Si fracasa el alto el fuego en Siria, el ISIS será el último de los problemas de Occidente
El revuelto escenario de la guerra civil en Siria podría convertir las operaciones militares contra el Estado Islámico (EI) en un espectáculo enfermizo pero secundario. La estrategia militar de Rusia ha cambiado las reglas del juego y ha evitado la derrota de las fuerzas de Bachar al Asad. Ha atacado a las fuerzas de la oposición apoyadas por Occidente y ha suministrando tanques T90 al ejército de Al Asad que avanza hacia Alepo. A los aliados occidentales se les acaba el tiempo. Rusia, Asad e Irán deciden la agenda y han formado una alianza de facto para mantener la “vieja Siria” y, pese al alto el fuego acordado por las grandes potencias en Múnich el pasado viernes, no parece que las escenas de muerte y destrucción vayan a cambiar sus planes.
Según estimaciones del Centro Sirio para la Investigación Política, este conflicto ha causado más de 400.000 muertes. Más de la mitad de los 22 millones de nacionales sirios son desplazados internos o refugiados. La guerra en Siria, y no el terrorismo del ISIS, es el responsable del 90% de las muertes y de los desplazamientos, y concretamente, los ataques orquestados por las fuerzas de Al Asad son los responsables de 3 de cada 4 muertes o huidas a otro país. El gobierno sirio o las fuerzas rusas también podrían estar detrás de un nuevo bombardeo contra un hospital de Médicos sin Fronteras.
En Múnich se acordó que las partes en conflicto propiciarían el “cese de las hostilidades” en el plazo de una semana. Rusia lanzó una preocupante advertencia: si la situación no cambiaba podía estallar una tercera guerra mundial. Por su parte, Arabia Saudí lanzó otra advertencia menos creíble: que estaba preparada para una intervención en el terreno.
En realidad, los rusos creen que necesitan unas semanas más para terminar con las fuerzas de la oposición y el alto el fuego no podrá prevenir esta ofensiva. Los saudíes, más preocupados por la guerra fallida en Yemen, saben que no pueden romper el equilibrio del eje formado por Rusia, Al Asad e Irán. Estados Unidos, los europeos y la ONU solo pueden intentar consolidar esta semana el acuerdo de alto el fuego, aunque solo sea para iniciar un proceso que les permita salir de la actual situación de caos. La clave es convencer a los rusos de que un alto el fuego les proporciona más beneficios que una escalada de violencia.
La alternativa es aceptar que Al Asad y los que lo apoyan en Moscú y en Teherán han ganado esta guerra civil y que, después, ellos lidien con el ISIS en Siria mientras las fuerzas occidentales combaten este movimiento extremista en Irak y en otras partes del mundo. Esto supondría pagar un precio político muy alto. Socavaría la política exterior de Occidente a lo largo y ancho de Oriente Medio, y en todo el mundo, y es poco probable que la victoria de Al Asad trajera la paz al país.
La participación del Reino Unido en las operaciones militares en la región para luchar contra el ISIS es comprensible y no es necesariamente una decisión errónea. David Cameron está en lo cierto cuando afirma que la ofensiva contra el ISIS ha logrado avances importantes.
A pesar de sus vídeos barbáricos y sus amenazas apocalípticas, el grupo está bajo presión. No ha conseguido avanzar desde que se hizo con el control de Palmira en mayo del año pasado. Las fuerzas kurdas están avanzando posiciones en Irak y en Siria. La batalla de Mosul, el feudo del ISIS en Iraq, no está lejos. No ha conseguido mantener el sitio sobre la ciudad de Deir ez Zor, en Siria, y las fuerzas kurdas se acercan a la “capital” del Isis en Raqqa. La infraestructura económica construida por el ISIS también está siendo desmantelada. El mes pasado, el grupo redujo a la mitad los salarios de sus muyahidines y se está volviendo muy paranoico sobre posibles espías y traidores.
Nada de esto implica que el ISIS vaya a ser derrotado en breve. Hasta que otra fuerza que no sea la kurda, que no cuenta con suministros suficientes, pueda seguir los pasos de los yihadistas, el grupo mantendrá el control sobre parte del territorio, sus habitantes, los rehenes y los esclavos, y la lealtad reticente de los suníes de la región.
Incluso si es cierto que las operaciones militares de Occidente están logrando controlar al ISIS o este movimiento está siendo destruido por sus propios defectos, debemos encarar la cruda realidad.
Primero, el ISIS no ha causado esta crisis. Es solo un síntoma de la guerra civil que se libra en Oriente Medio entre los chiíes y los suníes y entre los suníes moderados y los más extremistas. Segundo. El ISIS solo es el síntoma del conflicto de poder entre Irán y Arabia Saudí. Tal vez la religión desempeña un papel en este conflicto pero lo cierto es que ha estado causado por las ambiciones políticas imparables de las dos potencias más relevantes en la región. Tercero, el incierto liderazgo internacional de Barack Obama y el resurgimiento de Rusia como un actor clave en la región han hecho que esta se convierta en el escenario de guerras de poder que se libran lejos de casa. Los rusos tienen un miedo real a que el terrorismo de Oriente Medio “contagie” a las comunidades musulmanas del país y prefiere tener que lidiar con un mal gobernante que con actores no estatales. Por su parte, Estados Unidos teme que su poder para estabilizar la región y mantener su credibilidad entre los aliados regionales en particular y la comunidad internacional en general se debilite si opta por una retirada.
Como socio menor de los Estados Unidos, el Reino Unido viviría relativamente tranquilo si el ISIS está controlado y va lidiando con los retos que plantea el terrorismo a medida que vayan surgiendo, pero un flujo incontrolado de refugiados en el continente europeo ya es un problema mucho mayor, como también lo es la crisis humanitaria. El Reino Unido y Alemania podrían defender una causa común y auspiciar políticas más coherentes en torno a los refugiados en el marco de la Unión Europea y, al mismo tiempo, pedir a sus socios en el Golfo que se esfuercen mucho, mucho más.
Desde un punto de vista militar, la amenaza que Arabia Saudí lanzó en Múnich debería ser creíble. Si el alto el fuego no se materializa pronto, los rusos, los iraníes y Asad no tienen ningún incentivo para poner fin a la violencia. Solo la posibilidad de una operación militar terrestre impulsada por Arabia Saudí, Jordania y los Emiratos Árabes Unidos, con el sólido apoyo logístico de Occidente, podría obligar a Asad y a los países que lo apoyan a optar por el cese de la violencia por razones meramente estratégicas. Solo Estados Unidos está en posición de facilitar el apoyo que los saudíes y sus aliados necesitarían, y solo el Reino Unido puede propiciar la colaboración de otros aliados europeos.
Sin duda, esto provocaría la escalada del conflicto. Sin embargo, si no hay un alto el fuego real la escalada del conflicto también será inevitable si las fuerzas rusas e iraníes devuelven el poder de un país roto a un vengativo Al Asad. Esto podría tener un segundo efecto no deseado: que Al Asad sea quien tenga que lidiar con el ISIS en Raqqa y Deir ez-Zor. Occidente tendría problemas de estrategia descomunales en toda la región. Quince años atrás la decisión hubiera sido menos complicada. Sin embargo, la experiencia en Irak y Afganistán el dilema el panorama es bastante sombrío.
Occidente puede optar por una vía no exenta de peligros; presionar para que se llegue a un acuerdo. De lo contrario, puede mantener la situación actual, que lo lleva a un largo conflicto y al fracaso de las estrategias en la región, mientras cientos de miles de personas desesperadas intentan entrar en Europa.
Traducción de Emma Reverter