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Irrumpe la nueva ola del pop en gallego: electrónico, autosuficiente y urbano

Fillas de Cassandra en un concierto en la Sala Capitol, en Santiago de Compostela

Daniel Salgado

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Lo primero, el contexto: de existir algo así como una escena, existe de manera singular respecto a lo que fueron las escenas musicales en otro tiempo. El circuito de salas resulta exiguo, los estudios de grabación son a menudo el cuarto propio, apenas existe prensa especializada. Y, sin embargo, algo sucede en Galicia, coinciden los observadores: un nuevo pop, electrónico, sintético, a veces de elaboración doméstica, urbano y suburbano, cantado en gallego, a menudo conectado al folclore, emerge. Fillas de Cassandra, que recontextualizan la pandereta y actualizan políticamente la mitología griega, son una de sus últimas y más celebradas expresiones. Pero ni mucho menos la única en una nueva ola con nombres como Berto, Grande Amore, Bratzantifa o Mai.

“Puede ser que exista un nuevo pop gallego, pero no es muy fácil describirlo ni acotarlo”, opina Cibrán Tenreiro, crítico y batería de Ataque Escampe. Existir existe, sin embargo, porque él mismo aventura algunas características compartidas: “Hay mucha gente joven, menos de 30 años por precisarlo, que hace músicas que pueden entrar en una idea amplia del pop, con instrumentos mayoritariamente electrónicos y en gallego, que se usa más a menudo por parte de artistas que no tratan el uso del gallego como un tema”. A partir de esta síntesis, todo es campo, claro. Y por él circulan desde los experimentos de Baiuca con los ritmos tradicionales y la electrónica downtempo hasta el disco punk existencialista –el segundo elepé de Suicide al fondo– de Grande Amore, el trap pop intimista de Berto o la reformulación latina de Ortiga. Música para bailar tristes, música para bailar alegres, música para no bailar, música pop para tiempos revueltos –Precariedade emocional, de Bratzantifa–, música inesperada, de alguna manera. Pero establecer la nómina completa es, efectivamente, muy difícil.

Lo corrobora María Yáñez, periodista cultural y directora de Vinte, el portal de cultura y tendencias del periódico digital Praza. “Es un síntoma de que existe el nuevo pop gallego lo que me cuesta estar atenta a todo lo que se hace”, asegura, “suceden cosas fuera del radar y está guay tener esa sensación, es saludable”. Como ejemplo menciona un reportaje del medio que dirige publicado hace unos meses, firmado por Daniel Portela y que repasaba nuevos artistas producidos por, precisamente, Berto: Malko Lelnad, Verter Gz, Rivadulla, ash diz o, sí, Fillas de Cassandra. La mayoría respondieron a una llamada del productor vía redes sociales. “Hizo una story de Instagram en la que decía que quería producir a otros artistas y que le enviasen proyectos. Le llegaron unos cuantos”, relata. Que le sirven a Yáñez para improvisar un retrato sociológico de lo que llama Xuventude Z gallega, responsable de este nuevo pop.

“Es suburbana, vive en el entorno de las ciudades, en Milladoiro, Arteixo, Bertamiráns o Cambre. Es doméstica, le gusta hacer las cosas en casa, algo que se acentuó tras la pandemia. Está muy conectada a Internet, a través de la que crean su red de colaboradores”, resume, y añade con un punto irónico: “Es, al fin y al cabo, la generación de los hijos de los que compraron piso en los 90”. Y que, dadas las dificultades para acceder a una vivienda, ni se plantean hacerlo ellos mismos. Pop de dormitorio, “pero no el estilo de ese nombre, sino en sentido amplio”. Nace en habitaciones, se expande vía redes sociales, usa herramientas electrónicas, se apropia de ese cajón de sastre de los “sonidos urbanos”. Hay antecedentes en la música gallega –Cibrán Tenreiro cita el electro pop hedonista de Projecto Mourente, en la década de los 2000– pero nada equivalente a la explosión actual, que el propio Tenreiro vincula “tal vez” a la democratización de los medios de producción, los ordenadores y, de nuevo, la electrónica.

“Sí que existe un nuevo pop gallego y quizás sería importante acuñar una etiqueta que englobe todas estas propuestas. Como hubo un Xixón Sound, por ejemplo”, no duda Fernando Fernández Rego, reseñista habitual en Rockdelux o La Fonoteca, y responsable del variopinto y prolífico sello independiente Ferror Records. Detecta una proliferación de ideas relacionadoas con los sonidos sintéticos pero “muchos matices al respecto”. Habla de lo neotradi –Fillas de Cassandra, Mai, el fenómeno Tanxugueiras–, de la cada vez más frondosa cultura hip hop, de synth pop –nombra a Grande Amore o a Dévalo–, de prácticas más experimentales –el disco Ulla, de Músculo!–, de canción expansiva –Elba y su particular relectura del legado de Kate Bush. “Una de las cosas que más me llama la atención es la enorme cantidad de proyectos que hay”, dice, lo que se compadece con la visión de María Yáñez.

Es ella quien apunta a la dificultad de reducir el paisaje a lugares comunes estéticos. Quizás debido al acceso múltiple a la música que ha facilitado la Red, aventura Yáñez, percibe “más eclecticismo que nunca”. “Antes la gente se agarraba a su estilo, a su tribu, y eran talibanes de su escena: el heavy era heavy, el hardcoreta era hardcoreta”, expone, “ahora todo se ha abierto”. Coloca dos ejemplos a su ver importantes para ilustrar su teoría: Baiuca, que provoca la entrada de la música tradicional en lo que denomina vanguardia popular, y Esteban & Manuel, el dúo que reconectó los ritmos latinos con el pop gallego actual y del que se desprendieron proyectos como Ortiga o Boyanka Kostova. “En realidad, son dos vías con mucho recorrido en la música gallega, pero que ellos renovaron y actualizaron”, indica. Fernández Rego y Tenreiro remiten además a Hevi, el núcleo del proyecto de avant rap Malandrómeda, y productor de algunos de los exponentes del nuevo pop, como figura determinante.

Algunos discos de una escena sin demasiados discos

Tenreiro insiste en lo complicado de “poner límites” y más aún de proponer un canon de discos –un formato ya no central– pero avanza algunos nombres. Confiesa devoción por el trap de ética punk de Bratzantifa –“mi disco favorito de la escena podría salir de meter todas sus canciones en un álbum”–, por la mixtape O club do pitillo (2020), también hip hop de aire trap de FØ Records, colectivo de Negreira, y por el elepé homónimo de Grande Amore (2021). Incluye además la experimentación folk y electrónica –la sombra de Björk es alargada– de Laura LaMontagne e Pico Amperio o el dance pop facturado con teléfono móvil de Sleepy Spice. Fernández Rego prefiere referirse al carácter fundacional que atribuye al celebrado doblete de Malandrómeda –Os corenta e oito nomes do inimigo e Cada can que lamba o seu carallo, ambos de 2016– y al diez pulgadas de Fluzo –el otro proyecto de Hevi– en 2010, además de mencionar Embora (2021), de Verto –el dúo de Berto y Fer–, música de baile con sensibilidad pop.

“Se ha perdido el miedo a hacer música en gallego que pueda ser comercial”, considera María Yáñez, “estos artistas practican estilos homologables al mainstream”. Y si aparecen ahora, en la época en la que el paradigma neoliberal muestra ciertas grietas, no tiene tanto que ver con esa historia con mayúsculas y sí con ciertas mutaciones moleculares, a decir de Cibrán Tenreiro: la accesibilidad de la producción y la autoproducción, cierta consolidación de un público y de alguna estructura (agencias, festivales...) y “una menor tensión política alrededor de la lengua gallega”. “Hay más grupos que nunca cantando en gallego y no lo hacen por militancia. A veces ni siquiera se trata de su primera lengua”, entiende Yáñez, “pero sí un lugar en el que reconocerse”.

Esa “asunción del gallego” como idioma pop que Fernández Rego también nota y considera “algo natural y normal a lo que el mercado responde” implica, para María Yáñez, algo más. Una pista sobre cierto giro cultural. “El mundo está virando hacia la diversidad”, no duda en sostener. Su trabajo en la promoción de películas como Matria, el largometraje de Álvaro Gago sobre una mujer trabajadora que participó en la Berlinale –junto a otro filme en gallego, Sica, de Carla Subirana– y todavía ocupa la cartelera, la reafirma. “Que vayan dos películas en gallego al Festival de Berlín era algo difícil de imaginar”, dice, “tal vez estamos en el viaje de vuelta de la homogeinización global”. La nueva ola del pop gallego, más allá de etiquetas estilísticas, es, dice, una nueva prueba de ese retorno.

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