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ANÁLISIS

Abordar los problemas que explota la extrema derecha en Alemania es la única manera de luchar contra ella

Björn Höcke, líder de AfD en Turingia, en un mitin en Erfurt, Alemania, el 31 de agosto.

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“Todos estamos con el alma en vilo. Son unas elecciones fatídicas”, me dijo el domingo pasado una amiga de Leipzig. Ese día se votaba en las elecciones regionales de Sajonia y en el estado vecino de Turingia. El ambiente era tenso, incluso de temor. Lo que estaba en juego era mucho más que la mera reorganización de escaños en dos de los parlamentos regionales de Alemania.

Como se esperaba, Alternativa por Alemania (AfD) ganó en Turingia con casi el 33% de los votos, y quedó segunda en Sajonia con casi el 31%. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, en Alemania un partido de extrema derecha se ha convertido en una fuerza política relevante.

Si hubo conmoción, no se hizo evidente de inmediato. Mario Voigt, líder de la sección de Unión Demócrata Cristiana (CDU) en Turingia, adoptó el papel de ganador de las elecciones, a pesar de que su partido había quedado segundo con el 24% de los votos. Voigt anunció que empezaría negociaciones de coalición con otros “partidos del centro democrático”, es decir, sin AfD. En Sajonia, donde la CDU ganó por un estrecho margen, su líder regional, Michael Kretschmer, también descartó una coalición con la extrema derecha. Esto significa que en ambos estados el partido de centroderecha deberá entablar complejas alianzas con dos o tres partidos de izquierda.

Pérdida de confianza

Aunque resulte difícil de justificar desde un punto de vista estrictamente democrático, hay buenas razones para mantener en pie el “cortafuegos” o “cordón sanitario” que rodea a AfD. Las secciones regionales del partido en Turingia y Sajonia han sido clasificadas como “extremistas de derechas” por los servicios de inteligencia nacional alemana. Pero, ¿dónde está la consternación entre los partidos tradicionales por haber perdido la confianza de enormes sectores de la población?

En Turingia, casi la mitad de los votantes optaron por AfD o por otro partido nuevo, la prorrusa Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), que se sitúa a la izquierda en cuestiones económicas y a la derecha en lo que respecta a políticas migratorias. En Sajonia, AfD y la BSW alcanzaron en total alrededor del 42% de los votos. A la luz de estos resultados, la construcción de “gobiernos estables sin extremistas de derechas”, tal como ha exigido el canciller Olaf Scholz, del Partido Socialdemócrata (SPD), es una estrategia para ganar tiempo. Pero tiene que existir un plan para recuperar a los votantes.

El SPD prácticamente fue aniquilado en las elecciones del pasado fin de semana, con un 6% y un 7% en Turingia y Sajonia, respectivamente. Scholz calificó esta derrota de “amarga”, pero no reconoció su importancia, y arguyó que las “oscuras predicciones sobre el SPD no se han materializado”. ¿Cómo que no? Puede que el SPD haya superado la barrera del 5% necesaria para entrar en cualquier parlamento alemán, pero será una fuerza política acabada si nada cambia. Las encuestas sugieren que, a nivel nacional, ha quedado por detrás de la AfD.

Culpar al Este

Durante mucho tiempo, el descontento con los políticos tradicionales era considerado una peculiaridad de la antigua Alemania del Este, incluidas Sajonia y Turingia. La vicepresidenta del Bundestag, Katrin Göring-Eckardt, del partido de Los Verdes y oriunda de Turingia, no fue la única en afirmar que algunos alemanes del Este están “atrapados en la glorificación de la dictadura”. Ahora, los Verdes de Göring-Eckardt han perdido sus escaños en el Parlamento de Turingia y alcanzan un 11% en los sondeos nacionales. Parece que decir a los votantes que sus preocupaciones no son reales resultó no ser una buena estrategia electoral.

Pero los alemanes orientales distan de ser antidemocráticos. En todas partes se llevaron a cabo animados debates públicos previos a las elecciones. Se hablaba de política en el trabajo y en la cocina. La participación fue récord: tres cuartas partes de los ciudadanos votaron. Los alemanes orientales no están hartos de la política ni de la democracia. Están hartos de que no se les tome en serio.

Lo mismo puede decirse de otros grupos demográficos. Un asombroso 37% de los votantes jóvenes de Turingia han votado a la extrema derecha de AfD. En Sajonia, el porcentaje en ese grupo fue del 31%. Aunque superior a la media nacional, sigue estando en línea con lo que ha acontecido en las elecciones al Parlamento Europeo de junio, en las que AfD venció a los tres partidos de la coalición de Scholz en la franja de 16 a 24 años y quedando en segundo lugar con un 16%, apenas un punto por detrás de los conservadores.

La extrema derecha también ganó el voto de la clase trabajadora en las elecciones europeas, pero este hecho obtuvo poca atención mediática y parece no haber encendido alarma alguna en los demás partidos. La clase obrera solía constituir el grueso de la base electoral del SPD, representando más del 30% de los votos obtenidos por el partido en cada elección entre finales de los años 50 y 2005. Que este porcentaje haya caído a mínimos históricos no se debe a que los alemanes del Este no entiendan la democracia.

Inmigración y precio de la luz

Si se pregunta a los alemanes cuáles son sus principales preocupaciones, la inmigración encabeza la lista, seguida del precio de la energía, la guerra y la economía. Una palabra que he oído una y otra vez durante los últimos meses es “angustia”.

Dado que un número cada vez mayor de inmigrantes están siendo acusados de delitos violentos, los cuales van en aumento, muchos piensan que estos resultados se deben a una cuestión de seguridad. Pero no se trata sólo de la inmigración: la gente, especialmente en el Este pero también en el resto de Alemania, dice sentir un profundo temor por el futuro económico y político del país.

Son temas incómodos de debatir, en especial para los partidos de izquierda, pero debatirlos es exactamente lo que deberían hacer, en lugar de ceder el monopolio de estos problemas a la extrema derecha. Debatirlos no implica entregarse al populismo. Si los centristas no empiezan un debate constructivo sobre los temas delicados, nadie lo hará.

La respuesta a los resultados de estas elecciones regionales debe ir más allá de evitar que la ultraderecha se haga con el poder. Esta es una llamada de atención para los partidos tradicionales de Alemania. Espero que se oiga alto y claro en Berlín.

Katja Hoyer es historiadora y periodista germano-británica.

Traducción de Julián Cnochaert.

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