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The Guardian en español

Los grandes murales de Berlín, en peligro de muerte por abandono

Policías vigilan mientras una máquina excavadora trabaja en la polémica obra de construcción de un edificio de apartamentos justo al lado de una sección del antiguo Muro de Berlín, en Alemania, hoy, miércoles 27 de marzo de 2013.

Philip Oltermann

Berlín —

Los turistas que esta primavera viajen a Berlín para empaparse de cultura no tendrán que pagar la entrada de un museo para ver las obras de arte que son el secreto mejor guardado de la capital de Alemania.

En el cruce de Kurfürstenstrasse y de Budapester Strasse, justo enfrente del acuario de Berlín, los visitantes pueden admirar una obra en blanco y negro del pionero del por art Eduardo Paolozzi. Este mural estuvo oculto durante tres décadas y resurgió el año pasado.

La obra no está a la venta, principalmente porque ocupa un muro de hormigón de 990 metros cuadrados. Además, está previsto que dentro de unos meses desaparezca para siempre.

Pintado en el lateral de un edificio en 1976 como recuerdo del final de la estancia de un año del artista escocés en Berlín, el mural quedó tapado por un edificio de oficinas bancarias que ahora está siendo demolido. La desaparición del edificio ha dejado al descubierto las líneas retro futuristas de la obra de arte, que cuenta con una reproducción de menor tamaño en la Berlinische Galerie, situada en la otra punta de la ciudad.

En el verano de 2020, el mural de Paolozzi volverá a desaparecer detrás de un edificio de oficinas de 60 metros de altura que contará con una fachada totalmente acristalada y una gran terraza en la azotea. La obra de arte pasará a ser uno de los muchos murales icónicos que se desvanecen del paisaje urbano de Berlín a medida que los promotores levantan edificios sobre los solares que quedaron vacíos durante los intensos bombardeos de la segunda guerra mundial.

Un tríptico político situado entre las estaciones de metro Savignyplatz y Zoologischer Garten, con Marx y Engels que miran con escepticismo desde una nube, desaparecerá tras un bloque de microapartamentos destinados a “viajeros de negocios y solteros”, cuya finalización está prevista para el próximo año.

Incluso están contados los días de un mural que antaño sirvió como fuente de inspiración de otros artistas y provocó que se crearan más de 200 obras de arte similares en el Berlín Oriental.

Un promotor inmobiliario está construyendo sus nuevas oficinas en la estación de Tiergarten, justo enfrente del mural de Ben Wagin titulado Weltbaum o 'árbol del mundo', un conjunto de pinturas de varios artistas que alertan sobre la amenaza de la destrucción del medio ambiente.

Cuando Wagin pintó su mural en 1975, Berlín vio en las pinturas murales una oportunidad para llenar de color una ciudad todavía asociada con la monocromía de la Guerra Fría. La obra de Paolozzi, concebida en el mismo año, surgió de un concurso patrocinado y auspiciado por el Senado de Berlín.

Sin embargo, muy pronto las autoridades locales empezaron a temer que el hecho de permitir a los artistas pintar obras de arte en los laterales de los edificios pudiera obstaculizar más adelante la regeneración urbana. De 1976 en adelante, muchos de los artistas que recibieron encargos tuvieron que firmar un documento en el que declaraban que lo que habían pintado no era una obra de arte.

Como consecuencia, el Senado ignora las obras de arte que para el resto del mundo definen la identidad visual de Berlín. Mientras que los mosaicos de Paolozzi en la estación de metro de Tottenham Court Road en Londres han sido cuidadosamente restaurados durante la reciente renovación de la estación, en la solicitud del permiso de obras para la construcción del edificio de oficinas Westlight no ha sido necesario mencionar el mural del mismo artista. Un portavoz del fondo de inversión Barings ha explicado que el mural no será visible desde el exterior o el interior de la nueva estructura.

“Intentamos trabajar codo con codo con los promotores para proteger el legado de Paolozzi en la medida de lo posible”, afirma Toby Treves, miembro del consejo de administración de la fundación de artistas escoceses y excomisario de la Tate Modern. “El problema que tenemos con el arte público es que ya no sabemos quién tiene la responsabilidad”, añade.

Norbert Martins, un historiador y fotógrafo local que en los últimos 40 años ha documentado la historia del arte callejero berlinés señala que “muchos artistas asumen que sus murales van a ser temporales y que no se pueden proteger”. “Sin embargo, las autoridades locales no parecen comprender el potencial turístico que tiene el arte callejero. Ciudades como Lyon o Bruselas demuestran que podría gestionarse de forma muy diferente. El Senado podría haberse asegurado al menos de que el mural se reprodujera en otro lugar”, puntualiza.

Wagin tiene una opinión parecida sobre la esencia fugaz del arte callejero. “Las ciudades son areneros: te pasas siglos construyendo tu precioso castillito, luego viene una inundación y se lo lleva todo”, afirma el artista de 88 años: “Esto es lo mismo que pasa con el arte en las ciudades.”

A pesar de sus palabras, no pierde la esperanza de que el “árbol del mundo” pueda ser reproducido en otro lugar. De hecho, un grupo de artistas callejeros más jóvenes ha anunciado que está dispuesto a pintar una versión ligeramente modificada del clásico de Wagin en otra parte de Berlín.

Los residentes de un edificio situado en la Albrechtstrasse han ofrecido una de sus fachadas, que se ve desde la Friedrichstrasse station, y el inversor cuyo edificio va a tapar el mural original ha accedido a pagar los andamios y el material.

Traducido por Emma Reverter

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