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Opinión

La victoria de Trump es la victoria del fanatismo: así será la resistencia

Owen Jones

Donald Trump perdió el voto popular: el segundo candidato republicano en 16 años que obtiene menos votos que su oponente y se hace con la presidencia. Será el candidato presidencial más impopular en ocupar el cargo desde que comenzaron los registros.

Además, tiene un largo historial de oposición a las normas democráticas, incitando a la violencia contra los manifestantes y amenazando con encarcelar a su principal oponente. Su intolerancia con la oposición política y mediática está bien documentada, y ahora tiene los medios para llevarla a la práctica.

El redactor de su autobiografía le ha descrito como un “sociópata” cuya presidencia pone en peligro la civilización. Está nombrando a extremistas para la Casa Blanca: el estratega republicano John Weaver, en una advertencia a la sociedad estadounidense, destacó que “la extrema derecha racista y fascista está a escasos pasos del Despacho Oval”. Su campaña incitó y explotó el odio contra los inmigrantes musulmanes y mexicanos y contra las mujeres. Los racistas decidieron celebrar su victoria llevando a cabo delitos de odio contra las minorías del país.

Como explica John Oliver, que Trump sea presidente “no es normal” y su mandato nunca debería normalizarse. Sus oponentes se deberían negar a aceptar la legitimidad de este presidente y, como ya han hecho antes los republicanos, negarse a cooperar y comenzar una guerra no violenta de erosión política.

Espera un minuto: ¿quién soy yo como británico para interferir en los asuntos internos de un país extranjero? El problema es que el mundo entero está ahora sometido a las órdenes del líder de la última superpotencia. En cierta medida, todos estamos bajo su dominio. El pueblo estadounidense tiene la lucha en sus manos, no solo para preservar la democracia y la república, sino también para defendernos al resto. Existe una larga tradición de rebelarse contra sus propios mandatarios en solidaridad con los pueblos de países extranjeros.

Habrá algunos entre los oponentes de Trump que se rindan y normalicen su mandato. Adoptarán la postura de Barack Obama, instando a los estadounidenses a aceptar a Trump como su presidente, a darle una oportunidad e incluso a rogar por su éxito. Yo creo que hay que oponer resistencia. Cuando Trump creía, erróneamente, que Obama había perdido el voto popular en 2012, pidió una protesta masiva, así que tiene la misma autoridad moral en este ámbito como en cualquier otro asunto.

Sin embargo, existen indicios alentadores, como que figuras políticas que difícilmente pueden ser calificadas de radicales están haciendo exactamente eso, resistirse. Harry Reid, líder de la minoría demócrata en el Senado, ha declarado que la elección de Trump “ha animado a las fuerzas del odio y el fanatismo en Estados Unidos”, denunciando a Trump como “un depredador sexual que ha perdido el voto popular” por “las graves ofensas que ha cometido contra millones de estadounidenses”. Andre Sullivan —nada menos que un conservador— pide “desobediencia civil no violenta”.

Bernie Sanders, mientras tanto, se está convirtiendo en el líder de facto de la oposición, advirtiendo que se convertirá en la “peor pesadilla” de Trump si este dirige la indignación de sus seguidores contra las minorías. Manifestantes han tomado las calles en varias ciudades en Estados Unidos bajo el lema “No es mi presidente” y defendiendo los derechos de las mujeres y de otros de los objetivos favoritos de Trump.

El trumpismo es, por naturaleza, un movimiento autoritario que contempla las normas democráticas como prescindibles si se interponen a los fines políticos. La aspiración, factible o no, es clara: una sociedad autoritaria como la Rusia de Putin, la Turquía de Erdogan o la Hungría de Orban que mantenga ciertos adornos democráticos como tapadera.

Como Sullivan y otros han augurado, las restricciones sobre las libertades y derechos democráticos solo necesitarán un pretexto. Este podría ser una investigación sobre sus intercambios financieros y conflictos de intereses. Quizá, después de que otro negro desarmado sea asesinado por la policía, se podría desencadenar un aumento de la violencia contra los manifestantes. O tal vez un ataque terrorista, tanto en el país como en el extranjero.

Si el pueblo estadounidense se limita a aceptar la legitimidad de este presidente y normaliza a este aspirante a tirano, solo le envalentonará. Aunque desmoralizados y asustados como están millones de estadounidenses, su nuevo mandatario es más débil de lo que parece. Este multimillonario plutócrata y charlatán —que posa como un hombre del pueblo mientras se enriquece a su costa— debería enfrentarse a una resistencia cuando implemente un recorte de más de 5 billones de dólares que arrastre descaradamente el dinero a los bolsillos de los estadounidenses más ricos y prósperos.

Los demócratas deberían obstruir a Trump utilizando las mismas tácticas que han utilizado los republicanos contra ellos. Los manifestantes se deberían movilizar en cada pueblo y ciudad. La desobediencia civil debería ser utilizada donde sea necesaria. No lo hagáis solo por vosotros, Estados Unidos. La suerte del resto del mundo quedará determinada por vuestras decisiones.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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