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Entrevista
Marc Garlasco

De seleccionar los objetivos en la invasión de Irak a investigar crímenes de guerra: “Se puede decir que cambié de bando”

Marc Garlasco, asesor militar en la ONG PAX, que trabaja por la protección de los civiles en conflictos

Javier Biosca Azcoiti

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El hombre todavía tenía las manos llenas de cicatrices. Habían pasado tres semanas desde el bombazo estadounidense que derribó su casa en Basra, Irak, y aquellas marcas eran resultado de la misión desesperada de retirar los escombros para rescatar los cadáveres de su familia. Empezó a las 5.30 de la mañana del 5 de abril de 2003, minutos después del ataque, y no recuperó el cuerpo de su hijo hasta las 4 de la tarde. Marc Garlasco caminaba por dentro del cráter que había dejado la bomba y entrevistaba al hombre como parte del equipo de investigación de Human Rights Watch (HRW). Su informe determinó que habían muerto 17 civiles en el ataque, entre ellos dos hijos y cinco nietos de aquel hombre de 50 años.

El día del ataque, Garlasco estaba en una sala del Pentágono siguiendo en directo a través de una pantalla los dos F-16 que soltaron las bombas. Él era entonces jefe de Objetivos de Alto Valor (HVT por sus siglas en inglés) en la guerra de Irak y ayudaba a seleccionar qué puntos había que bombardear para descabezar al Gobierno de Sadam Husein. El objetivo de aquel ataque era el rey de picas de la baraja, Alí Hasán al Mayid, conocido como Alí el Químico. El primo de Sadam era el quinto en la lista negra de EEUU: había sido ministro de Interior, de Defensa y director de los servicios de inteligencia. Su apodo viene del uso de armas químicas y fue uno de los arquitectos del genocidio kurdo, que mató a decenas de miles de personas.

“Teníamos información de que estaba en este edificio y trabajamos en establecer el objetivo”, cuenta Garlasco a elDiario.es. Pero el rey de picas no estaba allí y habían matado a civiles. Garlasco dejó el cargo el día después de que las fuerzas estadounidenses derribaran la estatua de 12 metros de Sadam Hussein en Bagdad y se marchó a Irak a trabajar con HRW a documentar el daño que estaba causando la invasión. “Habíamos matado a una familia de doctores de Basra. [Aquella entrevista con el hombre] fue muy difícil. Un punto de inflexión desgarrador”, recuerda. 

Después de HRW, Garlasco fue nombrado en 2011 director de investigaciones de crímenes de guerra en Afganistán para la ONU. En 2012 fue destinado a Libia como investigador. Entonces volvió al ejército de EEUU, al Centro de Análisis Naval, y estuvo desplegado en embarcaciones durante la lucha contra ISIS. “Mi objetivo era intentar entender cómo proteger mejor a los civiles en los bombardeos contra ISIS en Irak y Siria”. En 2017 volvió a la ONU, esta vez como investigador en Siria y actualmente trabaja en la ONG PAX asesorando a ejércitos en la mitigación del daño a civiles y viaja regularmente a Polonia a formar equipos ucranianos en crímenes de guerra para construir futuros casos contra Rusia. “Les formamos para hacer investigaciones de crímenes de guerra con los estándares internacionales correctos. La recolección de pruebas  y cómo se construye un caso es muy diferente a otros delitos”, cuenta.

En un breve resumen de su carrera después del Pentágono, explica: “Mi país intenta con demasiada frecuencia resolver los problemas con bombas. Cuando dejé el Pentágono me dediqué a mejorar el modo en que los militares protegen a los civiles en los conflictos para evitarles los daños de la guerra”. “Solo espero tener algún impacto sobre la gente y compensar de algún modo por la guerra ilegal en la que participé”, añade.

“Mi vida cambió el 12 de septiembre de 2001”

La mañana del 11 de septiembre de 2001 Garlasco tenía un reunión en su oficina del Pentágono con una colega de otro departamento. Era el director del liderazgo iraquí en la Inteligencia del Estado Mayor Conjunto del Pentágono, dentro de la Agencia de Inteligencia de Defensa, y su oficina estaba aislada del resto por la cantidad de información sensible que trataban: entrada especial, sin dispositivos de comunicación, etc. Cuando salió a recibir a su colega, la televisión en el control de seguridad daba la noticia de que un avión había impactado contra una de las Torres Gemelas. A los minutos de empezar la reunión, el caos fuera del despacho era evidente. Salieron de la sala y vieron a la gente alrededor de otra televisión: la segunda torre había sido atacada. “Apuesto a que están poniendo misiles stringer en la azotea del edificio”, dijo uno de sus compañeros mientras miraban atónitos la pantalla.

El Pentágono es muy grande y su oficina estaba lejos de donde chocó un tercer avión a las 9.37 de la mañana y, además, estaba bajo tierra, por lo que no escuchó nada. “Vinieron dos tipos corriendo con metralletas, nos dijeron que el edificio había sido golpeado y que teníamos que evacuar”. Lo primero que hizo fue llamar a su mujer y solo le dio tiempo a decirle “estoy bien”, antes de que las autoridades cortaran las comunicaciones. De camino a la salida, vio que las máquinas expendedoras habían reventado. La onda expansiva había recorrido los pasillos del edificio e incluso había tirado a gente al suelo. 125 personas murieron por el ataque más las 64 que iban a bordo del avión.

Solo espero tener algún impacto sobre la gente y compensar de algún modo por la guerra ilegal en la que participé

“El humo era muy intenso y nunca olvidaré ese olor. Era muy extraño”. Más tarde supo que el olor se debía al pelo de caballo utilizado para aislar el edificio. “Como se construyó en los 40, necesitaban el material aislante para los equipos militares, como aviones, y por eso utilizaron el pelo de caballo en el Pentágono. Esa era la razón por la que el edificio estaba ardiendo tan rápido”, cuenta. Miles de personas, personal civil y militar, salían a la vez del edificio y cuando se dirigía hacia su coche, vio a un enorme grupo que miraba hacia donde él estaba. Garlasco se dio la vuelta y vio la enorme columna de humo.

“Mi vida cambió por completo el 12 de septiembre”, afirma. Una semana después del atentado, su jefe le pidió un informe investigando la relación entre Sadam y Al Qaeda. “Llevaba años trabajando sobre Sadam así que inmediatamente le dije: vale, el trabajo está hecho. No hay ninguna relación”. Su trabajo hasta entonces había sido “saber dónde estaba Sadam en todo momento para poder matarle si estallaba una guerra”. Garlasco viaja por todo el mundo reuniéndose con desertores y disidentes y recabando información de todo tipo: incluido con quien dormía o si sus relaciones con su familia eran buenas.

“Sadam era secular y luchaba contra Al Qaeda porque lo veía como una amenaza”, insiste. Dos semanas después de la petición, Garlasco y la directora de la unidad antiterrorista presentaron el informe con sus conclusiones: “No fue a ningún lado. Supongo que no tenía la respuesta que les interesaba”. Muy poco después, Garlasco vio como el foco viraba progresivamente de Afganistán a Irak durante 2002. “Me quedó muy claro que Irak era el siguiente. Por el número de reuniones estaba claro hacia dónde iban las cosas”. Garlasco informó al entonces vicepresidente Dick Cheney, uno de los principales arquitectos de la invasión, a Donald Rumsfeld, secretario de Defensa, y a George Tenet, director de la CIA, con quien mantenía una buena relación porque ambos eran del mismo barrio de Nueva York e iban a colegios rivales.

“Tenemos a Sadam”

Fue en 2002 cuando definitivamente pasó a ser jefe de Objetivos de Alto Valor de Irak. “Empezamos a hacer el trabajo real de objetivos de guerra”, cuenta. Así pasó la mayor parte de 2002. En enero de 2003 se reunió con el resto de agencias de inteligencia y servicios militares en una base aérea de Carolina del Sur. “Estuvimos ahí una semana en una sala de conferencias rectangular gigante con una pantalla enorme en un extremo. Proyectaban imágenes de los objetivos y establecíamos los DMPIS (punto de impacto deseado)”, cuenta un Garlusco al que aún se le escapan los acrónimos internos del ejército y la inteligencia. “Es decir, dónde tenían que caer las bombas”. En aquella reunión también había expertos militares en armamento que seleccionaban la bomba adecuada para el objetivo adecuado. Todo tenía que estar perfectamente planeado y secuenciado. Una vez neutralizados los sistemas de defensa antiaérea, era fundamental atacar inmediatamente a la cúpula del régimen si no quieres que se escapen.

La decisión de la guerra estaba tomada y Garlasco acababa de tener su segundo hijo. “Ya tenemos una fecha, así que puedo irme de baja y volver un día antes”, le dijo a su jefe. Pero unos días antes de su regreso recibió una llamada inesperada: “Ven ahora mismo”. “Mierda, estamos en guerra”, le contestó su mujer cuando le dijo que tenía que volver al trabajo. De camino al Pentágono, la radio ya informaba de los primeros bombardeos. 

— Bob, ¿Qué está pasando? —le preguntó a su jefe.

— Tenemos a Sadam.

Eso creían. Habían fallado. “Mi jefe me ordenó entonces rehacer de nuevo todos los objetivos porque si Sadam ha muerto, hay muchos edificios que no te interesa destruir para que los usen los iraquíes, como las telecomunicaciones, por ejemplo”. La Agencia de Inteligencia de Defensa creó un equipo para descubrir si estaba vivo o muerto, pero “a los dos o tres días ya sabíamos que seguía vivo”. “Entonces empezamos la caza. Eso es lo que hacíamos: cazar seres humanos. Los 52 de la baraja de cartas”. Aquellos días, Garlasco tenía dos videoconferencias diarias con otras agencias para evaluar y determinar los objetivos. “La primera era entre las cuatro y las seis de la mañana”, recuerda.

“Atacamos los objetivos, pero la gente que pensábamos que estaba ahí, no lo estaba”, dice. Era como el juego del martillo, cuando golpeabas, el objetivo ya no estaba, señala. Aparte del ataque de Basra contra Ali el Químico, hay otro bombardeo que recuerda especialmente. “Teníamos información de que Sadam y sus dos hijos iban a estar en un restaurante, pero teníamos un margen temporal muy pequeño”, recuerda. Entonces había un caza en el aire con otro objetivo predeterminado, pero rápidamente fue desviado hacia el restaurante. “Este es el grande”, fue la orden que recibió el piloto. 

“En el ataque también utilizamos penetradores de tierra por si había un búnker y después tiramos otras dos bombas. Fueron casi 4.000 kilos de explosivos”, cuenta. “Fui al sitio y el cráter era inmenso e increíblemente profundo”. Los entrevistados le contaron cómo “parecía que el suelo era líquido y se movía como en un terremoto”. Garlasco cuenta que murieron casi una veintena de civiles.

El jefe de Objetivos de Alto Valor dice que en ningún momento apoyó la guerra y, de hecho, empezó a buscar trabajo antes de que empezara. “Había cuatro células de objetivos de alto valor: la mía en la Agencia de Inteligencia de Defensa, la NSA (Agencia de Seguridad Nacional), la CIA y el Mando Central del ejército. Recuerdo hablar con el colega de la CIA y decirle: no me creo que vayamos a hacerlo ¿Acaso sabéis algo que nosotros no sabemos?”, dice. “Teníamos acceso a mucha información de inteligencia, pero eso no significa que sepas todo. Solo sabes lo que necesitas saber”. “Alguien tiene que saber algo que yo no sé. Los líderes tienen que saber algo”, pensaba.

Garlasco hizo las primeras entrevistas con HRW antes de la guerra, pero tardaron en darle una respuesta. “Vosotros tenéis que tomar una decisión, pero yo tengo que ir al Pentágono y trabajar en la guerra”, dijo. “Quizá hay algo de arrogancia en esto, pero tal y como funcionan las cosas en el ejército, si alguien se va, iban a poner a otro que simplemente aceptase todos los objetivos planteados”, añade. “Había algunos objetivos con los que no estábamos de acuerdo”.

“Se puede decir que cambié de bando”, afirma. “Pero la relación entre ejércitos y ONG ha mejorado mucho en los últimos 20 años. Cuando me fui del Pentágono había mucha desconfianza hacia las ONG. No trabajaban juntos. Las cosas han cambiado y, aunque no estamos de acuerdo en todo, ambos hemos entendido que tenemos que trabajar juntos para la protección de civiles. Ellos tiran las bombas y nosotros tenemos mucha experiencia que ellos no tienen”.

Analizando conflictos como Siria y Ucrania, Garlasco llega a una conclusión clara: “No cabe duda de que los ataques directos contra civiles están aumentando. Por lo general, el respeto por el derecho internacional humanitario por parte de los ejércitos es muy pobre”.

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