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Alfonso Pato

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La gallega Conchita Martín vivió acampada durante 35 años frente a la Casa Blanca, a donde llegó en 1981 para no irse nunca más. Su nombre ha pasado a la historia como el de la mujer que más tiempo ha protestado a escasos metros del despacho oval, desde donde se gobierna buena parte del mundo. El día de su muerte, en 2016, el diario The Washington Post le dedicó un extenso obituario que la confirmaba como personalidad de la vida americana pero que adolecía de equidistancia a la hora de elegir las palabras exactas para definirla: heroína o enferma mental. El texto teatral recientemente publicado La vida entera (Ediciones Invasoras), del dramaturgo Carlos Contreras Elvira, indaga en la convulsa vida de esta mujer y el drama social que la llevó a convertirse en un icono de las protestas en América. 

Casada con un presunto miembro de la mafia de Brooklyn, la adopción de su hija Olga, un bebé robado en la Argentina de la dictadura de Videla, que ella quiso devolver a su familia biológica, marcará su vida. Para apartarla de esta idea, su marido provocó su encierro en varios psiquiátricos y cuando consiguió salir instaló su protesta vital frente a las mismas puertas de la Casa Blanca. Hasta cinco presidentes diferentes pudieron otearla desde las ventanas de la casa presidencial en todo ese tiempo, desde Ronald Reagan a Barack Obama. “Son siempre los mismos perros con diferentes collares”, declaró en una conversación con la Agencia Efe, a finales de los años 90, en la que explicaba que resistía a base de limosnas y donaciones y de la venta de las “piedras de la paz”, que ella misma coloreaba con sus manos.

Conchita se convirtió en un emblema de las protestas en América: desde la protección de la infancia a la lucha contra el desarme nuclear. Su acción está considerada como la protesta política más larga en la historia de los Estados Unidos. Su leyenda se agigantó tras aparecer en el documental de Michael Moore Fahrenheit 9/11, una crítica despiadada a raíz del 11-S contra las políticas de George W. Bush, que se llevó la Palma de Oro en Cannes en 2004. Su imagen está ligada al singular casco que siempre vestía para, según ella, protegerse de las malas vibraciones del poder que ostentaban sus vecinos.

El extenso obituario que le dedicó tras su muerte el Washington Post, y los centenares de comentarios en su edición digital, dan una medida de la popularidad de esta mujer, que “algunos ensalzaban como a una heroína, pero que otros percibían como una loca o una persona enferma”, escribe este medio de referencia en Estados Unidos.

Un año después de su fallecimiento (2016), el dramaturgo Carlos Contreras Elvira se sumergió en su historia. Llegó a Washington con una beca para investigar su vida y arrojar algo de luz sobre su pasado. Su iglú seguía allí, custodiado por voluntarios, pero “nadie quería hablar demasiado sobre ella, porque algunos consideraban que había proyectado una imagen que no se correspondía con los demás activistas”, dice Contreras, cuyo texto teatral fue leído e interpretado en el Teatro María Guerrero de Madrid, dentro del ciclo de nuevas dramaturgias del Centro Dramático Nacional.

Entre la obra de teatro de Contreras y las filmaciones desordenadas que existen en la red, realizadas espontáneamente durante décadas por turistas de todo el mundo que la visitaban, se intuye una reconstrucción aproximada de la vida de Conchita, convertida en un referente del activismo.

Exódo de Vigo en los 60

Emigrada desde Vigo a Nueva York en los años 60, Concepción Martín contrae matrimonio con el ítalo-americano Joe Picciotto y adquiere la nacionalidad americana, además del apellido de casada. Picciotto es un supuesto hombre de negocios que se mueve en un ambiente turbio a la sombra de la, en aquel momento, todopoderosa mafia italiana de Brooklyn. El matrimonio no puede tener hijos y el entorno de su marido prepara un plan: la adopción de una niña en la Argentina gobernada por el sanguinario Jorge Videla y su Junta Militar. “Hay algunas lagunas en la vida de Conchita, que he cubierto con textos de creación en la obra, una de ellas es que no sospechase nada de la procedencia de esa niña, como ella comentó a posteriori”, explica Contreras.

Una de las fuentes del autor fueron los breves apuntes biográficos que Conchita dejó en la web del grupo de activistas antinucleares Proposition One, del que formó parte activa. Convertida en Connie Picciotto, afirma no tener consciencia del origen de su hija Olga hasta que ve un reportaje en televisión sobre bebés robados en Argentina y las Abuelas de la Plaza de Mayo. “”Creo que se sintió culpable a posteriori y quiso devolver a la niña para no convivir con este remordimiento“, rememora Carlos Contreras. A partir de aquí comienza el segundo acto en la vida de Connie Picciotto y el duro proceso personal que la acabará transformando en una activista pertinaz.

Conchita plantea a su marido buscar a la familia biológica de la niña y devolverla, pero Joe Picciotto se opone y crea una red de complicidades familiares para que “acabe encerrada en varios psiquiátricos y nunca más vuelva a ver a su hija Olga, en aquel momento una niña”, se narra en una parte del completo obituario del Washington Post. Al salir de su reclusión psiquiátrica, Connie intenta recurrir ante la administración americana para recuperar la custodia de su hija, pero sus protestas no prosperan. Decide entonces ir contra los procedimientos de la administración, que no admite sus recursos, y da los primeros pasos en la lucha como activista.

Palizas y gases lacrimógenos

“Desde 1981 estoy aquí 24 horas al día. Me han pegado, me llevaron a la cárcel con el casco, me tiran gases lacrimógenos por la noche, acosándome para que me vaya”, explica con serenidad, con una voz dulce y un marcado acento gallego, en otro de estos vídeos a partir de los cuales se pueden reconstruir muchos episodios de su vida. En ellos cuenta también cómo los activistas tienen un refugio en “La Casa de la Paz”, un espacio cercano donde descansan de vez en cuando y que usan para ducharse, comer o hacer sus necesidades. La mayoría de ellos, incluida Conchita, pertenecen a Proposition One, el grupo de protesta organizado para hacer llegar al Congreso estadounidense propuestas contra las armas nucleares. Estos activistas hacen turnos de vigilancia continua, para que su tienda de campaña siempre esté en pie y no sea desmontada por la policía.

Otro de estos videos contiene un testimonio especialmente impactante cuando, en un relato conmovedor, narra cómo sufrió torturas en la boca a causa de las cuales perdió su dentadura. “La democracia es pura propaganda y nos engañan todo el tiempo”, cuenta en otra pieza en la que, en un discurso crítico y bien hilvanado, habla de Cuba, Corea del Norte o Irak, con fotos de Edward Snowden de fondo.

Sus inicios en el activismo

El inicio de la aventura de Connie Picciotto comienza cuando se convierte en pareja de William Thomas, un obstinado activista contra las armas nucleares, y decide unirse a él en Lafayette Square, justo delante de la Casa Blanca. Conchita inicia el camino de una doble lucha, la de la protesta frente a la casa presidencial y la del constante envío de cartas a Buenos Aires denunciando el caso de su hija Olga, aportando sus datos y solicitando pruebas de ADN para llegar a sus padres biológicos.

“Olga vive en Nueva Jersey y sé que en algún momento ha restablecido el contacto con su familia biológica. Nos comunicamos por correo electrónico, pero respondió con evasivas a mi propuesta de encontrarme con ella”, explica Carlos Contreras, que le ha enviado su texto teatral pero desconoce si lo ha leído. “Por supuesto que tenía noticia de Conchita, pero me escribió que no existía para ella”, añade el autor de La vida entera. “Esta historia me atrajo porque creo que es una historia de outsiders que no encuentran su sitio en la sociedad, o la sociedad no deja que encuentren su sitio”, concluye Contreras. 

Conchita pidió ser incinerada y que sus cenizas se esparcieran -ilegalmente- en Pennsilvania Avenue y en la zona de acampada, al lado de su mítico iglú. Hay unas emotivas imágenes donde decenas de activistas asisten respetuosos al momento de esparcir sus cenizas, con pancartas en su honor, con lemas como “Reina de la Paz” o “Te amamos, Connie”. En el fondo, el espíritu de Concepción Martín, Conchita, Connie, seguirá protestando eternamente, acampando en el viento, en los alrededores de la Casa Blanca. 

Pese a las dudas sobre su salud mental su insistencia nunca ha estado en entredicho. Tampoco su tenacidad y su perseverancia en una lucha que duró 35 años, hasta que la abandonaron las fuerzas. Seis años después de su muerte, su iglú continúa en pie como homenaje a su lucha.

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