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Lo nuevo es viejo

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Tomás Martín Tamayo

A la hora de opinar de política se impone la eterna argucia de hablar de lo nuevo y lo viejo, intentando confrontar el ayer y el mañana como términos contrapuestos. Es lo que se ha hecho siempre, con lo que se evidencia claramente que lo que se presenta como nuevo es más viejo que un suspiro. O sea, que lo nuevo y lo viejo vienen a ser lo mismo, o parecido, pero con un ropaje aparentemente diferente, que también concluye por ser igual. Vamos, diferencias abismales como las que hay entre las corbatas de rayas y las de lunares. Además, se parte de la premisa de que lo nuevo es mejor que lo viejo, que es, claro, donde se residencian todas las corruptelas y podredumbres. ¡Que estrategia tan vieja! ¿Lo nuevo es fresco, puro, inmaculado, original, independiente, libre, incorruptible…? ¡Ay, que me da la risa! Durante la Transición Política todos los partidos, incluso AP/Fraga, se presentaban como novedad, pero ninguno como el PSOE de Felipe González supo capitalizar la frescura de su oferta.

El PSOE de ayer se vendía exactamente igual que el Podemos de hoy, con la diferencia de que la cúpula socialista no tenía flecos en su pasado y a los de Podemos se le están viendo costurones antes de empezar a andar.  Parece claro que alguno de ellos pertenecen a la misma casta que denostan. El eslogan “Por el cambio” fue en sí mismo un buen programa electoral porque, al margen de la letra pequeña que nunca se lee, el electorado ansiaba algo diferente y después de dos intentonas fallidas, la descomposición de UCD sirvió el poder en bandeja a los socialistas que, además, presumían de “cien años de honradez”.  Un humorista del momento les respondió con la retranca de que “cien años de honradez, pero ni un minuto más”, aunque en el electorado ya había anidado la frescura que traía el socialismo de aquel joven abogado laboralista sevillano, que incluso en los carteles electorales aparecía mirando un luminoso cielo azul. El bueno de Felipe y el malo de Guerra eran lo nuevo, frente a la supuesta tropa arcaica que se había descolgado del franquismo. El PSOE contra “los de siempre”, es ahora Podemos contra “la casta”. Pablo Iglesias es la sombra de Felipe González y Monedero la de Guerra… Solo falta que acaben  igual, a tortazos entre ellos

Fíjense en qué ha devenido aquel Felipe de la transición, que hoy se disputa  consejos de administración y sueldazos con Aznar, abotargado, empurado, de yates y jet set internacional, furibundo de la monarquía, representante del bon vivant y con una derechización en la sesera y en el bolsillo como para echarle un pulso a “los de siempre”. ¿Alguna diferencia entre Felipe y Aznar? Algunos se van a cabrear, pero yo creo que la diferencia mayor es que Aznar está un poco más a la izquierda.

En Extremadura también hicimos nuestra transición particular y, estudiándola con un poco de generosidad, se ve que “el invento” se hizo con mucha improvisación y a salto de mata, manteniendo algunos tics de la etapa franquista que, cuarenta años después, aún laten en las instituciones, en las clases sociales y en la política. Y no veo que lo que se presenta como nuevo esté en disposición de erradicarlos. Ignacio Sánchez Amor, exvicepresidente de la Junta y actual diputado en el Congreso, acaba de sacar un esmerado ensayo, “Extremadura embrionaria”, en el que hace un estudio detallado de las instituciones y partidos políticos de 1983 a 1987. En el se ve que, más allá del desconcierto y el entusiasmo de aquellos días, lo que se hizo permanece y cómo se hizo también. No es un ensayo para multitudes, pero sí es un libro que cubre un inmenso espacio vacío porque de la transición se habla mucho y se sabe poco.

No creo que esté todo inventado, pero las novedades políticas que se presentan hoy son un reflejo de las novedades de ayer. Y de antes de ayer.  Si, por ejemplo, Ibarra es un dinosaurio político, ¿a qué especie pertenecen los que intentan imitarlo, superándolo en zafiedad e inconsistencia? Yo coincidí en Méjico con las elecciones presidenciales de 1982, que dieron el poder a Miguel de la Madrid, y me asombraba que, siendo el candidato del mismo PRI de siempre, se presentara como lo último de lo último. Y la gente se lo creyó porque el reclamo de lo nuevo tiene mucho tirón. La única novedad en política sería un partido de arcángeles y serafines, bajados del cielo y sin bolsillos en las túnicas. Los bolsillos son la perdición y, por lo que se ve, “los nuevos” también los tienen. Y con mucho fondo.

Este y otros artículos de Tomás Martín Tamayo los puede leer también en su blog 'Cuentos del día a día'

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