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Podemos y los pactos de gobierno

Sánchez se reúne con Iglesias para explorar posibilidades de entendimiento

Víctor Bermúdez Torres

Hace unos días las bases de Podemos en Castilla-La Mancha aceptaron la propuesta de un pacto de gobierno (en minoría) con el PSOE, si bien con la oposición de algunos sectores y la reticencia de otros. A la vez, y aquí en Extremadura, se han iniciado los encuentros entre el gobierno del PSOE y Podemos para negociar los presupuestos autonómicos del próximo año.

Todo esto ha despertado la controversia entre las diversas corrientes ideológicas (unas favorables y otras opuestas al acercamiento con el PSOE) que confluyen en Podemos. ¿Debe Podemos pactar políticas sustantivas con el PSOE? ¿Debe – sobre todo – subscribir pactos de gobierno – en todos los ámbitos de la administración – con los socialistas?  

Empecemos por lo más obvio: en cualquier sociedad moderna y plural la acción política consiste, fundamentalmente, en la capacidad para llegar a acuerdos. Es inevitable. No todos los ciudadanos tienen exactamente los mismos principios, ideas e intereses. ¿Debe entonces Podemos pactar con otros partidos? Si quiere hacer política, que es para lo que ha nacido, la respuesta es

Una manera (contundente) de pactar con otras fuerzas es gobernar con ellas. Los gobiernos de coalición son cosa habitual en otros países europeos y, pese a la inestabilidad que se les supone, son una muestra de madurez democrática.  ¿Debe entonces Podemos gobernar con otros partidos? Si quiere hacer política (más allá de vigilar la que hacen otros) y demostrar que es capaz de afrontar la tarea de administrar directamente los asuntos públicos la respuesta es

En condiciones normales, la tendencia natural de un partido cuando apoya a otros, pacta con ellos o participa de un gobierno, es hacerlo con los partidos más cercanos (por lejanos que sean) a sus principios ideológicos. ¿Debe entonces Podemos pactar con el PSOE? ¿Con quién si no? Los apoyos, pactos o coaliciones “anti-naturales”, y salvo circunstancias de excepción, son ininteligibles para la ciudadanía y justamente castigados en las urnas. Que se lo digan a IU en Extremadura. 

Desde el punto de vista pragmático o estratégico, pactar o participar de un gobierno estando en minoría es arriesgado (supone renuncias, tragarse algún que otro sapo, y exponerse a morir – de éxito o fracaso – aplastado por el socio mayoritario), pero también es un reto prometedor. Una eficaz colaboración desde la que lograr mayores cuotas de poder y hacer visibles cambios sustantivos hacia políticas de izquierda es premiado en las urnas (parte significativa del electorado de Unidos Podemos, y antes de IU, vota pensando, casi exclusivamente, en esa posibilidad).

Una ruptura desde dentro, después de “haberlo intentado todo”, también puede dar réditos. En cualquier caso, y salvo que se pretenda la vieja y muy falible estrategia rupturista del “cuanto peor, mejor” (dejando gobernar durante más tiempo a la derecha mientras se aguarda una hipotética debacle del PSOE), no se ve, a medio plazo, ninguna opción mejor o que no conduzca al estancamiento. 

En cuanto a la cuestión de los principios, la dialéctica reforma/ruptura, común y eterna a la izquierda, es inevitable, y deseable, como todo lo que quiere ser verdadero diálogo. Pero solo si es “constructiva”. Cuando raramente lo es promete la unidad (tensa y fértil) de la izquierda. Cuando no lo es, arruina esa posibilidad (a veces, con funestas consecuencias históricas). ¿Debe entonces Podemos empeñarse en aquella dialéctica constructiva de forma lo más honesta y consecuente posible (participando de o proponiendo gobiernos conjuntos)? A mi juicio la respuesta ha de ser

Acabo. Una fuerza política con vocación de serlo no puede dar la imagen de una tribu marginal desintegrada de la sociedad que pretende transformar. Mal que nos pese a muchos, la inmensa mayoría de la sociedad española no está por derrocar el “régimen del 78” (mucho menos al “sistema” sea lo que sea lo que signifique eso). Más allá de la retórica para consumo interno, no está nada claro que haya “amplísimas capas sociales impugnando el régimen” ni que el 15M haya sido el “evento originario de un nuevo ciclo político”.

Todo eso está todavía por ver, y asumirlo por principio o es mera propaganda o un caso de ceguera sectaria. A medio plazo, y salvo cataclismos (y aún así), Podemos no va a llegar por sí solo a posiciones de poder muy distintas de las que goza ahora. Y detrás de esto hay causas sociológicas e ideológicas (y no solo poderes fácticos y mediáticos) muy profundas y complejas de modificar – lo cual no quiere decir que no puedan ni deban ser modificadas – .

¿Tiene Podemos, mientras tanto, que demostrar – por ejemplo, con pactos de gobierno –  que es una fuerza política “fiable” capaz de hacer políticas para la mayoría? Si no quiere caer en la irrelevancia y la melancolía moralmente autosatisfecha en la que pervive habitualmente la izquierda (para tranquilidad de muchos), la respuesta es . Es para conciliar a las mayorías con los postulados de la izquierda para lo que nació Podemos, que representa también en sí mismo – y es una de sus señas de identidad  – un compromiso (arduo, pero también dinámico y creador) entre principios, ideas e intereses no siempre idénticos.

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