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Alfonso Pato

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Se cumple una semana del inicio de una cadena de incendios sin precedentes. En Galicia, una desgraciada combinación de altísimas temperaturas y tormentas con aparato eléctrico puso las primeras chispas. Como consecuencia de lo anterior, la comunidad ha sucumbido a incendios sin control, cerca de 25.000 hectáreas de terreno calcinado, casi un centenar de núcleos de población evacuados y unas 1.500 personas desplazadas en la parte oriental de la comunidad autónoma. En medio de todo este caos trabajan habitualmente los fotoperiodistas Óscar Corral, Rosa Veiga y Brais Lorenzo. elDiario.es ha hablado con ellos. Son los fotógrafos del fuego, acostumbrados a moverse entre cenizas y a escuchar la amarga banda sonora que componen de los crujidos del bosque cuando muere entre las llamas.

“Esto es algo emocionalmente muy duro, por mucho que cada cierto tiempo se repita”, dice Óscar Corral, fotógrafo que trabaja para El País y la Agencia EFE, galardonado con el Premio Galicia en Foco en 2016. Óscar Corral (Santiago,1981) ha cubierto grandes tragedias como la crisis humanitaria del buque Aquarius, pero no tiene dudas de lo que le supone enfrentarse a los incendios: “He fotografiado muchas situaciones dramáticas, pero por el vínculo emocional que tengo desde niño con este desastre, los incendios son para mí lo peor”.

Corral acaba de cubrir hace pocas semanas el enorme fuego de la Sierra de la Culebra en Zamora, que se cobró la vida de dos personas y dejó un saldo de 30.000 hectáreas calcinadas. Estos días recorre los montes de la comarca de Valdeorras. “Cuando hay grandes incendios, desde Madrid siempre recurren a fotógrafos gallegos porque desgraciadamente hemos acumulado experiencia a lo largo de los años”, explica Corral, que matiza cómo en estas últimas semanas, ante tal cantidad de incendios en la Península, “la atención mediática se ha dispersado mucho más”. 

A la comarca de Valdeorras ha llegado estos días el fotoperiodista Brais Lorenzo (Ourense, 1986), uno de los profesionales que han ofrecido imágenes más impactantes de este desastre medioambiental. Lorenzo publica habitualmente en la Agencia EFE, Faro de Vigo y elDiario.es. Una foto suya de los incendios acaba de salir publicada esta semana en la portada del prestigioso The Wall Street Journal, el periódico más leído de América, con cerca de un millón de ejemplares de tirada y más de tres millones de suscriptores digitales. “Cuando llevas tantas jornadas de esfuerzo y tu trabajo obtiene esa recompensa es una gran alegría”, declara satisfecho este fotógrafo freelance.

El pasado mes de junio Brais Lorenzo recogió el Premio Luis Ksado de fotografía por su serie “Lumes”, realizada a lo largo de más de una década, reflejando la problemática del fuego. “En solo diez años he notado muchísimo la influencia del cambio climático. Antes, incendios de 500 hectáreas nos parecían una barbaridad, y ahora hablamos de decenas de miles de hectáreas”, reflexiona Lorenzo, con todo lo que supone a la hora de ejercer su trabajo. “Son megaincendios fuera de la capacidad de extinción, más voraces e imposibles de abordar, casi también informativamente”, explica.

En la zona de Valdeorras también trabaja estos días Rosa Veiga, una de las escasas mujeres que atrapan el fuego con su cámara. Veiga, que acumula en su mochila tres décadas de experiencia, acaba de llegar de Oímbra, donde ha estado haciendo la cobertura gráfica de los incendios de esa zona. Esta freelance, que publica en Europa Press, intenta buscar el rastro del fuego huyendo del gran enemigo de los fotógrafos: el humo. “A veces hay mucho humo pero no se ve el fuego y necesitamos ese impacto a nivel visual”, asegura en conversación telefónica. Al igual que sus compañeros, intenta buscar de noche las mejores imágenes. “Una foto de noche tiene otra dimensión, con el contraste de las llamas, algo que de día se percibe mucho menos”.

La regla del 30

Cuando un fotógrafo se acerca al incendio debe sondear bien previamente la situación. Corral asegura que hay dos tipologías de fuegos; los que suceden en lugares inaccesibles y los que están cerca de zonas urbanas o aldeas pobladas: “Unos son devastadores en cuanto a hectáreas y complicados a nivel de trabajo, como los de O Courel. Los que están cerca de las casas son más complicados a nivel emocional, aunque no técnico”.

Lo primero al llegar al fuego es estudiar el lugar, el tipo de incendio y las restricciones de seguridad en cada zona. “Normalmente el acceso está cortado y ahí entra en juego el instinto. Hay que estudiar el trayecto del fuego y dejar que la acción venga hacia nosotros, acompañados de un agente forestal o alguien preparado”, asegura Corral sobre su método. 

Para Brais Lorenzo la seguridad es fundamental y el riesgo atiende a ciertas normas: “Yo me fijo siempre en los factores de riesgo de la 'regla del 30': más de 30º de temperatura, menos del 30% de humedad relativa y más de 30 kilómetros de velocidad del viento, algo a lo que tengo mucho respeto”.

Normalmente, los fotógrafos se mueven en estas áreas de peligro equipados con botas de seguridad, respirador, hidroprotección, agua, gafas de seguridad e incluso, en ocasiones, trajes ignífugos. Tratan de extremar al máximo las precauciones, pero aun así, es inevitable que la proximidad con el fuego dañe a veces sus equipos. “Una parte del plástico que rodea la cámara se me acaba de derretir trabajando en la Sierra de la Culebra”, cuenta Óscar Corral, que confiesa que siempre trabaja en los incendios con su material más usado y nunca con el de adquisición más reciente.

Todos se mueven en el monte con unos códigos de prudencia extrema. Intentan no estar solos, seguir “rastros de vida”, como una manguera, y, en caso de huida, hacerlo siempre hacia el terreno ya quemado, nunca hacia lo que todavía está verde. Rosa Veiga tiene sus propias dinámicas para sentirse segura: “Siempre dejo las llaves puestas en mi coche cuando estoy cerca de un camino en el monte, por si fuese preciso moverlo con urgencia”. Tener el coche cerca le salvó hace unos años de quedar atrapada en las llamas. Aceleró a través del humo con otros compañeros, mientras el fuego cruzaba el camino por encima de su vehículo. “Ahora es casi una anécdota, pero en aquel momento fue angustioso”.

Fotografías incómodas

La presencia de los fotoperiodistas formando parte de este hábitat que se genera entre el caos de los incendios no siempre es bien recibida. “Fotografiar el fuego es fotografiar una realidad molesta. No habla bien de nosotros como sociedad, por eso los fotógrafos a veces resultamos incómodos para los vecinos o las fuerzas de seguridad”, reflexiona Óscar Corral sobre sus años de experiencia sintiendo de cerca el estrés de las llamas que acechan.

“Estos días he sido increpado por hacer fotos de casas y de gente. Son momentos tensos que pasan. Siento que somos incomprendidos, pero este trabajo es necesario para visibilizar algo de lo que si no, no se hablaría”, declara Brais Lorenzo sobre el sentido de su trabajo estos días, que lo compara con algo semejante a los momentos duros de la pandemia. En la misma línea, Rosa Veiga cuenta que a veces reciben malas miradas por trabajar con la cámara y no coger una manguera: “Nuestra misión es informar del sufrimiento de estas personas para que la sociedad tome conciencia de que algo debe cambiar”.

Los fotógrafos se mueven por Carballeda de Valdeorras, Alixo o O Vilar, nombres de localidades que evocan llamas, ceniza y tragedia. Ahora casi más simples topónimos que lo que eran aldeas vivas hace solo unos días. Y todos confiesan algo en común que les gusta hacer a posteriori: regresar tiempo después a esos lugares arrasados. “Es una necesidad ver su evolución, social y medioambiental”, dice Brais Lorenzo. Para Óscar Corral, “volver es buena señal. Una forma de reafirmar que estuvimos allí y salimos vivos, porque ninguna imagen vale lo suficiente para poner en riesgo la vida de un fotógrafo”.

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