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The Guardian en español

Opinión

Hasta que llegue la vacuna contra la COVID-19 debemos centrarnos en tratar sus secuelas a largo plazo

EFE/FERNANDO BIZERRA JR/Archivo

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Muchos países están en este momento pasando por una segunda ola de contagios de coronavirus y la pandemia sigue afectando a millones de personas en todo el mundo, no sólo cobrándose vidas, sino también dejando síntomas debilitantes y persistentes como consecuencia de la grave y dañina inflamación que el virus produce en el cuerpo.

La magnitud, gravedad y duración de la COVID-19 sugieren que veremos una ola de secuelas sanitarias a largo plazo en las personas que han sobrevivido a la enfermedad. Y estas secuelas serán muchas y variadas: de tipo inmunológico, hematológico, gastrointestinal y neurológico.

La infección de coronavirus no solo genera un daño persistente en los pulmones, sino que además puede provocar complicaciones en el corazón, el hígado, el cerebro y los riñones. Los supervivientes informan de una preocupante variedad de problemas y síntomas duraderos como confusión, palpitaciones cardíacas, fatiga extrema, dolor en las articulaciones, pérdida del sentido del olfato o del gusto y falta de aire ¿Cuántos de estos síntomas se traducirán en enfermedades crónicas? Simplemente no lo sabemos todavía y eso es preocupante.

Incluso antes de que apareciera la COVID-19, ya se había identificado a la inflamación como la principal causa de muerte de muchas enfermedades, como la gripe, sepsis, enfermedades cardíacas, cáncer, diabetes y enfermedades crónicas e riñón, hígado y autoinmunes. Sin embargo, la preocupación aumenta al tomar conciencia del impacto crónico que el virus puede dejar en la salud de quienes lo superan.

Es evidente que los supervivientes necesitarán un seguimiento a largo plazo para documentar y comprender cómo se da la recuperación y las posibles complicaciones.

Inflamación

La inflamación es el resultado de un complejo sistema interconectado de centinelas y mensajeros inmunes llamados citoquinas, que idealmente actúan de forma coordinada para responder ante una lesión o infección. Cuando es necesario, este sistema de primera línea de batalla emite un grito de guerra para que el sistema inmune luche contra el virus o cualquier otra amenaza, y una vez se ha superado la crisis, lanza una nueva ola para comenzar a reparar los daños. Cuando estas respuestas no son coordinadas, la inflamación puede resultar mal dirigida, excesiva o crónica, generando duraderos efectos perjudiciales en el cuerpo.

Tratamiento con corticoides

En el caso de la COVID-19, la peligrosa “tormenta de citoquinas” provocada por una hiperinflamación fuera de control (cuando se envían demasiado mensajeros) genera un daño generalizado de los tejidos, fallos en los órganos y un alto riesgo de muerte. Además de cuidados intensivos de apoyo a la respiración, se ha probado el uso de corticoides como la dexametasona para contener la inflamación descontrolada en personas gravemente afectadas. Algunos estudios han registrado una reducción del 10% en la tasa de mortalidad, utilizando dosis bajas de corticoides en pacientes en estado crítico.

Si bien estos resultados son prometedores, el uso de corticoides tiene sus limitaciones. Estos medicamentos tienen un efecto antiinflamatorio que también puede retrasar la capacidad del cuerpo de vencer al virus.

¿Qué más se puede hacer?

Hay esperanzas. Se están realizando muchas investigaciones en el Instituto Hudson y en otros centros con el objetivo de mejorar la contención de la hiperinflamación aguda. Incluso se están probando medicamentos de acción más específica. Estos medicamentos están diseñados para permitirle a algunas partes del sistema inmune seguir luchando contra el virus mientras bloquean los efectos más dañinos de la inflamación.

Una mejor comprensión de los factores genéticos y ambientales que predisponen a ciertas personas a sufrir de forma más grave la COVID-19 permitirá tratar mejor los casos agudos y las complicaciones a largo plazo. La edad avanzada, el sexo masculino y enfermedades crónicas preexistentes son factores que aumentan el riesgo de una persona de desarrollar una infección de coronavirus potencialmente mortal.

Además, la magnitud de la pandemia ha revelado algunas secuelas poco frecuentes, como un grave síndrome de hiperinflamación en niños. Asimismo, una investigación publicada recientemente en la revista académica Science ha demostrado que una deficiencia en la primera respuesta antiviral del cuerpo, los interferones, puede predisponer genéticamente a algunas personas a desarrollar formas potencialmente mortales de COVID-19, mientras que un problema autoinmune más común en los hombres puede producir anticuerpos que bloquean las acciones protectoras de los interferones. Saber esto abre el camino hacia terapias personalizadas, diseñadas específicamente para estos pacientes, en lugar de tratamientos generales para todos.

Entonces, ¿cómo podemos evitar un mayor sufrimiento a causa de esta pandemia u otras futuras pandemias virales? Es absolutamente necesario tener acceso a una mejor variedad de tratamientos contra la dañina inflamación. Ahora es el momento de promover más investigaciones y debates públicos sobre terapias para pacientes que están luchando contra la COVID-19, mientras esperamos a que se desarrollen medicamentos antivirales y la vacuna.

La profesora Elizabeth Hartland es directora del Instituto de Investigaciones Médicas Hudson en Melbourne, donde se están realizando los mayores estudios sobre la inflamación de toda Australia.

Traducido por Lucía Balducci.

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