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Opinión

Del emérito a la pandemia

Restos de un botellón

Gaspar García Moreno, periodista

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Luego la pandemia, ahora, lo otro. Hay semanas que se agolpan las informaciones de una manera abrumadora. 

Sí, empezamos (y seguimos) con lo del emérito y Corinna, regalos de por medio; seguimos con la defensa de aquel por Felipe González diciendo, y puede tener razón, que hay que aplica el principio de presunción de inocencia. Lógico y nadie se lo niega. Otra cosa es que el señor ex presidente del primer gobierno socialista de la nueva era, se prodigue tanto últimamente en cosas que a la mayoría de la gente de izquierdas, parece, no le hace mucha gracia. Sí, es el miso Felipe de aquello de “¡OTAN de entrada NO!,” que nos llevó a ser miembros de la Organización del Atlántico Norte hasta las cejas. Menos mal que parece que por lo menos sirvió para democratizar parte del ejército. Pero una cosas es predicar y otra dar trigo. No he visto a González, tan animoso y dicharachero en muchísimas ocasiones, y me hubiera gustado, dar la cara en oros asuntos con visos de progresismo. Sí le oí criticar al presidente del Gobierno y ponerse en su contra hasta en las primarias del PSOE. Le ha venido como anillo al dedo lo de “vive como piensas o pensarás como vives” del ex presidente Pepe Múgica.

Sí, la presunción de inocencia es una máxima jurídica importante, pero como estamos acostumbrados en este país a la lentitud de la Justicia y a lo irreparable de las consecuencias de la tardanza de la misma en multitud de ocasiones, uno se teme que al emérito se le pase el tiempo en dimes y diretes y nunca llegaremos a saber cuánto afanó procedente de petrodólares y otras regalías si las hubo. Años pueden tardar las cosas, como la justicia suiza no sea más ágil que la española. 

Ahí está otro caso, el del “honorable”, al que la justicia o parte de la misma dice que había que juzgarle junto a toda la familia porque parece que la “Pujol cosa nostra” era común. Dijo él en su día en el Palament, iracundo, que “si se va segando la rama del árbol al final caerán todas”. Y así lo recogía magistralmente el humorista Bernardo Vergara hace unos días.

A falta de pan, buenos podrían ser los periodistas. Para defensa de lo público con una misión que yo siempre interpreté como la de, al menos, incomodar al poder siendo un servicio en defensa del derecho a la información que tenemos todos los ciudadanos. ¿Hay medios así? Claro y lo intentan al menos. Aunque, todo hay que decirlo, hasta que se pone en entredicho, o en peligro su viabilidad económica y el futuro de los trabajadores. También hay de los otros, lo que no rozan siquiera a los que están en el poder sino todo lo contrario. Por eso cada vez más se solicita muchos medios que para su libertad seamos corresponsables de su discurrir y de su permanencia. Sepan que la información, la buena información, la información independiente, la que vigila al poder y defiende lo público y el derecho a la información, cuesta dinero. Tiene trabajadores que viven de ella con todo el derecho del mundo.

A lo mejor en esto hemos fracasado. Bueno pues entonces cojamos esa sentencia que creo que leí en algún libro de Almudena Grandes: “Un fracaso compartido une más que una victoria”.

Lo de la pandemia que les decía más arriba esa es otra. Y parece que no queremos hacer caso. Hasta el flemático Fernando Simón se ha llevado las manos a la cabeza. Y mira que los sanitarios lo advirtieron cuando algunas voces afirmaron que menos aplauso y más disciplina, o algo parecido. Toda España, con Aragón y Cataluña a la cabeza esto está que arde con cifras mayores cada día. Y por esta tierra qué decirles. En algunas zonas hemos retrocedido a números de marzo, como en Badajoz capital. Algunos día de esta semana pasada hemos tenido acojonados a muchos sanitarios de los centros de salud (en el área de Badajoz, con la capital al frente al menos) y a las urgencias de hospitales. Cuando el lobo viene de verdad echamos a correr a las colas de los espacios habilitados para hacer la prueba. Mientras, desde casi niños, pasando por jóvenes y adultos, a vivir que son dos días. Acuérdense de esos sitios acotados, por ejemplo, con banderas de España y otros donde bordeaban las normas, como botellones, bodas, celebraciones familiares o de amigos con cifras y acciones por encima de lo permitido; despedidas de equipos que iban a jugar no sé qué, quedadas en bares y restaurantes como si fuera feria aunque ésta oficialmente no se celebrara. Pues eso, las consecuencias. Que el aforo del Teatro Romano ya no es 50% se va a permitir el 75%. Sea. Es decir, y con este ejemplo quiero englobar otros muchos, que parece que ya lo hemos superado todo. Veremos si el 22 no hacen, salvo que se acojonen las autoridades competentes, un pasillo multitudinario a los Reyes en su visita a Mérida que por lo visto vienen para inaugurar (seguimos con la manía de las inauguraciones) la temporada de teatro. Y se quedarán como alelados. Salvo que el propio Rey, que no está el horno para bollos por la casi “pandemia” económica familiar, ponga un poco de cordura.

Una vez más: seamos sensatos, solidarios y hagamos caso a las autoridades, por lo menos a las sanitarias, que son las que saben de verdad. Si no, ni economía ni leches. Porque no va a haber clientes. O contagiados o acojonados. Otra vez en casa. Cuando esto se desboquee otra vez vamos a pedir responsabilidades al maestro armero o a la Administración, como siempre, con el “dame argo”.

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