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The Guardian en español

“Nos llamaban comunistas y pigmeos”

Fotografía del primer partido internacional de la selección de fútbol de Estados Unidos en 1916 contra Suecia.

Michael Lewis

Han pasado cincuenta años desde que el fútbol profesional de los EEUU dio sus primeros pasos con el debut de la National Professional Soccer League (NPSL). Fue el 16 de abril de 1967, aunque la gente no estaba precisamente dispuesta a abarrotar los estadios: se disputaron cinco partidos con un total de 45.210 espectadores, es decir, lo que hoy sería un lleno normal y corriente en el CenturyLink Field de los Seattle Sounders. Pero por algún lado se empieza.

Diez propietarios de clubes decidieron probar unas aguas que acabarían revueltas. El fútbol no era totalmente ajeno al país, donde había ligas de aficionados y semiprofesionales –llenas de jugadores y equipos técnicos extranjeros– con varias décadas de historia. Bill Cox popularizó el juego en Nueva York con su International Soccer League, y muchos ricos se aficionaron a él tras ver por televisión la final del Mundial de 1966 entre Inglaterra y Alemania Federal.

La mayoría de los 10 clubs de la NPSL pertenecía a equipos de hockey, béisbol y fútbol americano, y jugaban en estadios de béisbol o fútbol americano; eran los siguientes: Atlanta Chiefs, Baltimore Bays, Chicago Spurs, Los Angeles Toros, New York Generals, Oakland Clippers, Philadelphia Spartans, Pittsburgh Phantoms, St. Louis Stars y Toronto Falcons.

Presidida por Robert Hermann, quien daría nombre al premio al mejor jugador de las categorías masculina y femenina (el MAC Hermann Trophy), la NPSL tuvo que competir popular y económicamente con la United Soccer Association (USA), que adelantó un año su campeonato al conocer las intenciones de la primera. La USA tenía el apoyo de la US Soccer Football Association (en la actualidad, US Soccer), y la NPSL había firmado un contrato televisivo de diez años con la CBS (por un valor de un millón de dólares anuales).

Las 12 franquicias de la United Soccer Association importaron equipos enteros de Europa y Sudamérica para que jugaran con su nombre; por ejemplo, el Dundee United (Escocia) jugó como Dallas Tornado durante la primera temporada. Entre sus propietarios, había personas como Lamar Hunt (dueño de los Kansas City Chiefs y, más tarde, de Columbus Crew y FC Dallas, ambos de la MLS) y Jack Kent Cooke (LA Lakers y Kings), además de varios dueños de equipos de béisbol y fútbol americano.

Pero la NPSL y la USA compartían el mismo problema: cómo vender algo que no le importaba a casi nadie, y con el agravante de que el recibimiento de sus ligas no fue exactamente caluroso.

“En 1967, no teníamos motivos para estar contentos –dice Clive Toye, exdirector gerente de los Baltimore Bays–. Los estadounidenses desconocían todo lo relacionado con el juego, que encontraban extraño y ajeno a ellos. ‘¿Es como el kickball?’, te preguntaban. ‘No, no es como el kickball, es diferente’, respondías. Y eso, cuando hablabas con gente agradable, porque también había quien nos llamaba ‘comunistas’ y ‘pigmeos’. De hecho, hubo un periódico de la Costa Oeste que nos llamó ‘comunistas pigmeos’. Pero pudo ser peor”.

El panorama del fútbol no podía ser más inhóspito. Conseguir el equipo básico era toda una aventura. “Cuando llegué [al Baltimore Bays] no había ni jugadores ni porterías ni indumentarias ni balones –continúa Toye–. Cada vez que me acuerdo, me parto de risa. No sé cómo me las arreglé para salir adelante”.

Jugadores clandestinos

Partiendo de la nada, los equipos encontraron formas imaginativas de reclutar jugadores. En 1966, Eli Durante, un jugador brasileño que entonces tenía 20 años de edad, marcó seis goles para su equipo (el Emelec de Ecuador) durante un torneo que se celebraba en Los Ángeles: “Cuando salimos del vestuario, nos encontramos con representantes de los Toros que nos querían fichar –dice–. Eso implicaba que nos convertiríamos en jugadores clandestinos, porque la liga no estaba afiliada a la FIFA; pero nos ofrecieron un montón de dinero. Me dieron un piso, dinero para comer y un sueldo de 12.000 dólares al año, libres de impuestos. Yo ganaba 4.000 en Ecuador. Fue increíble”.

Willy Roy, delantero de los Chicago Spurs e internacional con la selección estadounidense, no tuvo que viajar mucho para encontrar equipo. Ya era un héroe de los campeonatos semiprofesionales de Chicago, y no se lo pensó dos veces cuando le ofrecieron jugar en lo que llama “la liga pirata”, por el factor mencionado de que la FIFA no la reconocía. “Mi futuro estaba en Estados Unidos y, por otra parte, supuse que las cosas se arreglarían al final. Además, no me preocupaba demasiado. Sólo quería mejorar como jugador y contribuir a que el equipo ganara los partidos”.

Los Clippers tuvieron suerte al hacerse con los servicios de Alexander Obradovic, del Estrella Roja de Belgrado y la selección nacional yugoslava, porque contrató a Ivan Toplak para el puesto de entrenador y contribuyó a formar la base del club con cinco jugadores de su país. “Nos dio una ventaja tremenda sobre el resto de los equipos de la Liga, que a veces no sabían ni cómo conseguir jugadores, técnicos o entrenadores –dice su exvicepresidente, Derek Liecty–. Obradovic fue la clave de que tuviéramos un equipo grande y con éxito”.

El carácter pirata de la liga implicaba traspasos extraños. Liecty afirma que los Clippers dieron dinero a sus jugadores costarricenses “para que compraran su carta de libertad, porque el Deportivo Saprissa no quería que la FIFA estuviera al tanto de nuestra relación. Nos veíamos obligados a ese tipo de cosas. La United States Soccer Federation hacía lo posible para que la FIFA interfiriera y hablara con los clubes para que no hicieran tratos con nosotros. Todo era muy estresante, incluso al margen de esos problemas”.

El Baltimore Bays tuvo jugadores europeos, sudamericanos y caribeños; en su plantilla estaban los gemelos Art y Asher Welch (de Jamaica) y el que entonces era el máximo goleador del Manchester United de todos los tiempos: Dennis Viollet, quien sobrevivió a un accidente de aviación en el que murieron 23 personas (Múnich, 1958).

El domingo 16 de abril de 1967, el Baltimore inauguró la liga con un partido contra el Atlanta que se jugó en el Memorial Stadium, con retransmisión de la CBS; un partido que también enfrentó a dos hombres que iban a ser fundamentales en el fútbol de los Estados Unidos: Toye, responsable de que Pelé firmara con el New York Cosmos en 1975, y Woosnam, quien llegaría a ser presidente de la NASL.

Jack Whitaker, un veterano de la prensa deportiva, se encargó de retransmitir el encuentro. Danny Blanchflower, excapitán del Tottenham Hotspur y alma de su doblete de 1961, hizo las veces de analista. El Baltimore ganó 1-0 gracias a un gol del suplente Guy Saint-Vil, cuyo nombre resultará familiar a los seguidores de la selección estadounidense porque contribuyó a que Haití la eliminara en la ronda de clasificación del Mundial de 1970.

Al principio, el público devolvió los balones que acababan en la grada; pero algunos se quisieron llevar un recuerdo y, al final, se perdieron seis. “Eso no pasa en ningún otro país –dijo entonces Doug Millward, entrenador del Baltimore Bays–. Será alguna peculiaridad del béisbol que han llevado al fútbol. Espero que sean conscientes de que no podremos sobrevivir si perdemos 2.000 dólares en balones cada vez que salimos al campo”.

Toye no estaba de acuerdo: “Prefiero perder balones a perder puntos”, sentenció; y tenía buenos motivos para hablar así, porque los equipos se llevaban seis puntos por victoria, tres por empate y un punto más por gol marcado -hasta un máximo de tres- para fomentar el juego ofensivo.

Los seguidores se fueron animando

El Temple Stadium de Filadelfia tuvo el mayor aforo del día: 14.163 curiosos (5.000 más de los que habían estado aquella tarde en el partido de béisbol de los Phillies contra los Mets). Como los Spartans no tenían suficientes vendedores de entradas, Jerry Lawrence y John Laughlin –vicepresidente y encargado de ventas, respectivamente– se metieron rollos de entradas de dos dólares en los bolsillos y vendieron 400 en la calle. “Estoy eufórico –dijo su presidente, Art Rooney, al Camden Courier-Post–. Hemos agotado los programas, las coca-colas y unas cuantas cosas más. No podría estar más contento”.

El gobernador de Pensilvania, Raymond Shafer, sorteó el campo con una moneda griega del año 300 AC e hizo el saque de honor. Filadelfia ganó 2-0 a los Toronto Falcons, con goles del británico Peter Short y una temperatura de 26 grados centígrados.

La entrada más pequeña del día fue la del Soldier Field, aunque los representantes del club lo achacaron a la previsión de tornados: 4.725 personas vieron el triunfo de los Spurs sobre Saint Louis Stars por 2 goles a 1. Willy Roy, que acabaría en el segundo lugar de la tabla de goleadores con sólo 17 años (ganando el premio al mejor debutante de la temporada), marcó dos veces en su debut profesional: “Quieres demostrar que eres del equipo. Ese es mi trabajo. La gente esperaba que hiciera lo que sé”.

Roy se quedó asombrado con la mezcla de nacionalidades y el talento de los jugadores, que cita de un tirón. Su lista incluye al defensa internacional argentino Rubén Navarro, que jugó en el Mundial de 1962 y ganó dos Copas Libertadores antes de fichar por los Spartans y ganar el premio al mejor jugador de 1967. “Decían que [Franz] Beckenbauer iba a jugar en los Estados Unidos. Y cuando oías que querían fichar a jugadores como él… ¡Guau!”.

En Oakland, Julie Christie hizo el saque de honor y tiró el balón fuera –sí, lo tiró fuera– antes de que los Clippers empataran a tres con los Pittsburg Phantoms, que marcaron tres veces en los últimos 17 minutos. El club se empezó llamando California Clippers porque tenían la esperanza de ser un equipo de San Francisco, pero Liecty les advirtió de que tendrían que jugar en el Kezar Stadium, “un sitio destartalado, ventoso y con niebla que está en el Golden Gate Park” y los convenció para que se mudaran a un estadio nuevo, el Alameda County Coliseum de Oakland. En junio de aquel año, cambiaron su nombre por el de Oakland Clippers. Y fueron ellos los que conquistaron el título de la NPSL en el segundo partido de la final, contra el Baltimore Bays.

Hubo problemas dentro y fuera de los campos. Los jugadores que ganaron el título no se hicieron precisamente ricos (sólo recibieron 1.500 dólares de prima). La asistencia de público se quedó en una media de 4.849 personas por partido, muy por debajo del objetivo de 9.000, y la liga perdió –oficialmente– unos cinco millones de dólares. Además, los Pittsburg Phantoms cambiaron dos veces de entrenador, y se organizó un escándalo cuando la prensa afirmó que la CBS había ordenado al árbitro ingles Peter Rhodes que hablara con los jugadores para que se quedaran tumbados cuando los derribaran, de tal manera que se pudieran meter anuncios durante los partidos.

En cuanto a la United Soccer Association, no se puede negar que su campeonato también tuvo sus momentos (hasta que las dos ligas se fundieron en la NASL, en la temporada siguiente). Pero ésa es otra historia.

Traducido por Jesús Gómez

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