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Hacia el diálogo civil

Enrique Hernández, presidente del Consejo de la Juventud de Extremadura

Tengo la sensación de que nos han vendido la moto del Apocalipsis. Si miramos los medios de comunicación, las noticias de lo que ocurre cerca y lejos de Extremadura, parece que el mundo se desmorona y el pesimismo campa a sus anchas: la crisis no acaba, el Mediterráneo se convierte en cementerio, la educación parece un desastre... No voy a negar que el mundo no me gusta como está. Me indignan situaciones de sufrimiento cerca y lejos de mi casa. Y como a mí a mucha más gente. Pero al mismo tiempo llevo meses percibiendo una idea colectiva que se ha metido en nuestros cerebros: la sociedad in-voluciona, se autodestruye. 

Si miramos en perspectiva histórica, siglo a siglo, creo que no queda más remedio que reconocer lo contrario: el valor de la vida humana aumenta poco a poco, como demuestra por ejemplo la reducción progresiva de territorios que aplican la pena de muerte. Hay muchos otros indicios: la revolución industrial inició un proceso de destrucción ambiental al que no eran sensibles ni el 1% de quienes la vivieron. Hoy en día el planeta corre grave peligro por nuestra acción, pero la sensibilidad hacia el medio ambiente se contagia a gran velocidad. No al ritmo que nos gustaría, de acuerdo... pero no dejemos que nuestra buena impaciencia nos ciegue ante lo evidente. 

Llevo meses intentando llevar este razonamiento a muchos espacios con jóvenes: la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor es la nostalgia de una sociedad que envejece. La pregunta de si el mundo va a peor o a mejor es diferente de si nos gusta cómo está. Nuestra exigencia ética ya no se queda en el continente. Es verdad que nos espantamos ante las barbaridades cometidas en varios rincones del planeta. Pero no es menos cierto que esas atrocidades se han hecho siglo tras siglo sin que se expandiera la información, y por tanto sin que nos pudieran indignar.

Otra muestra: los Objetivos de Desarrollo del Milenio planteados para 2015 por las Naciones Unidas no se han alcanzado, pero tampoco puede decirse que hayan sido inútiles o que no hayan significado un paso adelante. Gracias a ellos, ahora la sociedad civil organizada a nivel internacional está teniendo la oportunidad de planificar unos nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible tratando de corregir los errores cometidos con los anteriores. 

Que nadie se confunda: no estoy posicionando un optimismo ingenuo. He procurado cuestionar con evidencias cada avance que señalo. Creo que no hay más remedio que reconocer que el mundo sigue cambiando a mejor, le guste o no a una mayoría que hoy se lamenta por su destrucción inminente. No dudo que la velocidad y capacidad para estropearlo todo también ha crecido. Y no sé si una sociedad que es hoy más sensible y exigente basta para frenar las burradas de tantas otras corrientes y personas. 

De lo que no me cabe duda es que nuestra acción individual, desde Extremadura, no tiene por sí misma capacidad de cambiar el curso de la historia. Parece una perogrullada, pero amparada en esta obviedad se encuentra la mayoría social. La que defiende allí donde voy que la respuesta a mi pregunta de si el mundo va a peor o a mejor es apocalíptica. Esa mayoría que llorando por las esquinas se coge una bolsa de pipas y se sienta a ver cómo termina el mundo. Desde sus lamentos nace lo habitual: no hacer más que aquello que aporte el beneficio personal. También esto lo afirmo desde la evidencia, ya que varios estudios confirman que menos del 30% de la población extremeña está implicada en algún tipo de proyecto colectivo, asociaciones, o iniciativas orientadas al interés general. Apenas el 20% desarrolla algún tipo de voluntariado: hacer algo de manera continuada por los demás sin esperar una recompensa a cambio. El 80% come palomitas mientras se lamenta del espectáculo. 

En conclusión, si el mundo mejora es por lo que hace ese 20% aquí y en el resto del planeta. Y que evoluciona es evidente. Probablemente lo consigue colando ideas al resto para subir el nivel de exigencia ética social. El 20% activo de la sociedad, implicado en organizaciones de interés general, es el motor del cambio. Siento darle esta patada al ego de algún partido político. 

Todo esto lo llevamos desde el Consejo de la Juventud de Extremadura a una segunda conclusión: ese 20% tiene mucho que decir para mejorar las cosas en los asuntos públicos. No somos mayoría la sociedad civil organizada, joven o adulta. Esto permite a muchos representantes políticos cuestionar la legitimidad de nuestras redes y plataformas para tomar parte en la política: “dejadla a los políticos”, dicen. Se creen tantas personalidades políticas las únicas legitimadas... ignorando que ellas también son elegidas por claras minorías sociales.

Frente a su legitimidad basada en una jornada cada cuatro años (que aceptamos), existe un complemento imprescindible: la de la sociedad civil organizada. La que se deja cada día la piel por acelerar los cambios. Desde Extremadura con una mirada global. Es la minoría social que coopera con otros pueblos, la que denuncia e intenta arreglar aquello que las instituciones dejan de hacer irresponsablemente, aquí o allí. Donde el Estado no llega, aunque debiera, llega una parte de la población que no es mayoría silenciosa, sino minoría luchadora. Son el germen de ese verdadero cambio. Esa legitimidad no se limita a hacer lo que debe sin esperar recompensa a cambio, sino tomar parte (participar) en la vida pública, más allá (¿por qué no?) de las fórmulas clásicas y de la dinámica representativa de los partidos políticos. 

No queremos quitarle a nadie el puesto, solamente agitar las sillas. No consiste en imponer el criterio ni un gobierno de las ONG's, descuiden sus señorías. Se trata, con estos razonamientos, de recordar que no solamente importa la participación cuantitativa, sino también la cualitativa. El clásico diálogo social en el que sindicatos, gobierno y patronal parecen tomar los grandes pactos de nuestra sociedad es insuficiente. Claramente insuficiente. Existe otra forma que va más allá de la democracia representativa y el diálogo social. Estas fórmulas estaban muy bien para principios de siglo. 

La alternativa actual se concreta en algo llamado el principio de co-gestión y los procesos de co-decisión: gestionar y decidir coordinadamente, sociedad civil organizada e instituciones públicas. Así lo reivindicamos, en particular, las organizaciones juveniles de esta región. Lo hacemos porque vemos cómo no existen apenas responsables políticos con conocimientos, habilidades y vocación por la política en materia de juventud: somos nosotras las expertas, agrade o no reconocerlo.

Pero no solamente lo reivindicamos nosotras. Las redes del tercer sector, de la sociedad civil organizada en Extremadura, vamos a provocar espacios de verdadero diálogo civil: no hablar solamente cuando a las personalidades políticas les interese, ni hablar únicamente de los temas que a ellas les parezcan oportunos. No nos gusta cómo está el mundo, ni cómo está Extremadura. De ese análisis surge nuestro compromiso, consciente de que está cambiando y lo podemos acelerar. Ésto marcará la agenda de las nuevas instituciones, les guste o no a la Junta y la Asamblea. El empoderamiento de la sociedad civil organizada en Extremadura es el verdadero cambio de estos años, el acelerador de los próximos. Porque el presente y el futuro serán de la juventud, o no serán. Y si no, al tiempo.

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