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The Guardian en español

ANÁLISIS

Ómicron se propaga a un ritmo alarmante y por eso es tan peligroso

Una cola para hacerse tests en la calle en Nueva York.

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Una vez más asistimos a la aparición de otra variante de la COVID-19 y las autoridades sanitarias analizan cuidadosamente los datos que llegan de todo el mundo. En el caso de ómicron, una de las cuestiones claves es determinar si la enfermedad que provoca es tan grave como la causada por las anteriores variantes. 

Muchos han conjeturado que podría ser más leve, especialmente tras varios informes preliminares de Sudáfrica que parecían sugerir síntomas menos graves y un menor número de hospitalizaciones. En mi opinión, es un juicio prematuro, sobre todo teniendo en cuenta lo rápidamente que cambian las cosas. 

Estimar con precisión la gravedad de una nueva infección es una pesadilla, y más aún en una fase tan temprana, pero hay varios factores a tener en cuenta para valorar los datos que nos están llegando.

Al examinar la gravedad de las infecciones en Sudáfrica, es importante recordar las diferencias entre poblaciones. Sudáfrica tiene en general una población más joven, y en esos grupos de edad la COVID-19 ha sido sistemáticamente más leve que en los grupos de personas mayores.

Otra cuestión es el tiempo. Aún llevamos pocas semanas de esta nueva ola y debe transcurrir un período mínimo antes de que las personas enfermen lo suficiente como para necesitar cuidados y que esos datos sean comunicados.

Del mismo modo, se estima que los contagios en una población como la de Reino Unido, con una alta tasa de inmunización, serán en general más leves gracias a la protección contra la enfermedad grave que se espera de la vacuna. Pero de poco consuelo servirá esto a los ciudadanos que por diversos motivos no se han vacunado o a los que, habiéndose vacunado, no han desarrollado una reacción inmune suficiente. El crecimiento de ómicron hace más probable que estas personas queden en riesgo.

Comparado con alfa y delta

De hecho, dado que la nueva variante parece propagarse aún más rápidamente que las anteriores, debemos ser cautelosos incluso si el avance en los contagios solo llega a grave de vez en cuando, porque el aumento del número de casos va a ser muy grande. La cantidad final de contagios graves es una función del número de oportunidades que el virus tiene para causarlos y eso está directamente relacionado con su grado de contagiosidad. Esa es una de las razones por las que la variante alfa causó tantos estragos durante el invierno pasado.

Para comparar la variante ómicron con delta no basta con sumar el número de casos y de hospitalizaciones provocados por cada una de ellas en un corto período de tiempo. Los casos provocados por ómicron han crecido más rápidamente, mucho más rápidamente, que los provocados por delta, y antes de enfermar gravemente transcurre un tiempo mínimo. 

Para estimar la gravedad con precisión hay que comparar el número de casos que acaban en hospitalización o que terminan con la vida del enfermo. El fallecimiento es algo que suele evaluarse a las cuatro semanas del diagnóstico y ómicron se notificó a la OMS hace menos de 28 días. No tenemos el lujo de esperar a conocer cuál es exactamente su grado de peligrosidad antes de tomar decisiones.

Es falso que los virus evolucionen a formas menos virulentas

Existe la creencia generalizada de que las enfermedades contagiosas evolucionan hacia formas menos virulentas, lo que ha llevado a muchos a creer que ómicron será menos grave para todos, independientemente de la edad o el nivel de inmunización. Esto es falso.

No hay una selección natural de los virus que los haga más leves o más graves. En casi todas las situaciones reales no hay vínculo entre la virulencia (la gravedad de la enfermedad que provoca) y la transmisión del virus (lo que hace que tenga o no éxito). La gran mayoría de los contagios de COVID-19 se producen antes de que las personas enfermen gravemente, dándole al virus la oportunidad de avanzar hacia otras personas.

Basta recordar que la variante delta fue más virulenta que alfa; y que esta, a su vez fue más virulenta que el virus original. Recuerden: el problema de la COVID-19 nunca ha sido su virulencia sino el número de personas contagiadas.

Todos quieren creer que la variante ómicron es más suave. A mí también me gustaría que fuera más leve pero no puedo permitir que mi deseo distorsione la correcta interpretación de los datos.

La tasa de transmisión de esta nueva variante es tan grande que los casos pueden acumularse rápidamente y poner contra las cuerdas al Servicio Nacional de Salud británico (NHS, por sus siglas en inglés). La Sanidad británica viene de décadas de poca inversión y está al borde del abismo tras meses luchando contra la variante delta. La gente parece olvidar que casi 20.000 personas han muerto por la COVID-19 en Reino Unido desde aquel “día de la libertad” del pasado 19 de julio, cuando el Gobierno británico eliminó todas las restricciones (a las que ahora ha vuelto). Aunque el virus sea mucho más manejable, el desgaste que provoca ha tenido consecuencias.

Solo vacunar no es la solución

La estimación más exacta posible de la gravedad de ómicron llegará en unas semanas, cuando se publique el informe de la Agencia de Seguridad Sanitaria de Reino Unido (que ha hecho un trabajo de análisis fenomenal con un tiempo muy rápido de respuesta) cotejando los contagios por delta y por ómicron durante períodos de tiempo similares. 

Antes de ese momento, las cifras de Sudáfrica deberían empezar a arrojar información sobre los resultados de largo plazo. Los primeros datos sugieren que las hospitalizaciones en Guateng (Sudáfrica) han tocado su máximo en un nivel más bajo que el de las oleadas anteriores. Pero esta es la primera ola que ha llegado cuando ya había inmunidad por contagios anteriores y eso hace que todo sea más difícil de interpretar.

Las epidemias de virus de transmisión rápida no le ponen las cosas fáciles a sistemas sanitarios sobrecargados, especialmente tras casi dos años de lucha contra la bestia pandémica. La tercera dosis de la vacuna ayudará, pero ómicron contagiará a muchas de las personas que están recibiendo ahora ese refuerzo, antes de que la tercera dosis haya tenido tiempo de preparar al sistema inmunitario.

Jeremy Farrar, de la organización de investigación sanitaria Wellcome Trust, tenía razón cuando decía, desde antes de la llegada de ómicron, que para salvaguardar al sistema de atención sanitaria debíamos aplicar la tercera dosis de la vacuna y no limitarnos al programa original de vacunación.

Incluso si ómicron fuera menos virulenta que delta, y ese es un gran “si”, eso no es una razón para relajarnos. Solo su capacidad de transmisión hace que esto sea serio. La diferencia entre una caricia y una bofetada radica sobre todo en el ritmo con el que se da.

*El doctor William Hanage es profesor de evolución y epidemiología de enfermedades contagiosas y co-director del Centro de Dinámicas de las Enfermedades Contagiosas de la Universidad de Harvard.

Traducción de Francisco de Zárate.

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