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The Guardian en español

Los rusos que temen que la guerra en Ucrania pase la frontera: “Hay que estar preparados”

Dos niños llegan en coche desde Járkov, Ucrania, a un campamento temporal en Bélgorod, Rusia, en septiembre.

Andrew Roth

Bélgorod (Rusia) —

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Ignorar la guerra se ha vuelto imposible en Bélgorod, una ciudad del sur de Rusia, a pocos kilómetros de la frontera con Ucrania. Los soldados rusos ahora deambulan por las calles tras el contraataque ucraniano que forzó su retirada. Los proyectiles de las defensas antiaéreas retumban en el cielo varias veces al día. La ciudad está, una vez más, llena de refugiados y en la frontera, soldados rusos y ucranianos se encuentran al alcance de la vista unos de otros.

Hacia el final de la tarde, tres soldados rusos provenientes de Osetia vagan por calles que no conocen frente a la gran Catedral de la Transfiguración. Parecen faltos de equilibrio. Quizá estén borrachos o cansados. Y están buscando dónde comer.

Dicen que desde febrero estuvieron luchando en Ucrania como parte de la fuerza de invasión. Estaban apostados en el pueblo de Velyki Prokhody, justo al norte de Járkov, hasta que la semana pasada llegó la señal urgente de huir de regreso a Rusia.

“¿Qué podemos decir? Una orden es una orden. No teníamos opción”, indica uno de ellos. Lleva puesto un sombrero con una Z, un símbolo táctico que ha sido adoptado como emblema patriótico y muestra de apoyo a la guerra.

Dado que el frente ruso en Járkov se ha derrumbado y los ucranianos que eligieron el bando ruso han huido hacia la frontera, un oscuro pensamiento cruza la mente de la gente en Bélgorod: que la guerra pueda cruzar a Rusia.

Cuando se les pregunta hacia dónde se dirigen ahora, los soldados dicen no saberlo. Pero creen que es probable que los envíen al sur “para defender la frontera”. Al día siguiente, unos 400 soldados de la Guardia Nacional refuerzan las posiciones de los guardias fronterizos rusos. Incluso allí, según un activista que estaba presente, los soldados hacen un examen de conciencia. En un tenso enfrentamiento, las tropas ucranianas se encuentran del otro lado, al alcance de la vista.

“¿Cómo mierda ha pasado esto?”, le dijo un guardia fronterizo a otro, tal y como recuerdan dos personas que estuvieron allí.

¿Dónde están los pasamontañas?

En Bélgorod, las señales de la guerra y la tensión están a la vista, aunque la mayoría de la gente cree que es poco probable que el conflicto se desborde y cruce la frontera. Oleg, un dueño de restaurante originario de Ucrania, lleva una camiseta con la frase “Nacido en Járkov” y ha comprado tablas de madera contrachapada por si necesita cubrir las ventanas de su local.

Su socio, Denis, ha construido un refugio antibombas en el patio trasero de su casa y ha sacado a su abuela de una ciudad bajo control ruso en el este de Ucrania, hoy en la primera línea del conflicto. Denis espera que las tensiones disminuyan, pero los dos están tomando precauciones. “Nadie prevé que llegue hasta aquí”, dice Oleg. “Pero tenemos que estar preparados”, aclara.

En el mercado central de Bélgorod los soldados se abastecen para el invierno, lo que indica que la guerra podría prolongarse durante los próximos meses o incluso por más tiempo. “¿Dónde están los pasamontañas?”, grita uno de ellos mientras hurga en uno de los varios puestos que venden gorros de camuflaje, chaquetas, ropa interior térmica y otros equipos para el frío.

“Todos los días vienen decenas de chicos. Ahora son muchos [desde la contraofensiva]”, dice Marina, que vende artículos de camuflaje en el mercado. “Todo el mundo tiene la cara triste. Hay más tensión”, cuenta.

“Veo que compran estas cosas y me pregunto por qué no las tienen ya”, afirma, y añade que las tropas están comprando alimentos básicos y utensilios de cocina que ella pensaba que les suministraba el ejército.

Una anciana del mercado llora sobre los hombros de uno de ellos. “Por favor, por favor, ayúdennos”, solloza, conmovida. Los hombres se acercan a dar una palmada en la espalda a los soldados. Desde lo alto, se oye una explosión. “Defensas antiaéreas”, murmura un hombre.

“Aquí se siente [la guerra] de una manera que no se siente en otras ciudades”, dice Andréi Borzikh, abogado especializado en quiebras que ha estado recolectando dinero para visores térmicos y otro tipo de equipamiento para el Ejército ruso. Borzikh lleva un casco y un chaleco antibalas en su coche. “Puedes oír la guerra”, afirma.

Efecto bumerán

Ucrania no ha dado indicación alguna de que pretenda cruzar la frontera o hacer algo más que retomar el territorio ocupado por Rusia, pero la sola idea de que la guerra rápida y victoriosa del Kremlin tenga efecto bumerán y cruce la frontera en dirección a Rusia da cuenta de la derrota sufrida por sus fuerzas en los últimos días.

“En cualquier caso, se cometieron algunos errores de cálculo, tal vez tácticos, tal vez estratégicos”, dice Borzikh. “Estaba claro que Rusia creía que había llegado hasta allí para quedarse para siempre”, agrega. Al igual que otros defensores del Ejército ruso, asegura que las derrotas recientes deben atribuirse al apoyo occidental a Ucrania: “Hoy Rusia está en un conflicto con un tercio de la comunidad internacional”.

Hace unos días, un oficial de seguridad con uniforme azul y cargado con un rifle Kalashnikov estaba frente al Liceo N° 9, un edificio de ladrillos rojos en el céntrico Narodny Bulvar. Una hora antes, había surgido informaciones de que la ciudad estaba llevando a cabo evacuaciones planificadas de las escuelas locales y los principales centros comerciales, aparentemente para prepararse en caso de futuros bombardeos o amenazas de bomba.

El gobernador de la región de Bélgorod, Vyacheslav Gladkov, volvió a emitir la semana pasada una orden exigiendo a las autoridades locales que revisen sus refugios antibombas. Las escuelas cercanas a la frontera han sido cerradas de forma temporal. Vídeos que circulan por internet muestran a voluntarios talando árboles para construir fortificaciones en las zonas boscosas del sur de la ciudad.

La gente aquí ahora comprende que la guerra no está yendo bien. En una serie de entrevistas, los residentes locales describen la conmoción que sintieron los primeros días de la guerra, a la que siguió una intensificación del sentimiento patriótico, acompañado de símbolos a favor de la guerra, como la popular Z pegada en coches y edificios. Ahora, muchos de esos símbolos han desaparecido, mientras Bélgorod se prepara para un largo conflicto que se ha acercado a la ciudad mucho más de lo que esperaba.

Familias divididas

Al igual que en muchas ciudades rusas, apenas hay activismo antibélico. Ilya Kostyukov, de 19 años, activista de la oposición y fundador del Comité Antiguerra de Bélgorod, dice que sus esfuerzos se centran en animar a alzar la voz a aquellos que se oponen al conflicto, ya que intentar convencer a las personas a favor de la guerra para que cambien de opinión es “inútil”.

Cuando se le pregunta por las consecuencias directas de la guerra para los habitantes de Bélgorod, menciona la llegada de refugiados y un apagón reciente causado por una explosión en una central eléctrica cercana.

Los soldados también provocan altercados en el karaoke, donde Kostyukov trabaja como camarero. Las peleas se desatan de manera habitual, apunta. Un grupo de soldados se negó a pagar la cuenta y después apuntó con una pistola a un portero del establecimiento, cuenta.

Pero en gran medida, dice, en Bélgorod predomina la apatía: “Para nosotros, se siente como si a nadie le importara hasta que lo toca personalmente. A nadie le importa, hasta que alguien trae un ataúd a su puerta”.

Algunas familias están divididas por la frontera. Irina, agente de viajes, vive con su hija en su Bélgorod natal. Pero su exmarido y padre de su hijo vive en Járkov. “Nuestro hijo está dividido entre dos países”, sostiene con voz tensa. “De forma absolutamente equitativa. Pase lo que pase”, afirma.

Irina cuenta que hace dos semanas su exmarido le dijo que había sido llamado al servicio militar por Ucrania. Está dispuesto a servir porque siente que es un deber patriótico. A ella le aterra que lo maten.

“Perdí un poco la cabeza y dije cosas muy desagradables”, dice sobre la última conversación que tuvo con él. “Puede pasar cualquier cosa y quería salvar al padre de mi hijo. Él es ciudadano ucraniano y está cumpliendo su deber con su país… Y está tratando de cumplir su deber con su familia”, indica.

“Nos sentimos como indigentes”

Por las tardes, Yulia Nemchinova, una voluntaria que ayuda a las personas recién llegadas a Bélgorod desde Ucrania, se dirige a un pequeño contenedor de transporte en el sector industrial y que ella llama “el almacén”. En su interior hay galletas, pañales, tampones, té, café y decenas de otros productos guardados allí para que no se estropeen con el calor o el frío.

En su teléfono tiene una hoja de cálculo con casi 1.200 entradas, correspondientes a familias que han llegado solicitando productos básicos. Calcula que hay 6.000 personas necesitadas. Un solo apartamento alberga a más de una veintena de personas, dice: “Bélgorod está desbordada”.

Casi el 85% de los recién llegados de Ucrania quiere quedarse cerca de la frontera, afirma. Esto ha llevado a muchos a declinar ser trasladados a los campos de refugiados que el Gobierno ha instalado lo largo de la frontera porque luego podrían ser enviados aún más hacia el interior de Rusia.

Existe la sensación, incluso entre los partidarios de Putin, de que Rusia está perdiendo corazones y mentes en Ucrania. En un centro de distribución de ayuda, los ucranianos con opiniones abiertamente pro-Kremlin se preguntan por qué no han sido advertidos de la contraofensiva ni han recibido más ayuda por parte del Gobierno tras haber llegado a Rusia.

“Nos sentimos como indigentes, como si nadie nos necesitara”, dice una mujer de opiniones prorrusas que huyó de la ciudad ocupada de Kupiansk, recientemente recuperada por el Ejército ucraniano.

Tal y como se había prometido a todos aquellos que huyeran de la guerra para dirigirse a Rusia, ella recibió 10.000 rublos (166 euros) del Gobierno. “Recibimos nuestros 10.000 rublos, pero allí estaba mi casa. Lo he tirado todo y me he quedado sin hogar”, lamenta.

Un activista radicado en Rusia que viaja regularmente al territorio ucraniano ocupado para ayudar a sacar a gente asegura que le sorprendió la falta de inversión en infraestructura. Recuerda la sensación de estar asistiendo a un “apocalipsis” cuando se encontraba en un cruce fronterizo totalmente vacío en Kupiansk.

Llevó 3,5 toneladas de alimentos y medicinas a un orfanato donde quedaban unos niños. En otros lugares, se limitó a recorrer pequeñas aldeas para llevar alimentos y medicinas a la población local, a menudo anciana, que se había quedado atrás.

Dice que en Vovchansk no hubo luz ni electricidad durante varios meses: “Creo que ése es uno de los errores del Ejército ruso: no trajeron suficientes beneficios consigo, así que la gente acogió de buena manera la llegada de las tropas ucranianas”.

Traducción de Julián Cnochaert.

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