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The Guardian en español

Entre las ruinas de Limán, la última ciudad clave recuperada por Ucrania en el Donbás: “¿Para qué ha servido todo esto?”

Un grupo de personas recibe ayuda humanitaria en la recientemente recuperada ciudad de Limán, en el este de Ucrania.

Peter Beaumont

Limán (Ucrania) —

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En las calles destrozadas de Limán –una ciudad ucraniana atravesada por la invasión rusa, meses de ocupación y la brutal batalla por su liberación, que se produjo la semana pasada– las pruebas de la retirada caótica y sangrienta y la derrota de Rusia están por todas partes.

Al salir del foso de un antiguo puesto de control ruso en las afueras de esta ciudad de Donetsk, en el Donbás, un soldado ucraniano aparece con un ejemplar ruso de Guerra y paz de Tolstói entre sus manos. Lo coloca junto a una botella de agua tirada, cortada por la mitad y llena de municiones de fusil. Dentro, señala un icono ortodoxo clavado en la pared.

Se desconoce el destino de los antiguos ocupantes del refugio: si ahora son prisioneros, si fallecieron en los combates, o si murieron durante la posterior persecución hacia la ciudad vecina de Kreminna, donde un convoy ruso fue bombardeado sin descanso por las fuerzas ucranianas mientras huía.

O quizá lograron escapar para continuar siendo perseguidos, a medida que la contraofensiva ucraniana sigue obligando a las fuerzas rusas a retroceder.

No solo abandonaron equipamiento y objetos personales. Los rusos también dejaron atrás a sus muertos, mordisqueados por los perros de Limán. Los cuerpos han sido recogidos por los equipos funerarios ucranianos a lo largo de los últimos días.

Un enclave estratégico

Pero los combates parecen haber sido más intensos en las estrechas carreteras de las afueras de Limán. El asfalto está agujereado, lleno de metrallas y restos de misiles. No muy lejos de las trincheras y los fosos arrasados, se hallan los vehículos blindados rusos calcinados. En algunos lugares aún hay minas antitanque recientemente desactivadas.

Aquí, los cohetes y la artillería han destrozado los árboles hasta reducirlos a astillas.

Los políticos, los analistas y los soldados que lucharon en esta batalla destacan la importancia de Limán y sus vías de ferrocarril como “puerta norte” de la región de Lugansk. Pero el verdadero significado reside en el golpe psicológico a la moral de las tropas rusas, cuyas líneas han sufrido colapsos cada vez mayores en el este y el sur.

Con el retroceso de las fuerzas rusas en el área que rodea a Limán, los militares ucranianos parecen haber puesto sus ojos en sus próximos objetivos: Lisichansk, Severodonetsk y la muy disputada ciudad de Bajmut en el Donbás, donde los rusos siguen intentando avanzar.

Y, de manera crucial, la derrota rusa en Limán también ha dado a las fuerzas ucranianas un punto de apoyo en el lado norte del río Síverski Donets.

“Sabemos que pidieron retirarse”

Ocupada hasta la semana pasada por los soldados del 20º Ejército de armas combinadas de Rusia y las tropas Bars-13 de la Guardia rusa —algunas de las cuales se habían retirado anteriormente de la región de Járkov—, cuando llegó el ataque, los combatientes rusos se vieron pronto atrapados en un cerco que rápidamente iba encerrándolos. Mientras tanto, los pueblos de las afueras de la ciudad, situados entre colinas onduladas, eran desmantelados con velocidad.

Lo que está claro es que los militares ucranianos han encontrado una forma de combatir mucho más hábil y flexible que la del bando ruso –que depende, en gran medida, de sus renqueantes líneas de suministro–, desplegándose deprisa para aislar, rodear y destruir unidades pieza a pieza.

Los rusos que se quedaron a luchar fueron fulminados por los proyectiles y los misiles. O acribillados en los bosques.

En el cruce de un paso a nivel con una carretera, los árboles que rodean una trinchera rusa parecen haber sido arrasados por una mano gigante, y la carretera está llena de casquillos de artillería, retazos de uniformes y restos humanos.

“Flagman” observa la escena. Este militar ucraniano –que ha combatido en este sector desde que el Kremlin lanzó su invasión en febrero–cuenta que mientras los rusos se apoyaban en las carreteras, los ucranianos les tendían emboscadas desde estos bosques.

“Cuando llegaron por primera vez, eran una fuerza mayor con armas más pesadas. Así que nos retiramos a líneas mejores. Pero, tras los éxitos ucranianos en Járkov e Izium en septiembre, sus fuerzas se retiraron hasta aquí, aunque no se organizaron realmente. Entonces, nuestros comandantes vieron la oportunidad de atacar”, dice.

“Yo me formé como oficial en la época soviética, y algunos de los oficiales rusos aquí tenían la misma formación”, agrega. “Eran profesionales, pero fueron sus superiores los que los defraudaron. Sabemos que pidieron retirarse”, apunta, confirmando la información de los servicios de inteligencia británicos. “Pero a los de arriba no les importaban sus vidas. Al final estaban demasiado ocupados con su anexión ilegal y sus celebraciones”, asegura.

“No creo que la orden de retirada llegara a producirse. Al final se organizaron para huir a pesar de las invitaciones a rendirse”, dice.

“Lo único que queremos es un poco de paz”

Ahora, tras la batalla, el único vestigio de las ambiciones imperiales de Rusia son los grafitis pintados en las paredes por los antiguos ocupantes, como el garabato de “¡Rusia manda!” junto a las inscripciones de las ciudades y regiones de las que procedían los soldados.

Para los pocos vecinos que permanecieron aquí durante todo el proceso, las consecuencias han sido nefastas.

Fuera del edificio de apartamentos donde vive, en el quinto piso, Olena Grigorivna, de 69 años, cocina espaguetis en una sartén sobre una fogata que su marido alimenta con leña recolectada. Cuenta que está agotada y asustada por lo cerca que está el invierno en una ciudad sin gas. Tampoco hay ventanas en su casa. Sus palabras podrían resumir el estado de ánimo colectivo, que parece más abatido que eufórico.

En la ciudad que alguna vez fue hogar para unos 27.000 habitantes —muchos de los cuales trabajaban en los ferrocarriles—, solo quedan unos centenares, que se mueven en bicicleta o a pie por las calles en ruinas.

Muchas, como Olena, son personas mayores que no pudieron o no quisieron huir al llegar la guerra. “Fue duro [estar] bajo la ocupación rusa”, dice. “Mi pensión no llegaba y solo nos suministraban ayuda alimentaria una vez al mes. No veíamos mucho a los soldados rusos y, cuando lo hacíamos, casi no había interacción”, relata.

Durante la batalla de la semana pasada, cuando las fuerzas ucranianas expulsaron a los rusos en una sangrienta derrota, Olena se escondió en su sótano. Se dio cuenta de que el enfrentamiento había terminado cuando la bandera ucraniana azul y amarilla se izó en un edificio cercano.

“Fue entonces cuando supe que todo había terminado”, cuenta. Al menos, los combates se han terminado.

Sin embargo, para Olena, que camina con dos bastones y con su apartamento dañado por los combates, la guerra aún no se ha ido. El sonido de los estallidos que provienen de los nuevos frentes a lo lejos es otro recordatorio de ello.

“Quiero saber, ¿para qué ha servido todo esto?”, pregunta con tristeza.

En una tienda de alimentación sin electricidad y con las estanterías medio vacías, unos pocos hacen cola para comprar las provisiones disponibles y pagan con la moneda que tengan a mano: la grivna ucraniana o los rublos impuestos por los ocupantes.

Fuera, un puñado de policías ucranianos recién llegados a la ciudad patrullan las calles vacías.

“He venido a por pan”, dice Víktor Serhiiyovych, de 75 años. “Pero no hay. Antes había una gran panadería en la ciudad, pero fue alcanzada en los combates. Ahora no funciona”, cuenta.

Serhiiyovych regresó a Limán poco antes del asalto de la semana pasada, tras quedarse sin dinero. “Lo único que queremos es un poco de paz y una oportunidad para organizar nuestras vidas y ver la ciudad reconstruida. Este es solo el tercer día desde que los rusos se fueron. Los combates eran muy fuertes y me escondí en mi sótano. Cuando los combates empezaron a amainar, fui a arreglar mis ventanas y fue entonces cuando vi que los soldados ucranianos habían llegado”.

A la salida, una ambulancia militar intenta abrirse paso a través de un atasco en las carreteras secundarias. Mientras avanza, uno de los médicos abre apenas una de las puertas para controlar a los heridos, apelmazados dentro del vehículo que avanza por los surcos.

El vehículo sale del atasco y desaparece en la distancia, mientras suena su sirena. La guerra en Ucrania está lejos de haber terminado.

Traducción de Julián Cnochaert.

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