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Cuando perdemos la esperanza

En el mundo se suicida, aproximadamente, una persona cada 40 segundos. EFE/ Víctor Lerena

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La pasada semana nuestra sociedad quedo conmocionada por el suicidio de Verónica Forqué. Una personas tan dulce y sonriente, una personas tocada por la varita mágica del éxito. Alguien a quien uno podría envidiar con demasiada facilidad porque respiraba bondad.

He leído a Lucia Etxebarría hablando del acoso que sufrió en las redes sociales como posible causa de ese rendirse. No sé, quizás tenga razón, la fama es una carga que no he experimentado, y me hace pensar en esa máxima budista que dice “cuando veas a alguien triunfar, siente piedad” porque obviamente nada es para siempre, aunque a las personas nos gustaría que la seguridad, el éxito y la gloria fueran la norma en nuestra vida, y que los sinsabores fueran apenas una anécdota que contar, entre risas, en alguna cena familiar.

Pero el problema del suicidio es tan grave que tiene incluso un día, el 10 de septiembre. Yo lo tengo muy presente porque queda cerca de mi cumpleaños y soy una de esas personas que cada vez que las cosas se tuercen piensa “ojalá me muriera ahora mismo”.

Pero no basta con desear morir, suicidarse conlleva un esfuerzo, y esa es la parte aterradora. Muchas personas dicen que si tuvieran que matar con sus propias manos a los animales que se comen, se harían vegetarianas, algunas solo de pensar en la carga que ponemos sobre gente que no conocemos, nos hacemos veganas … y es que todas sabemos que quitar la vida no es fácil e implica una buena sobredosis de violencia; por eso pensamos con una mezcla de horror y culpa a quienes logran quitarse la propia vida, porque deben superar la barrera del instinto de supervivencia, y porque su desesperación nos ha pasado desapercibida. Nos aterra esa soledad inconmensurable, que no se ve del todo, y si no hemos sido capaces de tender la mano, es posible que esa soledad nos alcance un día cuando estemos en soledad, y tampoco recibamos el dulce consuelo de una mano amiga. No lo sabemos, no somos conscientes, pero en el mundo se suicida, aproximadamente, una persona cada 40 segundos.

Nos gusta pensar que sucede por la tristeza, por un desarreglo en la química emocional, y es así en algunos casos, pero la mayor parte de los suicidios están originados por la pobreza. Ya lo decía Platón, el suicido se justifica cuando uno “se ve obligado a ello por la ocurrencia de alguna desgracia insoportable”.

Un 80% de todos los suicidios ocurren en países de ingresos bajos o medio-bajos (https://www.who.int/teams/mental-health-and-substance-use), siendo el sudeste asiático quien más sufre la desesperanza, un 15,6 por 100.000 de sus habitantes. Nuestra región mediterránea es la que sale mejor parada en las estadísticas con una tasa de 5,6 de suicidios por 100.000 habitantes. El subcontinente europeo tiene una tasa media de mortalidad por suicidio de 14,1 por 100.000, y eso es porque por ejemplo en Lituania la media está en 32,7 por 100.000 y descompensa la media esperanzadora del mediterráneo. 

No voy a poner más datos, no tengan miedo. Pero a veces los datos son necesarios para borrar algunas ideas falsas que atesoramos como un consuelo. Yo misma he dicho en más de una ocasión que en Suecia el suicidio es un problema, y sin embargo los datos me dan otra perspectiva. En la mayor parte de los casos del mundo el suicidio es debido a la desigualdad, a la pobreza, a la perdida de la esperanza de un cambio. Cuando todos los caminos están cortados, cuando miras a tu alrededor y todo es hostilidad porque reconozcámoslo, la pobreza no nos gusta y miramos a las personas pobres como a seres indeseables, porque si hay algo que no queremos abrazar es la pobreza. Aunque luego admiremos a quienes pueden hacerlo, aunque se lo exijamos a los políticos de la izquierda, que no a los de la derecha. Aunque sepamos que el camino de la salvación planetaria pasa por abrazar la austeridad en nuestras vidas. La pobreza nos causa un terror semejante al que sentimos al imaginar un cáncer de páncreas.

Pensando en estos datos recopilados en los últimos tres años, y en la emergencia climática, que es una de las mayores causas de pobreza actualmente, no queda más que preguntarse ¿Hasta cuándo vamos a mantener este sistema violento y este cerrar los ojos?

En un estudio realizado en 2016 (Gunnell y Chang) explicaban que “aunque - el suicido- aumenta con la pérdida de empleo, también contribuyen otros factores estresantes como las medidas de austeridad, la pérdida del hogar, y las deudas imposibles de pagar”, y eso ocasiona tensión en las relaciones personales, y desde luego no ayuda el escaso apoyo de los servicios de salud mental, que cuando existen, van de la mano de largas listas de espera y una atención deshumanizada.

Existe una relación inversa entre la clase social ocupacional y el riesgo de suicidio y cuanto más alta es la posición dentro de la jerarquía de clases, menor es la tasa de comportamiento suicida.

Un estudio europeo sobre las desigualdades socioeconómicas, medidas por nivel educativo y acceso a la vivienda, (Lorant et al., 2005) encontró que el comportamiento suicida es más habitual entre los hombres con un bajo nivel educativo, con un factor de riesgo de suicidio en 8 de cada 10 países. Curiosamente es al revés para las mujeres, un menor nivel educativo tiende a protegerlas del suicidio. Otro dato curioso es que el suicidio es mayor entre quienes alquilan, que entre quienes tienen una vivienda en propiedad, y aquí da igual el género.

No es cosa de broma, porque el riesgo relativo de suicidio es diez veces mayor entre las personas que viven en zonas socialmente desprotegidas, que aquellas que viven en barrios confortables, con amplitud de servicios a su alcance, será por eso que en Japón, Corea, Hong Kong o Singapur el suicidio es meramente anecdótico.

En el subcontinente europeo, y en nuestra zona mediterránea, el problema del suicidio va asociado sobre todo a las personas jóvenes, especialmente adolescentes, aunque también hay casos en la infancia. Va asociado a soledad, sentimiento de desamparo frente a la vida, imposibilidad de cumplir con las expectativas que hacemos recaer sobre sus frágiles hombros.

Quizás es porque me hago muy mayor, pero tengo ya una lista bastante larga de pérdidas por esta causa, y no deja de dolerme esa salida traumática y traumatizante. Porque el suicidio no es solo para quien lo comete, también es una pesada carga para quienes sentimos la impotencia de no haber podido hacer algo en positivo para salvar esas vidas.

También sucede que tiene un cierto regusto a espíritu exquisito o a inteligencia desbordada, y lo rodeamos de un cierto misticismo inalcanzable, como es el caso de Virginia Woolf, Violeta Parra (https://www.eldiario.es/cultura/musica/no-suicido-amor-tristeza-politica-mato-violeta-parra_1_7191232.html) , Sylvia Plath o Alfonsina Storni, por nombrar solo a cuatro.

No he encontrado estudios sobre si son más propensas las personas de las artes y las humanidades que las de las ciencias, quizás fuera bueno hacerse esa pregunta. En cualquier caso quedamos con el horror y la tristeza, a ver si así logramos dar un cambio al mundo, y salvar esas vidas que se lanzan en brazos de la muerte porque no les queda ya ni un trago de esperanza para el camino.

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