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La cómplice de la princesa de Emiratos Árabes Unidos cuenta cómo interceptaron su huida: “Había armas por todas partes”

Latifa (izquierda) junto a Tiina Jauhiainen durante su huida de Dubái.

Radhika Sanghani

“Ojala le hubiera dicho algo en el momento en que se la llevaron”, dice Tiina Jauhiainen, mirando el té que se le ha quedado frío. Está en un café del centro de Londres, pero la mente está a 8.000 kilómetros de distancia, en el mar de Arabia, recordando aquella noche del 4 de marzo de 2018 en que trató de ayudar a su mejor amiga a escapar de su familia. “Había armas por todos lados, Latifa gritaba y daba patadas, pero yo estaba paralizada de miedo y no pude pronunciar una palabra”, cuenta Jauhiainen antes de detenerse un instante. “Ojalá hubiera podido decírselo, que me sentía mal por no haberlo logrado, ojalá hubiera podido decirle que la quería”.

Esa fue la última vez que Tiina Jauhiainen, de 42 años, vio a Latifa bint Mohammed al-Maktoum, la hija de 33 años del gobernante de Dubái y primer ministro de los Emiratos Árabes Unidos, Mohammed bin Rashid al-Maktoum. Latifa y Jauhiainen fueron apresadas y llevadas por separado a Dubái, el emirato del que trataban de escapar. A Jauhiainen la liberaron después de quince días. Latifa sigue en paradero desconocido.

Esta semana se cumple un año del intento de fuga. Un coche, una barca y luego un velero fueron los medios que emplearon las dos mujeres en una huida que tenía India como objetivo. Desde allí, Latifa podría volar a Estados Unidos y solicitar asilo. Llevaban siete años planeándolo.

“La gente dice 'Es una princesa, ¿cómo puede ser mala su vida?' Tenía acceso a dinero, sí, pero eso era sólo una distracción. No se le permitía estudiar, trabajar, viajar y ni siquiera ir a casa de un amigo. Tenía un toque de queda. La trataban como a una niña. Solía deprimirse cuando tenía que pasar un día entero en casa. Ni siquiera lo llamaba hogar. Lo llamaba la casa y lo odiaba”, explica Jauhiainen, que se crió en Finlandia pero se mudo en Dubái en 2001, tras graduarse por la universidad británica London South Bank.

Jauhiainen conoció a Latifa en 2010, cuando la princesa la contrató para unas clases particulares de capoeira. “A partir de ese momento la veía todos los días”, dice Jauhiainen. “Como no se le permite trabajar o estudiar, cada vez que comienza un nuevo hobby se convierte en la motivación que le hace levantarse por la mañana”. En 2013, ya amigas, las dos aprendieron juntas a hacer paracaidismo. “Le daba una sensación de libertad enorme, en total, debe haber hecho unos 2.500 saltos”.

A medida que se hacía más cercana la relación, Latifa comenzó a abrirse. En 2016, le contó a Jauhiainen que Shamsa, su hermana mayor, había intentado escapar en el año 2000 durante unas vacaciones en la propiedad familiar de Surrey, en Reino Unido. Fue apresada en las calles de Cambridge en un acto con todos los signos de un secuestro, aunque la policía británica nunca lo investigó en profundidad. Según el testimonio de Latifa, la hermana pasó los siguientes ocho años en prisión y fue drogada por la familia. Fue la última vez que una de las hermanas viajó al extranjero. Desde entonces, Shamsa no ha sido vista en público.

En 2002, Latifa trató de escapar conduciendo un coche hasta Omán. Tenía 16 años. Le contó a Jauhiainen que la apresaron en la frontera y la encarcelaron durante tres años y medio. Un tiempo en el que también dijo haber sido sometida a torturas. Ella misma lo cuenta en un vídeo subido a YouTube: “Un tipo me agarraba y el otro me pegaba. 'Tu padre nos dijo que te golpeáramos hasta matarte', me decían”.

“Cuando me pidió que le ayudara a escapar, no lo dudé”, dice Jauhiainen. “Había sido la amiga más maravillosa para mí y no se merecía nada de eso. Yo quería ayudarla a ser libre y vivir su vida como una mujer normal”.

Después de planearlo durante nueve meses, Latifa y Jauhiainen abandonaron Dubái el 24 de febrero de 2018. Desayunaron en una cafetería que llevaban semanas visitando para evitar sospechas y Latifa dejó allí su teléfono. Así no podrían rastrearla. Se quitó la abaya (túnica femenina usada en la península arábiga) y desde allí las dos se fueron a Omán. “Era la primera vez que Latifa se sentaba en la parte delantera de un coche, así que nos hicimos un selfie”, recuerda Jauhiainen. Se subieron en una barca a 16 millas de la costa de Mascat, la capital de Omán. Allí les recibió Hervé Jaubert, el exoficial de la marina francesa al que habían reclutado para la fuga y que les trasladó en motos de agua otras 15 millas hasta llegar al velero, donde les esperaba una tripulación filipina.

“Todo el día fue una locura”, recuerda Jauhiainen. “Las dos estábamos con la adrenalina a tope y el mar estaba movido, con olas de dos metros, así que nos caímos de las motos acuáticas. Cuando llegamos al yate, nos sentimos muy aliviadas de que una parte del viaje ya se hubiera terminado. Pero, por supuesto, en los dos días que siguieron a bordo, Latifa estaba cada vez más preocupada por lo que estaba pasando, sabía de lo que era capaz su padre”.

Unos guardacostas de India abordaron el barco ocho días después. Latifa y Jauhiainen escucharon desde su camarote los gritos y los disparos. “Nos encerramos en el baño y nos abrazamos, Latifa decía: 'Dios mío, me encontraron, vinieron a buscarme'. Fue aterrador. Entonces el camarote empezó a llenarse de humo”.

Tomadas de la mano, les obligaron a salir. En la cubierta, les esperaban con armas de fuego apuntando hacia ellas. “Era irreal, como una película”, cuenta Jauhiainen. “Me ataron las manos y me llevaron a un lado de la cubierta, donde dos hombres me empujaban hacia el agua y amenazaban con volarme la tapa de los sesos. Latifa estaba en la parte de delante. Decía una y otra vez que estaba pidiendo asilo político, pero se la llevaron mientras ella daba patadas y gritaba. ”No me hagan regresar, disparen ya contra mí“, fueron sus últimas palabras.

Antes de fugarse, Latifa detalló en un vídeo sus denuncias sobre la vida en Dubái, desde la forma en que las mujeres son consideradas “desechables” hasta los actos de su “malvado” padre. Era su póliza de seguro y fue publicado en YouTube en el instante en que la capturaron. Hasta el momento, ha tenido más de 2,8 millones de visitas. Jauhiainen dice que debe su liberación a los 15 días de una cárcel emiratí a la atención que pusieron los medios sobre el caso. “Latifa no quería que su historia fuera en vano, quería que la escucharan”, afirma Jauhiainen. “Para ella, era una situación de vida o muerte, siempre fue consciente de los riesgos que corría, pero decía que no tenía nada que perder”.

Meses después de la captura, Jauhiainen seguía sin saber si Latifa estaba viva o muerta. Hasta que en diciembre se publicó una foto suya junto a Mary Robinson, exalta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Robinson dijo a la BBC que había visto a la princesa, que estaba “perturbada” y que “su familia la estaba cuidando amorosamente”, unos comentarios ampliamente repudiados. Un activista de derechos humanos acusó a Robinson de ser un “peón voluntario” en la campaña de relaciones públicas de Dubái.

“Me sentí muy aliviada al ver que Latifa estaba viva”, recuerda Jauhiainen. “Pero tenía muy mal aspecto y su cara estaba hinchada. Ni siquiera miraba hacia la cámara. Parecía una trampa. Si la atrapaban, lo dijo siempre, su familia intentaría desacreditarla diciendo que era mentalmente inestable. No es raro en el mundo árabe”. Jauhiainen se refiere al caso de Rahaf Mohammed al-Qunun, una mujer saudí de 18 años cuyo padre dijo que estaba “mentalmente inestable” cuando se supo que había huido del país y recibido asilo en Canadá.

La familia de Latifa sólo ha hecho un comentario sobre su huida. Fue a principios de diciembre. “Su Alteza Sheikha Latifa está ahora a salvo en Dubái”, decía el comunicado oficial, publicado el día en que ella cumplía 33 años. “[Latifa] y su familia están deseando celebrar hoy su cumpleaños, en privado y en paz y construir un futuro feliz y estable para ella”.

Jauhiainen asegura que no cejará hasta conseguir la liberación de Latifa. Pasa sus días dirigiendo la campaña #FreeLatifa. “A veces es difícil”, dice. “La triste realidad es que tengo a todo un Gobierno en contra. Ha sido difícil conseguir que la gente vea a Latifa como a una mujer normal que pasó toda su vida oprimida y no como a una princesa. Pero Latifa siempre quiso que se escuchara su historia. Ella no puede decirlo ahora, pero yo sí, así que siento que tengo que ser yo su voz”.

Organizaciones de derechos humanos como Detained in Dubai y Human Rights Watch apoyan la campaña por la liberación de Latifa. El caso también está siendo investigado por el Grupo de Trabajo de la ONU sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias. El mes pasado, Jauhiainen dio testimonio en su sede en Sarajevo.

Jauhiainen nunca se imaginó que un año después de su captura seguiría luchando por la liberación de Latifa. Cumplir un año ha sido difícil emocionalmente, dice. “A veces pienso que todo lo que he hecho no ha cambiado nada. Pero, en cierto modo, sí. Millones de personas conocen ahora su historia y estas cosas no suceden tan rápido como yo imaginaba. Sueño mucho con su liberación y con cómo será el reencuentro”.

Jauhiainen sonríe cuando habla de todo lo que le gustaría hacer con su mejor amiga. “Quiero presentarle a mi familia en Finlandia, que está desesperada por conocerla, y enseñarle Londres, viajar, contarle todas estas locuras…”. También quiere, lo dice en voz baja, “hablar con ella”. “La echo de menos”, concluye.

Traducido por Francisco de Zárate

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