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OPINIÓN

Defenderla pero criticarla: el dilema de Kamala Harris para la izquierda y el feminismo afroamericano

Activista y abogada
Kamala Harris durante su presentación como candidata demócrata a la Vicepresidencia

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El exvicepresidente Joe Biden ha anunciado que la senadora Kamala Harris será su compañera en la carrera hacia la Casa Blanca. Muchas mujeres de color, particularmente las progresistas, tenemos sentimientos encontrados, una emoción pero contenida. La senadora Harris es aguda e ingeniosa, sabe plantear asuntos con un enfoque estratégico y nadie cuestiona su cualificación para el puesto de vicepresidenta de Estados Unidos. Se licenció de una histórica universidad negra y participó en una prestigiosa hermandad universitaria –negra también-, su origen es birracial, su ascendencia jamaicana e india y ha roto barreras de color y techos de cristal a lo largo de su carrera.

Eso no significa que las mujeres negras pobres no hayan tenido que barrer los restos de los cristales que Harris rompía a su paso. Miles de personas celebraron que resultara elegida senadora y a muchas más les cautivó que se dirigiera uno a uno a los candidatos presidenciales durante los debates de las primarias del Partido Demócrata. Sobre todo a Biden, con el que ahora comparte candidatura. Algunos de los lemas forjados aún no se han olvidado. Hasta que recordamos que perfeccionó esas habilidades argumentales en los tribunales como fiscal, incluyendo peleas para mantener condenas injustas.

Luego, está el cansancio. Los demócratas más progresistas tendrán que defender la identidad personal de la senadora de California mientras operan contra su proyecto político. La llegada a ciertos estatus políticos y viene acompañada de ataques racistas, siempre. Durante los años que pasó en la Casa Blanca, Michelle Obama llegó a ser representada como un simio. El presidente Donald Trump llamó a la congresista Maxine Waters “persona de bajo coeficiente intelectual”. Hace pocas semanas, un congresista llamó a la diputada Alexandria Ocasio Cortez “asquerosa” y “maldita perra”. Dos de las congresistas que forman un grupo conocido como el “escuadrón”, Ilhan Omar y Rashida Talib, sufren regularmente ataques xenófobos, islamófobos y racistas. Cada vez que hablan de justicia social, esos ataques aumentan. Como ellas, la senadora Harris merece seguridad y protección contra comportamientos que provocan dolor. Es muy probable que las mujeres negras, quienes son como ella, formen, en este sentido, su primera línea de defensa.

Sin embargo, la defensa contra los ataques racistas y sexistas no debe interferir con la conformación de un movimiento político muy necesario para empujar la candidatura de Biden-Harris, de un grupo que ha decidido que su juego es el de la política electoral. Cuando algunos activistas criticaban al presidente Barack Obama se nos recordaba con mordacidad lo difícil que resultaba para él ser un hombre negro en la Casa Blanca. Él tenía un inmenso poder ejecutivo y gran influencia a la hora de asignación de recursos, proponer leyes e incluso liberar a personas encarceladas (algo que su gobierno, en principio, descuidó). Nos dijeron que esperáramos.

Después de ocho años de espera nos dijeron que había demasiado en juego para reclamar una universidad gratuita, la atención sanitaria universal, el fin de la violencia policial y en las cárceles o un planeta limpio.

En la canción “Mississippi Goddam”, Nina Simone se refería a todo esto con una frase: “Poco a poco” [Do it slow]. Y es justo ahí donde radica el problema: en ese “poco a poco”.

Terminar con la segregación: “Poco a poco”.

Participación política masiva: “Poco a poco”.

Reagrupación: “Poco a poco”.

Poner más tragedia: “Poco a poco”.

Desde la publicación de la canción, parece que nunca es el momento adecuado para presionar a la clase política en dirección al progreso.

Ya basta de hacer las cosas despacio.

No más súplicas imaginarias, ancestrales y postmortem sobre aquellos que murieron para que podamos votar hoy. La gente luchó y murió por muchas razones, una de ellas poder votar. Pero también por el derecho a la autodeterminación, algo que los moderados defienden para la derecha y desestiman por la izquierda. Así de simple.

Esta fatiga generacional que lleva desde Nina Simone a Tina Turner y de Fannie Lou Hamer a Cori Bush, se suma a la fatiga política de defender un trabajo progresista alrededor de un partido que socava los valores progresistas. El vicepresidente Biden y la senadora Harris están decididos a demostrar que su partido no ha sido secuestrado por “la izquierda radical”, tal y como lo ha descrito el actual vicepresidente Mike Pence, que continuó: “Así que dadas sus promesas de impuestos más altos, fronteras abiertas, medicina socializada y aborto sin límites, no es sorprendente que haya elegido a la senadora Harris”.

Esta caracterización inexacta es una táctica desafortunada que empujará la candidatura Biden-Harris más a la derecha. Juntos, Biden y Harris aún podrían continuar rechazando la atención médica universal durante la pandemia más mortal de la que se tenga memoria, una muerte cada 80 segundos. Juntos, prometerán una carísima reforma policial de “sentido común” a quienes se oponen al crecimiento desmedido de los gastos policiales. Y juntos, afirmarán el poder del voto negro, mientras los desafían: ¿realmente crees que tienes otra opción?

Soy reacia a afirmar que podemos presionar a Biden y Harris. Tengo mayores esperanzas depositadas en equivocarme que miedo a estar en lo cierto. La esperanza nace de innumerables activistas que se organizan a nivel estatal y local, que defienden la democracia con vigor en sus barrios y cuidan a sus familias y comunidades. Esa esperanza nace de estudiar a Fannie Lou Hamer y al Partido Democrático de la Libertad de Mississippi, quienes, enfrentando un escenario muy negativo, rodeados de mucha violencia y sin recursos, decidieron forjar una alternativa a la clase dominante. Hamer se pregunta: “¿Es esta América, la tierra de los libres y el hogar de los valientes, donde tenemos que dormir con los teléfonos descolgados porque nuestras vidas están amenazadas a diario a raíz de nuestro deseo de vivir como seres humanos decentes?”

Si debemos apoyar a los políticos de color que buscan un cargo de elección pública, protejamos especialmente a los que comparten la tradición inaugurada por Fannie Lou Hamer, a aquellos que arriesgan sus vidas por resistir a la supremacía blanca, sean republicanos o demócratas moderados. Y si realmente queremos honrar el agotador trabajo de las mujeres negras que quieren cambiar este país, el coste será significativamente más alto que el de elegir un nombre en una papeleta.

Derecka Purnell, escritora y abogada de movimientos sociales, es columnista de The Guardian en Estados Unidos y vive en Washington.

Traducido por Alberto Arce

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