, hubiéramos de presenciar lamentables manifestaciones de genuina homofobia alentadas por ciertos sectores neoconservadores y algunos prelados eclesiásticos que todavía siguen protagonizando lamentables titulares de prensa. Han pasado 11 años y ni se ha disuelto la familia nuclear, ni visos tiene de hacerlo, ni se ha descompuesto la sociedad civil. Es algo a lo que ciertos sectores del tradicionalismo de este país ya nos tienen acostumbrados. La “lían parda” y al final no pasa nada, y por supuesto, gente de sus filas utiliza las leyes conseguidas para mejorar sus derechos ciudadanos (divorcio, planificación familiar, uniones entre persona del mismo sexo...)
Recientemente la aprobación de la Ley 3/2016, de 22 de julio, de Protección Integral contra la LGTBifobia y la Discriminación por Razón de Orientación e Identidad Sexual en la Comunidad de Madrid, que implica, entre otras cosas, la necesidad de educar en la diversidad. Y por supuesto, ya se lanzaron voces indicando que eso era invadir el derecho de los padres a educar a sus vástagos en sus propias convicciones. Este texto legal ha tenido varios precedentes, siendo uno destacado el de la Ley extremeña, la Ley 12/2015, de 8 de abril, de igualdad social de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales y de políticas públicas contra la discriminación por orientación sexual e identidad de género en la Comunidad Autónoma de Extremadura. Además a esta ley, ya la va tocando el asunto de ser cumplida honesta y fecundamente en los programas educativos de nuestra región. Seguro que ya están en ello Administraciones y activistas en de la sociedad civil.
La pregunta que cabe hacerse es, qué ha pasado en nuestra sociedad para que, tantos años después de que gais y lesbianas se estén casando en nuestro país, se haga necesario reforzar de esa forma los derechos civiles de estos ciudadanos. Claro... cuando uno ve las reacciones “de los de siempre”, se lo explica con cierta inteligibilidad. Y no solo lo que agitan esos sectores, esos mismos católicos que se olvidan de ser papistas cuando el actual pontífice, Francisco, pone encima de la mesa la necesidad de revisar cierto magisterio, que no es dogmático, sobre moral y costumbres. A eso se añade que la mayor visibilidad ha entrañado mayor violencia. Con lamentable periodicidad la prensa nos informa de agresiones homófobas (de alta intensidad), sin que ello nos haga olvidarnos de las de “baja intensidad” que existen en todos los lugares de nuestra geografía.
Hace muchos años que muchos docentes venimos intentando incorporar la cuestión del respeto a la diversidad en las aulas. Es cierto que han sido proyectos parciales, pero también sumamente jugosos, en los que se embarcaba profesorado de todo tipo. Hay incluso experiencias magníficas en Madrid al respecto, como la tutoría LGTBI-H del Instituto Duque de Rivas de Rivas-Vaciamadrid, que ya se ha extendido a otros centros educativos. Espero que en Extremadura seamos capaces de algo así.
La reflexión que me espolea es: ¿Es necesario el tratamiento de la diversidad sexual en el aula? Pues a la luz de mi experiencia, no solo es necesaria sino que es absolutamente imprescindible para formar la ciudadanía de una sociedad pluralista y libre. Pero no solo para eso, sino por respeto a la propia cultura... Difícilmente se podrá entender el mundo grecolatino si en Historia, Literatura y Filosofía no se es explícito con ciertas cuestiones de una sexualidad que sería difícil entender en los cánones del “heterocentrismo” contemporáneo. También es bien cierto que el mundo grecolatino desconocía la “orientación sexual” (para eso hemos de llegar al siglo XX), pero precisamente explicar eso será dar cultura contrastada a nuestros jóvenes. Si ya nos centramos en las letras patrias, no veo la manera de entender a varios autores capitales de nuestra literatura contemporánea sin tener en cuenta su no siempre disimulada sexualidad disidente.
Pero más allá de cuestiones academicistas, que cualquier especializado en humanidades sabrá argumentar sabiamente, en las aulas de secundaria (incluso antes), nos encontramos con que hay diversidad afectivo-sexual, y de identidad en el alumnado. Ese alumnado necesita respuesta educativa y referentes positivos. Es más, la totalidad del alumnado lo necesita en ese “comprender” a los demás y comprenderse a sí mismos. Hace mucho que las ciencias sexológicas y la antropología sexual apuntan a que la sexualidad humana se asemeja más a un continuum lleno de borrosidades que a compartimentos estancos. No son pocos los psiquiatras que afirman a que la homofobia es una mala respuesta a la propia homosexualidad o bisexualidad “latente” en todo individuo humano. No es cosa que la gente cuente “de cañas”, pero es evidente que si somos sinceros con nosotros mismos todos hemos experimentado esa “diversidad” en los afectos y atracciones que tan lúcidamente examinan los saberes humanísticos y científicos sobre las sexualidades.
No querer hablar de ello es un ancestral proyecto de control de los cuerpos y las conductas. Ya la teología medieval se refería a las prácticas homosexuales como “vicio nefando”, innombrable, del que es mejor no hablar, porque se difunde. Existen manuales de confesión hilarantes donde se aconseja escarbar en el penitente, pero con el sumo cuidado de no “darle ideas”, algo así como si esas prácticas, disolventes del alma, fueran algo que una vez “probado”, no pudieran abandonarse. Debía entonces el confesor interrogar, pero cuidando que el penitente no detectara que las preguntas contenían “vicios comunes”. También hay que decir que la visión medieval y moderna de la “sodomía” (así se llamaba verter semen donde no se debía, aunque también dedicaban líneas a lo que pudiera ocurrir “entre mujeres”) no implicaba una condición en el sujeto. Podía pasar en todas partes. Era mucho más universal. Era un vicio. En relación con el lesbianismo, la sexualidad de la mujer siempre se ha ocultado, y si era sin la participación de varón eso ya sí que era inconcebible.
De estas cuestiones ya hay mucho escrito. Filósofos, antropólogos, sociólogos, filólogos, historiadores y un sin fin de especialistas han estado “desbrozando” el terreno desde que la “sexualidad” se convirtió en eso que nos define tanto. El problema en nuestro país parece ser la aplicación “en la práctica”. Hay mucho camino andado. En parte por esa fundamentación científica y, sobre todo, por la actividad incansable de los activistas. En el caso de Extremadura, por ejemplo, la ejemplar acción social, política y educativa de la Fundación Triángulo.
En clase tenemos “maricas” y “bolleras” por utilizar términos despectivos que hace mucho han sido apropiados por los propios gais y lesbianas para sus estrategias de autodefensa. Apropiarse del discurso del enemigo y “darle la vuelta” es una maniobra inteligente. Ya se dice que contestaba Miguel de Molina, algo así como “Marica no, maricón, que suena a bóveda”. Y por supuesto también hay padres y madres que son homosexuales, y profesorado... faltaría más. La diversidad humana no hace selección profesional o social.
Hay una manera de “hacer morir” que no es “matar”. Se trata de invisibilizar.. De omitir. Lo que no se dice, y sobre todo, lo que no sale en los medios, no existe, por lo tanto, no importa. Ya hace tiempo que las instituciones europeas alertaron sobre la prevalencia de suicidios entre adolescentes gais y lesbianas en los países de la Unión. Naturalmente descerebrados sin escrúpulos han querido vincular eso con la condición enfermiza, sin atender al ambiente exterior hostil que hace que la adolescencia de un chico o chica diferente, sea algo mucho más duro que para cualquier otro.
La experiencia de aula indica que el tratamiento abierto, sin tabúes, de la diversidad sexual humana es algo absolutamente fundamental y que tiene buenos resultados tanto en el alumnado que se ajusta a los patrones sociales de afectividad y sexualidad como a los que se sienten divergentes. Y eso es algo que debe asumir nuestra sociedad. Parafraseando a José Antonio Marina, cuando los lamentables debates sobre “Educación para la Ciudadanía” , no solo educan los padres, “educa la tribu”. Y quiero pensar que mi tribu, esta tribu tan amplia que nos da la globalización, incluye formas de sentir, amar y disfrutar muy diversas.
Hay además algo totalmente estéril en los intentos de bloquear esa emancipación y amplificación de derechos. El alumnado que estuviera “protegido” contra el mal que supone saber en qué mundo se vive y cuán diverso es, tarde o temprano, acabará dándose cuenta de la trampa. Y quizá, sería deseable, se sienta indignado con semejantes maniobras. Si se le impide a un vástago de nuestra tribu conocer la realidad completa con la que ha de convivir, y las múltiples formas que hay de adaptación a la vida social, seguramente mirará con sospecha a los artífices. A no ser que sea muy torpe o, lo que es más probable, tenga en sí mismo cuestiones identitarias complicadas a las que no responde su entorno inmediato.
El alumnado de secundaria está deseando hablar de sí mismo, y eso incluye hablar de “sexualidad” y por supuesto de “variantes”. Es algo que pesa mucho a esas edades. Los sectores más conservadores volverán al tópico de la “edad peligrosa”, pero el hecho es que es, precisamente, la edad menesterosa de información. La información no es algo malo. Esa es la trampa. La información ayuda a comprenderse a uno mismo y a los demás. Ningún alumno o alumna se va a hacer “diferente” por saber que existe la diferencia. Si es distinto, tendrá elementos para construir su identidad de una forma positiva. Si está “normalizado” sabrá aceptar mejor a los demás. Cuando he trabajado la cuestión ya no con alumnado sino con las familias, las madres y padres están muy interesados en que sus hijos reciban esa formación integral. Ellos mismos dicen que no se sienten preparados para explicar debidamente ciertas cuestiones. El mismo profesorado debe prepararse para abordar estas cuestiones, y las Administraciones deben fomentar esa formación de los docentes.
Querer convertir en algo dañino, como hacen ciertos adalides de posiciones que quedan absolutamente desfasadas con la más mínima lectura sobre “educación sexual”, lo que es simplemente formación integral y pluralista, es torticero, obsesivo y síntoma de una muy mala digestión de la contemporaneidad.
La diversidad identitario-afectivo-sexual tiene que llegar a las aulas de forma generalizada. Es algo que ya viene pasando por esfuerzo de muchos docentes que intentan que la tolerancia sea un aspecto fundamental de lo que se ha de transmitir al alumnado. Y es asunto que debe llegar de forma transversal y natural, como llega la existencia de personas zurdas (otros martirizados por el sistema), y el respeto a cualquier persona sea cual sea su opción o condición. Mi experiencia cuando he tratado el tema en Filosofía, en la ya “extinta” Educación ético-cívica o en la novedosa materia de Valores éticos ha sido positiva. Era además que el propio alumnado “sacaba a colación” cuando hablábamos de la diversidad personal. Les interesa, por tanto, no los hagamos cerriles por no ser valientes.
Vamos, pues, adelante con la concreción de medidas formativas, sobre todo para el profesorado, en materia de alcanzar mayores cotas de cumplimiento de los Derechos Humanos. Como decía un adorable profesor mío, de Metafísica, en la Facultad, se trata de tirar con la bici hacia delante, aunque no tengamos meta cierta, sabedores de que parar de pedalear supondrá siempre ceder al impulso hacia “abajo” de la cuesta “arriba” en que nos encontramos con la bicicleta.