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De la viruela a la COVID-19: historia y evolución del movimiento antivacunas

Caricatura del movimiento antivacunas en la que aparece Jenner vacunando a pacientes

Laura Spinney

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Sarah y su hermano Benjamin (nombres ficticios) nunca se ponen de acuerdo. Ella es científica profesional. En cambio, y según la descripción de Sarah, Benjamin es alguien propenso a creer en las teorías de la conspiración. Mantenían una tregua incómoda hasta hace unas semanas. Las tensiones llegaron a un punto álgido cuando en una llamada de teléfono Sarah le explicó a su madre qué tenía que hacer para inscribirse por Internet en las listas de vacunación contra la COVID-19.

Sarah le sugirió a su madre que si tenía algún problema al intentar apuntarse, le pidiera a Benjamin que fuera hasta su casa y le ayudara. Madre e hijo viven cerca el uno del otro. Sarah, en cambio, vive más lejos. Por eso madre e hijo forman parte de la misma burbuja familiar. “Se produjo un silencio incómodo”, explica Sarah. “Y entonces mi madre me explicó que Benjamin no estaba dispuesto a ayudarla ya que está en contra de la vacunación. Esto terminó con mi paciencia. ¿No puedes ayudar a tu madre de 77 años a hacer algo que podría salvarle la vida? Lo siento, eso está mal”.

Esta situación entre hermanos tuvo lugar en Francia, donde los niveles de indecisión en torno a vacunarse son particularmente altos. Sin embargo, se están produciendo choques similares en muchos países. Ahora que por fin se administran las tan esperadas vacunas, las tensiones llegan a su punto álgido ya que es necesario pasar de las palabras a la acción. Hay mucho en juego. Los expertos en estadística estiman que para conseguir la inmunidad de grupo se tendría que vacunar el 90% de la población.

Los expertos utilizan la expresión “indecisión” porque abarca un espectro que va desde los que tienen dudas muy concretas –o a veces solo preguntas– hasta los antivacunas más extremos e irrefutables. Comprenderlo es clave para entender cómo la indecisión influye en el comportamiento de las personas. Una escuela de pensamiento optimista sostiene que gran parte de las dudas se disiparán.

En agosto, Paul Offit, director del Centro de Educación sobre Vacunas del Hospital Infantil de Filadelfia, advirtió que no había que tomar demasiado en serio las encuestas que entonces mostraban niveles preocupantemente bajos de disposición a vacunarse porque no existía ninguna vacuna y, en ese contexto de ausencia de información, era lógico que la población se mostrara escéptica. De hecho, una encuesta reciente muestra que la proporción de franceses dispuestos a vacunarse ha pasado del 39% en diciembre al 51% en enero, un patrón que se repite en otros países.

Sin embargo, otros expertos perciben una tendencia diferente. “La pandemia ha aumentado la empatía hacia las personas que dudan”, afirma Bernice Hausman, teórica cultural de la Universidad de Penn State y autora de Anti/Vax. En parte lo ha hecho, cree, al poner de relieve las desigualdades estructurales en la atención sanitaria y sus raíces históricas. Últimamente, por ejemplo, los medios de comunicación estadounidenses han hablado mucho del tristemente célebre estudio Tuskegee de mediados del siglo XX, que siguió de forma poco ética la evolución de la sífilis en los trabajadores del campo afroamericanos sin ofrecerles nunca tratamientos de reconocida eficacia.

Según Hausman, la percepción pública ha evolucionado enormemente durante la pandemia de COVID-19, pasando de considerar a los reticentes a las vacunas como víctimas de la desinformación a verlos como personas que desconfían por razones sociales e históricas válidas.

Es demasiado pronto para saber qué impacto tendrá el movimiento antivacunas. “Creo que ahora mismo estamos en un periodo de luna de miel”, dice la antropóloga Heidi Larson, que dirige el Proyecto de Confianza en las Vacunas de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. Las vacunas son escasas y los suministros se reservan para los más vulnerables, que tienden a percibirlas de forma muy favorable. “Puede que nos encontremos con más dificultades en febrero y marzo, cuando la campaña de vacunación llegue a la población en general”, afirma.

Los caballeros de brillante armadura

¿Podría la historia arrojar luz sobre cómo evolucionará esta indecisión y cómo canalizarla en beneficio de la humanidad? Paula Larsson, historiadora de la medicina de la Universidad de Oxford que estudia los movimientos antivacunas, cree que sí. Señala que el recelo a las vacunas es tan antiguo como estas. Durante al menos un siglo después de que Edward Jenner inventara la primera vacuna en 1796, contra la viruela, la vacunación era una apuesta mucho más arriesgada que en la actualidad, aunque la protección que confería seguía siendo muy superior a los efectos adversos. No siempre se realizaba en las condiciones más higiénicas, por lo que a veces provocaba infecciones secundarias. Los efectos secundarios podían ser desagradables y persistentes y, si obligaban a un trabajador a ausentarse del trabajo, podían suponer una pérdida de ingresos.

Estas eran preocupaciones legítimas durante el siglo XIX, cuando la vacuna contra la viruela era la única que se ofrecía a la mayoría de la gente, y resurgieron durante las epidemias cuando las autoridades sanitarias se esforzaron por aumentar la cobertura de la vacuna. Lo que también afloró en las epidemias fueron individuos a los que Larsson se refiere como “'caballeros de brillante armadura” que aprovecharon las preocupaciones populares para impulsar su propia agenda y presentarse ante los demás como héroes.

Pone el ejemplo del doctor Alexander Ross, autor de un panfleto que circuló a gran escala en Montreal en 1885, durante un brote de viruela en la ciudad. “No hablemos más de la tiranía rusa”, denunció Ross, dando a entender que los rusos –que entonces perseguían a los judíos en pogromos– no tenían nada que envidiar a los funcionarios de sanidad de la ciudad cuando se trataba de pisotear las libertades civiles.

Ross aseguró a sus lectores que la vacunación no prevenía la viruela, pero que sí provocaba otras enfermedades desagradables como la sífilis y la propia viruela, y que mataba a los niños. Es más, afirmaba que no había realmente una epidemia en la ciudad y que, si la había, la mejor manera de protegerse era “el aire puro, la limpieza y la templanza”. Como “prueba” ofrecía los testimonios de una serie de personas cuyos nombres se presentaban junto a la palabra “profesor”, “Doctor” o “Señor”.

Según Larsson, la táctica de Ross ha sido la misma que la de los líderes de los movimientos antivacunas a lo largo de la historia: restar importancia a la amenaza de la enfermedad (la viruela mató a uno de cada tres contagiados y dejó a la mayoría de los supervivientes con secuelas de por vida), subrayar la amenaza de la vacuna, insinuar una conspiración mayor y apelar a otras personas con autoridad que, como usted, se atreven a desafiar la opinión general. Debido a su uso de la desinformación, reserva el calificativo peyorativo de “antivacunas” para estos individuos y hace una clara distinción entre ellos y la mayoría de los que muestran indecisión en torno a la vacuna (resulta que Ross se vacunó durante la epidemia).

La reencarnación actual más obvia de Ross es Andrew Wakefield, el exmédico caído en desgracia cuyo estudio fraudulento publicado en 1998 señalaba una asociación entre la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubéola (SPR) y el autismo. Desde el comienzo de esta pandemia han surgido otros 'caballeros de brillante armadura'. Un claro ejemplo es Judy Mikovits, la viróloga cuyas afirmaciones, refutadas por los expertos, aparecieron en un par de vídeos conspirativos muy vistos, titulados Plandemic, incluso antes de que existiera la vacuna contra la COVID-19. Ahora que se han aprobado varias vacunas de este tipo con carácter limitado, Larsson espera que otros 'caballeros' den un paso al frente. “Probablemente veremos a una gran variedad de 'caballeros de brillante armadura' en el próximo año”, dice.

La historia también nos enseña que las razones por las que la gente cuestiona las vacunas son diversas, complejas y sumamente sensibles al contexto social y político. Durante el brote de Montreal, por ejemplo, la resistencia se vio alimentada por las tensiones preexistentes entre las poblaciones francófona y anglófona de la ciudad. “Los trabajadores francófonos mostraban su desconfianza hacia los médicos ingleses de clase alta que querían clavarles agujas”, dice Larsson. No ayudó el hecho de que un lote contaminado de la vacuna provocara algunos casos de erisipela en la piel al principio. Y, sin embargo, solo después, cuando las autoridades hicieron obligatoria la vacunación, la resistencia estalló en disturbios.

Históricamente, la obligatoriedad suele materializar el sentimiento antivacunas, en parte por el temor a que se aplique de forma brutal o discriminatoria. Estos temores no eran infundados. Hay relatos espeluznantes de minorías étnicas que fueron vacunadas a punta de pistola o de poblaciones médicamente vulnerables a las que se les administró por la fuerza brebajes experimentales.

En la sentencia del Tribunal Supremo de 1905, conocida como Jacobson contra Massachusetts, que confirmó el derecho de los estados de EEUU a imponer la vacunación, el veterano juez de la guerra civil John Marshall Harlan reconoció implícitamente la brutalidad de la obligatoriedad al afirmar que la autodefensa colectiva puede implicar a veces un riesgo de daño corporal para el individuo, como cuando se obliga a un ciudadano a “ocupar su puesto en las filas del ejército de su país y arriesgarse a ser abatido a tiros en su defensa”.

Los escépticos de las vacunas se adelantaron a esta explicación. En aquella época, el término “objetor de conciencia” se refería a alguien que se oponía a las vacunas. No fue hasta la Primera Guerra Mundial cuando pasó a referirse a alguien que se oponía a tomar las armas. Pero la sentencia de 1905 los movilizó, y en 1908 se creó la Liga Antivacunas de Estados Unidos. “La vacunación siempre ha sido violenta”, dice Hausman.

El número de enfermedades que las vacunas podían cubrir empezó a aumentar con rapidez a principios del siglo XX, pero los avances vinieron acompañados de contratiempos. En 1929, en Lübeck (Alemania), un lote contaminado de la vacuna BCG contra la tuberculosis provocó la muerte de 72 bebés y el resurgimiento del movimiento antivacunas. Sin embargo, este tipo de accidentes, o escándalos, impulsaron mejoras en la supervisión, hasta el punto de que Offit pudo escribir en 2006 que las vacunas gozaban de un historial de seguridad “sin parangón con ningún otro producto médico”.

Razones de la desconfianza con la COVID-19

Las vacunas transformaron la salud humana. La viruela mató a más de 300 millones de personas en el siglo XX antes de cobrarse su última víctima en 1978. Sin embargo, a pesar del impresionante historial de las vacunas y de estrategias más sofisticados de obligatoriedad –como la imposición de sanciones en lugar de a punta de pistola y la autorización de exenciones, por ejemplo, por motivos religiosos–, la indecisión sobre las vacunas está en su punto más alto de los últimos 20 años, según algunas encuestas, y va en aumento.

Los esfuerzos para concienciar a la población no han funcionado, dice Hausman, y una pista de la causa de este fracaso está en el cambio que se ha producido este año: de entender la indecisión como una cuestión de información a entenderla como una cuestión de confianza. Los expertos en salud pública se centran en los beneficios de la vacunación para la población, dice, “pero la gente no experimenta los daños de las vacunas a nivel de la población, los experimenta personalmente”. Por lo tanto, es importante entender sus preocupaciones, porque una persona de origen afroamericano, por ejemplo, puede tener unas preocupaciones muy diferentes a las de una persona alérgica que lee sobre los escasos casos de shock anafiláctico que se han registrado en algunas personas que han recibido la vacuna contra la COVID-19.

En su reciente libro, 'Stuck', Heidi Larson cita al epidemiólogo australiano Stephen Leeder, con quien está de acuerdo en su análisis: “Los hechos no se rechazan porque se consideren erróneos, sino porque se consideran irrelevantes”. Los educadores sobre las vacunas están al tanto de esto y priorizan cada vez más las historias sobre las estadísticas. ¿Alguien que conoces tuvo una mala reacción? Vale, déjame que te hable de una pareja de la semana pasada, de tu edad, que se vacunó y está bien. También se dan cuenta de que diferentes tipos de personas deberían lanzar este mensaje. Como declaró recientemente a la revista Science la experta en marketing Stacy Wood, no debería ser siempre Anthony Fauci quien lo haga, por muy eficaz que sea como portavoz.

El enfoque de la narración tiene sus críticos. The Spectator lo tachó recientemente de mostrar “una arrogancia soberbia hacia la gente corriente”. Pero es exactamente el enfoque que han utilizado con tanto éxito los verdaderos antivacunas, que han aprovechado las redes sociales y que, según un informe reciente publicado por la organización internacional sin ánimo de lucro Center for Countering Digital Hate, ahora están coordinando sus esfuerzos para tratar de impulsar la indecisión a largo plazo sobre las vacunas. Además, dice Hausman, no solo la “gente corriente” está más influenciada por las historias que por las estadísticas; los poderosos también lo están, incluidos algunos de los que toman decisiones en esta pandemia.

Es más fácil impedir que la gente actúe que convencerla de que lo haga, lo que significa que el equipo Jenner siempre tendrá que trabajar más que la oposición. “Todo lo que tienen que hacer los 'caballeros de brillante armadura' es sembrar la duda”, dice Larsson. Pero la principal lección de la historia es que lo importante no es solo lo que hacen. La base del éxito de la vacunación es un contrato social sólido, y el nuestro se está deshaciendo. Como escribe la autora de Stuck: “La vacunación se ha convertido en una prueba de fuego de nuestra capacidad de cooperación”.

Laura Spinney es la autora de El Jinete pálido: 1918, la epidemia que cambió el mundo

Traducido por Emma Reverter

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